Sin
importar qué alianzas de gobierno se alcancen en el ejecutivo español, sabemos
que tendremos que seguir haciendo mucha pedagogía para que no sólo esta
izquierda errante sino la mayoría de las personas (se consideren o no de
izquierdas) entiendan que bajo el capitalismo y su “gestión” (que gestiona a
los gestores) no habrá futuro digno posible.
Jon E.
Illescas (Jon Juanma) * / Especial para Con Nuestra América
Desde la Comunidad Valenciana, España
"El puño de la esperanza", ilustración de Jon Juanma. |
Partamos
de una cuestión clave: las elecciones democráticas dentro del marco
antidemocrático del capitalismo, es decir, de una sociedad dividida en clases
donde una (la capitalista) se lucra y decide dictatorialmente del producto
fruto del esfuerzo de otra (la asalariada) no pueden ser democráticas ni
decidir nada sustancial de la vida pública. Si así fueran no se celebrarían.
Así de simple. Del mismo modo, sería absurdo pensar que en la “democracia”
ateniense los amos de los esclavos permitieran votar a los mismos y de ese modo
pudieran acabar pacíficamente con la esclavitud. En la actualidad, los obreros
a diferencia de los esclavos votan, pero su voto debe ser inofensivo para que
nada importante cambie con él. Las leyes electorales dictadas por la élite
distorsionan el voto popular mediante circunscripciones provinciales, leyes que
sobredimensionan a los dos principales partidos, voto amplificado en las
poblaciones rurales, imposibilidad de sufragio para muchos inmigrantes o
jóvenes trabajadores menores de 18 años, etc. Tenemos un día de medio-democracia
y el resto del año de dictadura económica. Así las elecciones, en nuestro
sistema, se transforman en un modo de lograr el consenso. Hacen creen a las
mayorías que viven en una verdadera democracia cuando nada dista más de la
realidad. Mucho en ellas es falso, salvo los porcentajes de votos emitidos que
luego serán deformados por la ingeniera electoral diseñada para la ocasión.
La
leyenda afirma, por ejemplo, que la campaña comienza quince días antes del día
del sufragio, cuando en realidad dura los 365 días del año. Así es porque cada
día nos bombardean desde sus medios de comunicación de modo imperativo
sobre a quiénes tenemos que votar y a quiénes no. Quiénes nos deben caer mal y
quiénes simpáticos. Quien reirá con Bertín Osborne y quien con Pablo Motos. Un
flujo audiovisual e ideológico que bañará a las masas y donde las voces más
disonantes con el proyecto de los poderosos, como la de Izquierda Unida
representada por Alberto Garzón, son infrarrepresentadas en las pantallas y
barridas del debate mediático. Donde dos partidos sin representación en las
pasadas elecciones generales (Podemos y Ciudadanos), es decir, sin que el
pueblo haya expresado democráticamente que desee que sean parte del escenario
político, llevan meses en las principales cadenas de televisión gracias
a las decisiones entre bambalinas de los magnates que forman la
oligarquía mediática de la clase capitalista. ¿Quién convirtió si no de la
noche a la mañana a unos completamente desconocidos Pablo Iglesias o Albert
Rivera en personajes tan populares en el imaginario colectivo español?
