Un ciclo negativo para los gobiernos progresistas y de nueva izquierda
en América Latina ha sido la llegada de la ‘crisis’ económica a la región.
Enseguida han aprovechado los opositores para argumentar que el ‘modelo’ no
solo se agotó, sino que nunca funcionó.
Juan J.
Paz y Miño C. / El Telégrafo (Ecuador)
Cierto es que mientras hubo auge económico los gobiernos aludidos
pudieron realizar fuertes inversiones. Los informes de la Cepal, pero también
de las NN.UU., del BM y hasta del FMI, han reconocido los logros sociales
particularmente en Bolivia, Ecuador y Venezuela, que en forma inédita redujeron
la pobreza, mejoraron la equidad y generalizaron educación, salud, seguridad
social y vivienda, entre otros servicios públicos.
Pero la llegada de la crisis alteró el camino progresista, y si bien
todavía Bolivia permanece estable, Ecuador entró a una coyuntura recesiva,
mientras en Venezuela la situación empeoró incluso con la guerra económica de
la oligarquía empresarial, desatada hace años, con el apoyo de potencias
imperialistas.
Tras lo ocurrido en Argentina con el triunfo presidencial de Mauricio
Macri y en Venezuela, con la derrota parlamentaria del ‘chavismo’, el peligro
de la restauración conservadora amenaza en América Latina y sin duda a Ecuador,
aunque aquí no hay una situación igual a la que condujo a los éxitos
derechistas en aquellos países.
Pero en medio de la crisis económica el problema para los gobiernos
referidos es cómo afrontarla, sin caer en las medidas que ahora reclaman los
mismos sectores vinculados a la derecha restauradora. En Ecuador los
empresarios fieles a su neoliberalismo demandan el sacrificio de ‘todos’, pero
con el retorno a las viejas recetas, que siempre han beneficiado a la misma
élite dominante: restringir el gasto público, flexibilizar el trabajo, reducir
impuestos, quitar subsidios, acabar con salvaguardias en el comercio exterior,
abrir el país a las inversiones extranjeras, fomentar la productividad del
sector privado, etc. Inquieta a la ciudadanía que los banqueros hayan
recuperado el manejo de comisiones por sus servicios.
La crisis debiera ser la oportunidad para ahondar en la redistribución
de la riqueza y afectar a los sectores más poderosos. No para ahorcar los
logros sociales. Y contamos con experiencias históricas, como el New Deal
impulsado por F. D. Roosevelt (1933-1945), quien en medio de la peor crisis de
EE.UU. en su historia contemporánea se decidió por elevar impuestos y
particularmente sobre rentas, aumentar el gasto y la inversión pública,
prohibir despidos laborales, fiscalizar bancos, apresar a especuladores.
Pero también hay experiencia ecuatoriana con la Revolución Juliana
(1925), que en plena crisis del cacao fiscalizó bancos, creó el Banco Central,
creó el impuesto sobre las rentas, otro sobre utilidades empresariales, reformó
los de herencias y predios, y dictó las primeras leyes sobre salario mínimo,
jornada, contrato individual, huelga, sindicatos, contrato colectivo, despidos
e indemnizaciones.
Todo ello requirió voluntad política y no ceder a las presiones de las
capas ricas.
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