Aceptémoslo, los seres humanos para lograr que la Paz
reine en la Tierra debemos empezar por hacer la Paz con la Tierra. Para
conseguir ese vital objetivo, los seres humanos podemos y debemos convivir
armónicamente con la Naturaleza, con sus plantas, con sus animales, con sus
ríos y sus lagunas, con sus mares y sus manglares, con sus montañas y sus
valles, con su aire, con sus suelos y con todos aquellos elementos y espíritus
que hacen la vida posible y digna.
Alberto Acosta
y Enrique Viale / Rebelion
Resulta evidente que la Humanidad atraviesa un momento
complejo. Como nunca antes en su historia su existencia está globalmente
amenazada. No se trata ya de enfrentar problemas aislados de sequías o de
inundaciones, por ejemplo. Ahora los problemas socio-ambientales provocados por
el ser humano, (des)organizado en la civilización capitalista, plantean retos
globales. Todo indica que estamos cerca de llegar a un punto sin retorno (o que
quizás ya lo estamos superando…). Frente estas realidades y amenazas se elevan
muchas voces de angustia y también propuestas de acción. A primera vista
parecería que hay una coincidencia de que se tiene que hacer algo. Al menos en
el discurso, se acepta la necesidad de replantear las lógicas de producción y
de consumo de la sociedad moderna para transitar por otros caminos con una
relación más armónica con la Naturaleza. Esa aceptación, sin embargo, no se ha
traducido en logros concretos. Hasta ahora. Recordemos que los esfuerzos
desplegados desde la aprobación del Convenio de Kioto en 1997 no se han
cristalizado en resultados concretos. Más aún, el fracaso de la COP 15,
realizada en el año 2009, en Copenhague, sentó un duro precedente. La desazón y
desesperanza coparon el ámbito de acción en Naciones Unidas. Y desde esa
perspectiva, cuando era poco lo que se esperaba, emerge como un logro el
acuerdo global conseguido en la COP 21 en París, en diciembre del 2015.
En esa ciudad, sacudida poco antes por un brutal
atentado terrorista, 95 países miembros de la Convención de las Naciones Unidas
contra el Cambio Climático más la Unión Europea, a la que se considera un
estado más, alcanzaron un acuerdo contra el calentamiento global que implica a
la práctica totalidad del planeta. Sin embargo, como una primera gran
conclusión podemos determinar que, si bien lo logrado es significativo
comparado con los fracasos anteriores, resulta muy poco o definitivamente nada
con lo que este reto global demanda.
Para dudar de los aplaudidos alcances conseguido en
París, cabría preguntarnos, como lo hace Gerardo Honty, por qué “muy distintos
actores, desde los grandes exportadores de petróleo a las corporaciones
globales, todos ellos, terminaron aplaudiendo el acuerdo parisino. Si esos
actores celebran el convenio, es que sin duda no se están poniendo límites a la
civilización petrolera”. Igual cosa podríamos plantear desde la aceptación de
los países exportadores de petróleo o desde de sus mayores consumidores, como
China y Estados Unidos, que también se hallan en el coro de aplaudidores.
Veamos unos cuantos aspectos relevantes. Este Acuerdo, mundialmente aplaudido
–sobre todo por los grupos de poder político y económico- presenta muchas
falencias y debilidades, a más de marginaciones imperdonables. Noemí Klein
pronto detectó que no aparecen siquiera nombrados conceptos clave como
“combustibles fósiles”, “petróleo” y “carbón” y que la fenomenal deuda climática
del norte hacia el sur brilla por su ausencia. En el Acuerdo se han suprimido
las referencias a los Derechos Humanos y de las poblaciones indígenas,
referencias transladadas al preámbulo. Además, pasará un tiempo para que este
Acuerdo entre en vigor: las distintas partes tienen plazo entre abril del 2016
y mayo del 2017 para ratificar el Acuerdo, que entraría en vigor en el año
2020.
