Los resultados de las
elecciones legislativas en Venezuela evidencian que ambos factores representan
grandes fuerzas sociales, que ascienden y descienden al ritmo de las
coyunturas. Ninguno de ellos se encuentra en una situación hegemónica y es
obvio que tampoco disponen del piso necesario para instrumentar su “programa
máximo” respectivo.
Leopoldo Puchi / Panorama.com.ve
A propósito de las
elecciones venezolanas, Hilary Clinton dijo: “Venezuela ha dado un paso
democrático, votó por el cambio”.
Cabe preguntar, ¿si el
resultado hubiese sido distinto no tendría también un carácter democrático?
¿Sólo es democrático un voto cuando es a favor de una determinada corriente? La
observación viene al caso porque esta manera de razonar está ampliamente
extendida en Venezuela —de lado y lado— y es el sustento de una visión que
niega la existencia “del otro”. En esta óptica se desestima el pluralismo
basado en la concurrencia de proyectos diversos y se interpretan los hechos en
blanco y negro.
Bajo ese esquema mental
es difícil imaginar que se puedan crear formas de convivencia y equilibrio en
nuestra sociedad. Para avanzar es necesario adoptar un punto de vista distinto,
incluyente, que tenga en consideración la legitimidad de todos los actores.
Los resultados de las
elecciones han favorecido claramente a los sectores de oposición. Una mayoría
descontenta se ha expresado. Cerca de 56% de los votos emitidos ha sido a favor
de la MUD, mientras que el GPP ha obtenido cerca de 41%. Estos resultados
evidencian que ambos factores representan grandes fuerzas sociales, que
ascienden y descienden al ritmo de las coyunturas. Ninguno de ellos se
encuentra en una situación hegemónica y es obvio que tampoco disponen del piso
necesario para instrumentar su “programa máximo” respectivo.
Los escenarios que se
abren luego de la votación se inscriben en esta circunstancia. La derrota del
Gobierno estimulará a los factores más extremos, que pugnan por una ruptura y por el desmantelamiento
del sistema sociopolítico. Sin embargo,
el conjunto de fuerzas partidarias de la preservación del sistema dispone de
energías como para sostenerlo o resistir. Es un escenario encrespado.
No hay que olvidar que
las hegemonías no se decretan sino que derivan de largos procesos, por lo que
habría que pensar en propiciar el surgimiento de un escenario diferente al
señalado, uno en el que la convivencia y la confrontación coexistan durante
todo un período histórico.
En esa perspectiva, lo
decisivo no es disimular el enfrentamiento sino reconocerlo para proceder a
demarcar los términos de una cohabitación en lo referente a las políticas
públicas y a la geopolítica.
Visto desde una
perspectiva de largo plazo, sería dentro de esos límites que se ejercería el
poder y tendría lugar la alternancia al frente de los poderes públicos. Una
suerte de compromiso histórico, una negociación política a lo grande y no un
“consenso”, que no existe. Este sería el escenario de una cohabitación viable,
siempre y cuando se deje de lado la visión de Clinton y se asuma plenamente el
valor de la democracia.
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