Brasil se encuentra en estos momentos entre la turbulencia y la
incerteza, aunque no existen elementos de peso que permitan augurar o presagiar
un desenlace trágico. Al contrario, quizás sea esta una inmejorable
circunstancia para que el debate democrático se difunda capilarmente en todo el
territorio y que la política se discuta en el día a día por la población.
Fernando de la Cuadra /
Rebelion
La tensión política en la Cámara de Diputados de Brasil |
La declaración de admisibilidad de la solicitud de impeachment realizada
por el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha, pone
definitivamente a Brasil en una hoja de ruta que se venía perfilando en los
últimos meses, prácticamente desde que la mandataria asumió su segundo período
en enero del presente año. Sin embargo, estudios de opinión entre los
congresistas realizados en estos días revelan que si la votación sobre el
impedimento en el plenario de la Cámara
de Diputados fuese en este exacto momento, la presidenta Dilma Rousseff
conservaría su mandato, pues la mayoría de ellos se mostró contrario a la
instalación de un proceso de veto de la jefa de gobierno. De acuerdo con ese
levantamiento, Dilma tendría actualmente el respaldo de por lo menos 258 de los
513 deputados, 87 votos más de los 171 necesarios para mantenerse en el poder.
Tal parece que el proceso de impeachment ya nació moribundo y serán necesarios
muchos esfuerzos de la oposición para reanimarlo. Ya se puede presagiar esta
derrota en la propia constitución de la Comisión Especial para juzgar el mérito
del argumento esgrimido por los juristas, crimen doloso de irresponsabilidad en
el ejercicio de funciones por parte de la presidenta.
Al consentir la apertura de dicho mecanismo, el diputado Cunha no debe
sospechar que no solo puso en evidencia su postura vengativa y chantajista con
el gobierno y el Partido de los Trabajadores (PT), sino que además está
gatillando aún más el clima de confrontación y agresividad que viene
experimentando el país en el último periodo y que se puede agravar en el
transcurso de los próximos meses. En primer lugar, Cunha utiliza la carta del
impedimento como moneda de cambio para obtener el apoyo de partidos
oposicionistas y salvar su mandato de las acusaciones en su contra por
corrupción, abuso de cargo, lavado de dinero, evasión fiscal, ocultación de
bienes y una lista extensa de crímenes comprobados por diversos órganos
contralores del Estado, como la Procuraduría General de la República (PGR),
Receita Federal (Impuestos Internos) o el Tribunal de Cuentas de la Unión
(TCU).
Una contradicción fragrante de este asunto, es que horas antes de que se
estableciera la apertura de la denuncia contra Rousseff, el Congreso había
aprobado la nueva propuesta de meta fiscal que consideraba un déficit de 119
billones del presupuesto nacional. Precisamente, la tesis central de la
acusación para iniciar un proceso de cesación de funciones se sustenta en la
irresponsabilidad del ejecutivo en el ámbito de la contención de recursos
públicos y de los mecanismos utilizados para justificar el exceso de gastos que
provocaron este déficit presupuestario, a través de un resquicio administrativo
sui generis conocido como “pedaladas fiscales”. De acuerdo a connotados
juristas, la utilización de las llamadas pedaladas fiscales no justifica la
instauración de un juicio que promueva la suspensión de la mandataria, debido
al hecho de que este recurso también había sido utilizado por gobiernos
anteriores (Itamar Franco, Fernando Henrique Cardoso y Lula Da Silva) con el
propósito de realizar los gastos necesarios para movilizar la máquina del
Estado y también para implementar el conjunto de políticas -especialmente las
sociales- destinadas a mejorar la vida de la población más vulnerable. Además,
los gobiernos estaduales de múltiples partidos del espectro partidario también
han utilizado esta práctica con el objetivo de viabilizar sus gastos.
El movimiento por la destitución de la presidenta es formado por
sectores de la oposición que no se resignan con la derrota electoral pasada,
invocando un argumento pseudo-jurídico para acelerar la substitución del
ejecutivo por un gobierno de transición que convoque a nuevas elecciones con la
vana esperanza de salir triunfante en la próxima contienda electoral. En
definitiva, la denuncia no se encuentra debidamente sustentada en hechos
jurídicos y elementos probatorios de que la presidenta haya incurrido en un
crimen de responsabilidad y que ese crimen fue cometido dolosamente por la
titular del cargo. Por lo mismo, la acusación se asemeja más a una estrategia
político-partidaria que apela a la Constitución con el propósito de obtener el
poder por medio de un expediente legalista cuando éste no pudo ser conquistado
a través del voto.
Asimismo, aun admitiendo que el gobierno pueda haber incurrido en una
desviación de la cláusula constitucional con relación al capítulo sobre responsabilidad,
ello no le resta o substrae la legitimidad obtenida en las urnas en la pasada
contienda electoral. El motivo que sostienen ciertos sectores de la oposición
es muy débil e irrisorio: Dilma habría perdido su legitimidad ante los ojos de
la ciudadanía debido a que las recientes encuestas de opinión demostrarían la
acentuada caída en los índices de popularidad de la mandataria. Es a todas
luces absurdo e improcedente intentar destituir a un gobierno por los
resultados de las encuestas de apoyo popular a su gestión. Las reglas del juego
democrático estipulan claramente que quien pierde una elección tendrá otra
chance cuando la ciudadanía sea nuevamente convocada a sufragar y decidir en
las urnas. La alternancia del poder es una cláusula democrática férrea y ella
debe ser respetada por ganadores y perdedores. Si un gobierno es deficiente o
malo, la apelación al mecanismo de impeachment no es y nunca será el remedio
adecuado para resolver este dilema. Si así fuera, la gran mayoría de los
gobiernos en el mundo no conseguirían concluir sus respectivos mandatos.