Y una primera revisión de resultados sería en el año
2023. Los debates no abordaron a fondo los puntos sensibles, en tanto los
negociadores se esmeraron en evitar los verdaderos problemas y menos aún
proponer las verdaderas soluciones. Los países poderosos y las transnacionales
consiguieron que ningún documento o decisión afecte sus intereses y se
convierta en un obstáculo en la lógica de acumulación del capital. No se
cuestionó para nada la perversidad del crecimiento ilimitado cuando ya son
evidentes y feroces sus consecuencias socio-ambientales sobre la Madre Tierra.
No hay compromisos vinculantes de reducción de emisiones de gases de efecto
invernadero; entonces estas emisiones continuarán aumentando. Tampoco se ha
reconocido la deuda climática (mejor hablemos de deuda ecológica) que tienen
históricamente los países industrializados con el mundo subdesarrollado; más
aún, las grandes potencias, Estados Unidos y la Unión Europea, no solo
desconocen esa deuda, sino que hacen todo lo posible para no aceptar sus
responsabilidades pasadas y actuales en la desaparición de glaciares, la subida
del nivel marino y los eventos climáticos extremos. Al no haberse adoptado
medidas drásticas que limiten y hasta reduzcan la oferta de combustibles
fósiles, así como medidas que paren la deforestación, la temperatura continuará
subiendo, contrariamente a lo proclamado en París. A modo de punto relevante,
tengamos presente que el objetivo a largo plazo es que la temperatura del
planeta no sobrepase los 2 grados de aumento a final de siglo (incluso se
aspira a un objetivo más ambicioso de 1,5 grados) Sin embargo, con los
compromisos voluntarios de reducción de emisiones de efecto invernadero, que
han presentado los diferentes países en Paris, la temperatura llegaría a
sobrepasar los 3 grados. Y por cierto, en estas circunstancias, la
concentración de dióxido de carbono en la atmósfera seguirá aumentando. Vistas
así las cosas, no todo el contenido del Acuerdo tiene el mismo grado de
compromisos. Si los países no están obligados a cumplir los compromisos de
reducción de emisiones que han presentado, no habrá sanciones si no cumplen sus
ofrecimientos de reducción de emisión, pues quedarán en eso, en simples
ofrecimientos. Lo que se espera es que esos ofrecimientos se transformen en
compromisos aún más audaces a través de revisiones cada cinco años. El Acuerdo
no fija metas claras en lo que al pico de emisiones se refiere. Y tampoco
establece medidas a adoptar con el fin de descarbonizar la atmósfera.
No hay planteamientos concretos tendientes a combatir
los subsidios que alientan el uso de los combustibles o para dejar en el
subsuelo el 80% de todas las reversas conocidas de dichos combustibles, como
recomienda la ciencia e inclusive la Agencia Internacional de la Energía,
entidad que de ecologista no tiene un pelo. Si como ya anotamos no se cuestiona
“la religión” del crecimiento económico, en ningún punto se pone en entredicho
el sistema del comercio mundial, que esconde e incluso fomenta una
multiplicidad de causas de los graves problemas socio-ambientales que estamos
sufriendo; tanto es así que “el comercio internacional deberá proseguir sin
obstáculos, incluso en un planeta muerto”, al decir de Maxime Combes. Sectores
altamente contaminantes como la aviación civil y el transporte marítimo, que
acumulan cerca del 10 % de las emisiones mundiales quedan exentos de todo
compromiso. Tampoco se afectan para nada las sacrosantas leyes del mercado
financiero internacional que, sobre todo vía especulación, constituye un motor
de aceleración inmisericorde de todos los flujos económicos más allá de la
capacidad de resistencia y de resilencia de la Tierra. Y no hay compromisos
orientados a facilitar la transferencia de tecnologías destinadas a facilitar
la mitigación y la adaptación a los cambios climáticos en beneficio de los
países empobrecidos.