Ante el
hundimiento del PSOE y el aumento de la intención de voto de Izquierda Unida en
el período 2011/2014, la oligarquía mediática tuvo que mover ficha. Por ello
decidieron inflar una opción competidora (Podemos) para dividir el voto de
izquierdas, lo que con nuestro sistema electoral significa disminuir la
representación institucional de la izquierda. Cuando Podemos creció demasiado
movieron nueva ficha con Ciudadanos. Así consiguieron dividir a la izquierda y
neutralizarla a la par que construían una muletilla para un bipartidismo en
horas bajas. IU, pese a ser una organización política con una praxis claramente
socialdemócrata casi siempre dispuesta a pactar con el PSOE (pese a su retórica
intermitente anticapitalista), siempre ha sido una opción electoral poco
querida para la élite (no en vano, dentro de ella la hegemonía actual la tiene
el siempre molesto Partido Comunista). Pese a sus idas y venidas y sus muchos
defectos y excesos, IU tenía y todavía tiene la militancia más numerosa
consciente y contrahegemónica de este país. Las políticas socialdemócratas que
defiende (véase el anterior gobierno andaluz), son demasiado a la izquierda
para los límites y la correlación de fuerzas del actual sistema-mundo
capitalista. Un sistema donde el capital es privilegiado ciudadano universal y
los trabajadores estamos divididos como el ganado engordando para el día de la
matanza en diversos establos perfectamente vallados llamados Estados-nación. Un
sistema que asegura retóricamente que cada Estado-nación es soberano cuando
desde el Tratado de París de 1763 no existe nada parecido a la soberanía
nacional, menos desde que el libre flujo de capitales es una realidad soberana
y todos los productos y servicios que consumimos son parte del mercado mundial.
Después
de más de cinco siglos de desarrollo capitalista y pese a los incuestionables
avances del movimiento obrero entre el siglo XIX y principios del XX o las
mejoras científico-tecnológicas que continúan hasta la fecha, todavía no hemos
conquistado la democracia. Sólo tenemos elecciones distorsionadas para las
comarcas del mundo (es decir, los países) cuando todo lo sustancial (política
económica, medioambiental, derechos humanos, guerras, narcotráfico, tráfico de
armas, paraísos fiscales, etc.) se decide en la arena internacional. El camino
es luchar por la democratización de los organismos supranacionales y como
objetivo final, construir una Asamblea de Naciones Unidas con poderes
legislativos y ejecutivos elegida por sufragio universal por todos y cada uno
de los habitantes del mundo en circunscripción única. Mientras o después de
esto (según las posibilidades), habrá que cambiar el modo de producción
capitalista por uno socialista. Es decir, pasar de un sistema-mundo
interestatal capitalista a un sistema-mundo socialista que pueda enfrentar los
graves retos que tiene delante de sí el género humano y que con el capitalismo
sólo irán a peor por sus propias contradicciones: desempleo estructural, cambio
climático, hambre, guerras, migraciones, terrorismo, etc. La solución no es
volver a marcos pretéritos como la soberanía monetaria (como la peseta) ni
buscar la independencia política de ciertas regiones (como Cataluña), la
solución es globalizar las luchas y construir una nueva internacional
socialista incluyente que adopte lo mejor de las internacionales pretéritas y
aprenda lo mejor de organizaciones internacionalistas más inclusivas como el
Foro Social Mundial.
La
izquierda está totalmente perdida y ha cambiado su internacionalismo marxista
por un nacionalismo pequeño-burgués, de carácter reaccionario en lo económico y
por ende, en lo político. La izquierda no puede defender “un nuevo país” como
hace Izquierda Unida o Podemos cuando los países no tienen ninguna soberanía ya
que el escenario de decisiones actual se desarrolla en el plano
internacional (y está bien que así sea pues es parte del progreso
histórico que nos saca del endogámico provincialismo propio de modos de
producción anteriores mucho peores que el capitalismo). Además, el alejamiento
de la izquierda del marxismo coincide con su pérdida de la brújula económica
defendiendo la pequeña y mediana empresa que son claramente regresivas desde un
punto de vista tecnológico y laboral (pese a lo que pueda parecer a primera
vista, los índices de sobreexplotación son siempre mayores en la pequeña
empresa ya que para competir en el mercado frente a las grandes con menores
capitales, tecnología, etc., deben “apretar más las tuercas” a los obreros que
además tienen un grado de sindicación menor). Otro resultado de esta pérdida de
orientación ideológica en la izquierda se manifiesta en el aumento del
oportunismo político con desesperados acercamientos e importaciones ideológicas
de opciones minoritarias de carácter cada vez más dogmático, extremista y
reaccionario como el feminismo discriminatorio o el laicismo integrista que se
están estableciendo como dogmas intocables en parte de esta izquierda,
precisamente por su alejamiento de la mayoría social y su incapacidad de
razonar con empatía con los, en principio, alejados de sus filas.