El impeachment del presidente Collor de Melo fue necesario para
restablecer la ética, el decoro y la probidad de la acción gubernamental y en
ese proceso convergieron prácticamente todas las fuerzas político-partidarias,
los movimientos sociales y las organizaciones civiles de Brasil. Como ya lo han
señalado diversas voces de un amplio espectro político y partidario,
independiente de las críticas que se le puedan hacer a la actual
administración, lo que se encuentra en cuestión es la defensa de la democracia
y del respeto a la decisión soberana del pueblo en las urnas. No cautelar este
principio puede llevar al Brasil a un periodo de inestabilidad y crisis
institucional sin precedentes desde el retorno a la democracia.
Si bien es cierto el país se encuentra atravesando una crisis, la
solución planteada por la oposición es bizarra. Ella se fundamenta en la
apuesta de que se pueda constituir una alternativa de unidad nacional en torno
a alguno de los sucesores oficiales de la presidenta, especialmente su vice,
Michel Temer. Luego se convocará a nuevas elecciones y en esa circunstancia los
ciudadanos se inclinarán por un “gobierno de salvación” que supere la actual
coyuntura. Este es un escenario bastante improbable. En gran parte porque las
crisis son como los terremotos, en que las personas saben dónde comienzan pero
no saben cuándo y cómo terminan. Es la incerteza lo que hace que se instale un
sentimiento colectivo de que la “presente crisis” es la peor que existe en la
historia del país y concomitantemente refuerza la sensación de sofoco y
angustia entre la población. Asumiendo este supuesto, no existe la posibilidad
de salir del actual impasse a través de recetas mágicas o por el simple
reemplazo del gobierno de turno. La crisis es sistémica y se requiere de un
gran acuerdo nacional para formular consensuadamente las posibles salidas en el
ámbito económico, energético, político y social.
Sin embargo, la tentativa de derribar al gobierno introduce aspectos
positivos. El primero, y quizás más evidente, es que al igual como sucedió hace
algunos años atrás con el “caso Collor”, la población entró en una dinámica in
crescendo de debates sobre variados aspectos de la vida republicana nacional y
sobre el futuro del país. Brasil se ha transformado en una gran arena de
discusión en la que cual más cual menos los actores deben tomar partido a favor
o en contra del impeachment y analizar sus posibles desdoblamientos. Ese
intercambio circula vertiginosamente en las redes sociales y en diversos
espacios ciudadanos, neutralizando la influencia ejercida por las corporaciones
de mass-media tradicional. Pero el debate no se encuentra restringido al
ciberespacio, pues es evidente que dicha disputa se instalará rápidamente en
las calles. Las posibilidades de éxito o derrota de la iniciativa opositora se
van a respaldar en la capacidad de convocatoria que cada sector tendrá para
movilizar sus fuerzas. La temperatura del Ágora y la movilización de la
ciudadanía será un factor fundamental que actuará como un contrapeso a favor o
en contra de la destitución.
Pensamos que este es un escenario en que las fuerzas democráticas
saldrán fortalecidas y que, inversamente, el carácter revanchista y oportunista
de la acusación quedará desenmascarado. La previsible derrota de los grupos pro
impeachment en la Comisión Especial de la Cámara de Diputados le permitirá al
ejecutivo salir más vigorizado para reformular el presidencialismo de coalición
y concluir su mandato sin las presiones que hasta ahora viene ejerciendo el
principal partido de la base aliada, el Partido del Movimiento Democrático
Brasileño (PMDB), que preside ambas casas del Congreso y que ocupa hasta ahora
la Vice-Presidencia de la República.
Brasil se encuentra en estos momentos entre la turbulencia y la
incerteza, aunque no existen elementos de peso que permitan augurar o presagiar
un desenlace trágico. Al contrario, quizás sea esta una inmejorable
circunstancia para que el debate democrático se difunda capilarmente en todo el
territorio y que la política se discuta en el día a día por la población,
recuperando para la plaza pública una actividad que había sido secuestrada por
determinados grupos de profesionales de la política, policy makers y experts.
La democracia puede ser medida por la voluntad de las personas para participar
colectivamente en la construcción de un mejor porvenir. En ese sentido, estos
tiempos representan una innegable ocasión para manifestar aquello que los
griegos convocaban en la polis , un espacio para reflexionar, proponer, debatir
y deliberar sobre los asuntos que le competen a todos los miembros de una
comunidad de destino. Ojalá Brasil pueda aprovechar esta oportunidad.
Fernando de la Cuadra, Doctor en Ciencias Sociales.
Editor del Blog Socialismo y Democracia.
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