Así las cosas, con este tan promocionado Acuerdo se
abren aún más las puertas para impulsar las que se conocen como falsas
soluciones en el marco de la “economía verde”, que se sustenta en la continuada
e incluso ampliada mercantilización de la Naturaleza. Así, con el fin de lograr
un equilibrio de las emisiones antropogénicas, los países podrán compensar sus
emisiones a través de mecanismos de mercado que involucren a bosques u océanos;
o alentando la geoingeniería, los métodos de captura y almacenaje de carbono,
entre otros. Para financiar todos estos esfuerzos se establece un fondo de
100.000 millones de dólares anuales a partir de 2020. Esa cantidad, con
seguridad menor a la que han recibido los bancos en sus crisis recientes y que
no constan en el Acuerdo, podría ser ampliada en 2025; además, este fondo
carece de previsbilidad y transparencia. Por cierto el rigor de los compromisos
cambia dependiendo de la situación de los países: desarrollados, emergente y
“en vías de desarrollo”: eufemismo con el que se conoce a los países
empobrecidos por el propio sistema capitalista y su inviable propuesta de
desarrollo. Este Acuerdo, en palabras de Silvia Ribeiro, entonces, “se decanta
por las opciones más conservadoras y menos ambiciosas” que fueron propuestas
durante las negociaciones. De lo expuesto, que deberá ser complementado y
profundizado con análisis aún más detenidos y pormenorizados, es fácil concluir
que los problemas socio-ambientales globales luego de la COP-21 no encontrarán
una solución de fondo. Y así continuará la guerra en contra de la Tierra, causa
directa de la ausencia de Paz entre los seres humanos.
La Paz con la
Tierra como mandato para la Paz sobre la Tierra
Aceptémoslo, los seres humanos para lograr que la Paz
reine en la Tierra debemos empezar por hacer la Paz con la Tierra. Para
conseguir ese vital objetivo, los seres humanos podemos y debemos convivir
armónicamente con la Naturaleza, con sus plantas, con sus animales, con sus
ríos y sus lagunas, con sus mares y sus manglares, con sus montañas y sus
valles, con su aire, con sus suelos y con todos aquellos elementos y espíritus
que hacen la vida posible y digna. Eso demanda un mundo en donde no sea posible
la mercantilización depredadora de la Naturaleza, en la que el ser humano sea
una parte más de ella y no un factor de destrucción. Y en donde, esto también
es fundamental, se asegure la vida digna para todos los seres humanos. Las
guerras y el uso del terror, independientemente de los argumentos que las
invoquen, tanto como las agresiones a la Naturaleza, destruyen las condiciones
de vida digna en el planeta. Para poder celebrar a diario la enorme riqueza de
la vida en todos los rincones de la Tierra, así como su gran diversidad
biológica y cultural, requerimos construir comunidades democráticas y libres. Y
así, conscientes de este mandato, retornemos a Paris. Más allá del mensaje que
se puede obtener de la COP 21, es preciso comprender las consignas de guerra
desplegadas a raíz de los atentados terroristas del 13 de noviembre pasado, y
los redoblados esfuerzos bélicos con que los enfrenta. Las políticas
“defensiva” u “ofensiva” para combatir el terror con más terror, a la muerte
con más muerte, solo conducen a un permanente adiestramiento para el genocidio,
a la normalización de los crímenes de guerra, al crimen selectivo como noticia
favorita en los medios de comunicación masiva. Debemos, por tanto oponernos a
la institucionalización de cualquier forma de violencia en la vida cotidiana. Y
en línea con el pensamiento del Mahatma Gandhi, estamos convencidos que no hay
un camino para la Paz, sino que la Paz es el camino. La mejor manera de
combatir esas fuerzas aterradoras, empeñadas muchas veces en el control de los
combustibles fósiles, como el petróleo en el Oriente Medio, por ejemplo, es
recuperando las miradas y cercanías con la Naturaleza. Es decir la capacidad de
fascinarnos con la diversidad de las formas de vida existentes en la Tierra; lo
que exige el respeto a las diversidades. Y todo esto para sembrar desde lo
cotidiano y en todos los rincones de la Tierra, nuestra Madre Tierra o
Pachamama, un compromiso de convivencia entre los pueblos entre sí, y de éstos
con la Naturaleza. Insistamos, en la tierra no habrá Paz, si no establecemos la
Paz con la Naturaleza. La Naturaleza explotada, contaminada, militarizada, es
la causa profunda de muchas violencias. Y lo son también las enormes y
crecientes brechas entre ricos y pobres en todo el planeta.