Pese a
todo esto y otros cuantiosos defectos (electoralismo patológico, falta de
autofinanciación, abandono de la formación, relación crédula con los medios
masivos, etc.) que hieren en lo más hondo de un marxista como quien les
escribe, el 20 de diciembre votaré a Izquierda Unida porque es la opción
respaldada por la mayoría de la clase trabajadora consciente de este país, con
la militancia que más ha luchado en favor de los oprimidos durante todos estos
años de recortes y porque tiene como cabeza de lista, hasta que se demuestre lo
contrario, al candidato más serio y menos oportunista de todos cuantos se
presentan: Alberto Garzón. Las elecciones son expresión simbólica
artificialmente disminuida del grado de conciencia de los oprimidos. Por algo
las organizan los opresores. Quien piense que después del 20D va a cambiar algo
sustancial en la estructura social es que vive en la inopia. Palabra de alguien
que el mismo día de las elecciones actuará de apoderado por respeto a las
luchas pasadas y los esfuerzos altruistas de sus compañeros por construir un
mundo mejor.
Así, pase
lo que pase en estas elecciones con calculado sabor navideño, los marxistas
sabemos que en realidad no pasará nada. Los capitalistas seguirán gobernando en
la política y la economía, la sociedad seguirá dividida en clases enfrentadas y
las fronteras de los países harán todo lo posible para amargarnos la vida a los
desafortunados miembros de la clase trabajadora internacional. Ocurra lo que
ocurra el día de las elecciones generales, los marxistas sabemos que los
beneficios tecnológicos seguirán sin redundar en una reducción de la jornada
laboral y que continuaremos compitiendo los unos con los otros por los cada vez
menos puestos de trabajo que queden en el mercado. Sin importar qué alianzas de
gobierno se alcancen en el ejecutivo español, sabemos que tendremos que seguir
haciendo mucha pedagogía para que no sólo esta izquierda errante sino la
mayoría de las personas (se consideren o no de izquierdas) entiendan que bajo
el capitalismo y su “gestión” (que gestiona a los gestores) no habrá futuro
digno posible, que la única solución para los peores males de este mundo se
llama socialismo democrático y que éste, sólo podrá implementarse
internacionalmente en una sociedad sin clases, donde todos seamos
simultáneamente ciudadanos y trabajadores.
Algunos
pensarán al leerme que lo que propongo es un programa maximalista e incluso
utópico y que mientras tendremos que vivir el día a día. Y lo viviremos, por
supuesto. Pero lo podemos hacer de dos formas muy diferentes. Engañándonos con
esperanzas vanas que desemboquen continuamente en la derrota y la desilusión
(véase Grecia) o ilusionándonos con una guía sólida y realista de construcción
de un futuro superior. Cuanto antes sepamos dónde está ese camino, antes
llegaremos a nuestro destino. Mientras tanto, seguiremos como hasta ahora,
deambulando en el desierto de los moribundos y los mil veces derrotados.
Por eso
es hora de volver a estudiar a Marx, de construir una nueva internacional de
asalariados y de sembrar la buena nueva del (posible) futuro socialista global.
Sin miedo al que dirán, sin miedo a conquistar un futuro verdaderamente humano
para nuestra sociedad mundializada.
*Jon E.
Illescas Martínez, también conocido bajo el seudónimo de “Jon Juanma” es autor
de los libros “Nepal, la revolución desconocida” (La Caída, 2012) y el
recientemente publicado “La dictadura del videoclip. Industria musical y sueños
prefabricados” (El Viejo Topo, 2015). Doctor en Sociología y Comunicación y
Licenciado en Bellas Artes, es militante de Izquierda Unida y el Partido Comunista
de España.
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