Esta realidad provoca miedo e incertidumbre por el
futuro. Desata problemas cada vez más complejos en términos de los cambios
climáticos en marcha, que amenazan la vida de los humanos en el planeta.
Constituye una manifestación de despojo para la mayoría de habitantes y de
acumulación en beneficio de pequeños grupos que han concentrado el poder en
base a los extractivismos y la mercantilización de la Tierra. Estas son las
verdaderas fuerzas destructoras que impiden las condiciones materiales y
existenciales necesarias para la realización de la vida digna para todos los
habitantes del planeta. Por ello tiene hoy más sentido que nunca, superando el
miedo al terror, enarbolar la bandera de la Paz, y enfrentar las agresiones
contra la atmósfera, que provocan el cambio climático; el agronegocio de los
organismo genéticamente modificados (los transgénicos) y los agrotóxicos; el
desbocado extractivismo en los territorios desde donde se obtiene -con
verdaderas amputaciones ecológicas- petróleo, gas o minerales. Y más aún si
sabemos que esas agresiones son sostenidas -siempre- con el uso de la fuerza,
con la criminalización de los defensores de la vida y en más de una ocasión con
operaciones militares.
El Tribunal de
los Derechos de la Naturaleza, respuesta desde la sociedad civil
En las circunstancias descritas, sobre todo frente a
los continuados fracasos de los grupos de poder, que realmente no tienen
interés en encontrar las respuestas adecuadas a los problemas provocados por el
cambio climático -es decir por ellos mismos-, la sociedad civil propone
respuestas y acciones creativas. Es más, la sociedad civil no espera a que den
fruto las acciones de los poderosos. La sociedad civil en el Sur y en el Norte
se ha puesto en marcha. Resiste y propone. Así, ya desde hace dos años, desde
la sociedad civil se construye un espacio para denunciar e incluso sancionar
éticamente los crímenes que se cometen en contra de la Tierra y de sus hijos e
hijas. Este Tribunal Ético Permanente por Derechos de la Naturaleza, que ha
realizado sesiones en Ecuador, Perú, Australia y Estados Unidos, se reunió
también en París en forma paralela a la COP 21. En este espacio se analizan y
juzgan las agresiones contra la Naturaleza, considerando que ésta es la mayor
guerra de agresión y terror es la que se lleva a cabo en el mundo. Quienes
conforman este Tribunal Ético Permanente por los Derechos de la Naturaleza, en
homenaje a todas las víctimas de toda forma de terror, invitaron a recuperar y
a construir los espacios necesarios para propiciar democráticamente una vida en
Paz. El desafío es extraordinario. Detener el cambio climático y las agresiones
a la Naturaleza excede el marco de las cumbres gubernamentales y requiere del
movimiento social global más poderoso de la historia que conecte las distintas
luchas de justicia ambientales, económicas, feministas, indígenas, urbanas,
obreras. Esto implica coordinar acciones anti-coloniales, anti-racistas, anti-patriarcales
y anti-capitalistas, construyendo alternativas civilizatorias. En eso estamos,
hacía allá vamos. En suma, la lucha por la Naturaleza y la vida digna de los
seres humanos, posible sólo si vivimos en armonía con nuestra Madre Tierra,
como expresó el senador argentino Fernando “Pino” Solanas en Paris, en este
Tribunal de los Derechos de la Naturaleza, sintetiza “la causa de todas las
causas”.
Alberto Acosta es Economista ecuatoriano
y Enrique Viale abogado ambientalista argentino.
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