Lejos
de combatir el terrorismo, Estados Unidos y sus satélites de la OTAN lo que
hacen es sostenerlo y luchar junto a él,
como lo demuestra claramente el derribo de un avión ruso en Siria, de manera
artera, alevosa y traidora de parte de la aviación de Turquía.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
El
terrorismo es la acción política violenta que puede ser usada por el gobierno o
por la oposición a éste. Paradójicamente el concepto surgió para caracterizar
la política de terror durante la Revolución Francesa, es decir que su
nacimiento está asociado al poder y a la aplicación del mismo por la burguesía
contra sus oponentes. Rápidamente el
mismo se asoció con cualquier sistema de opresión violenta basada en el miedo.
El
terrorismo de Estado consiste en la aplicación sistemática de la violencia por
parte del aparato estatal a fin de amedrentar a los opositores, afectando en
algunas ocasiones a la mayoría de la población como ocurrió en la América
Latina de los años 70 y 80 del siglo pasado. Pero el terrorismo de Estado puede
tener una proyección externa cuando las acciones violentas se ejercen en otros
países, vulnerando el soporte jurídico que ofrece el Derecho Internacional para
las relaciones pacíficas entre naciones.
Desde
el punto de vista ético, la práctica del terrorismo plantea el dilema entre los
fines y los medios, expuesto por Albert Camus en su obra “Los Justos”
cuestionando a aquellos que colocan su causa por encima de los preceptos
morales. Eso es lo que hoy ha permitido a Estados Unidos, -en el caso de Siria-
afirmar que hay “terroristas buenos y malos”, toda vez que los primeros sirven
a sus propósitos de derrocar al gobierno legítimo de ese país. Es la misma
concepción que llevaba a la potencia imperial a
caracterizar a la Contra nicaragüense como luchadores por la libertad,
así como proteger en su territorio a Luis Posada Carriles, Orlando Bosch, Félix
Rodríguez y otros terroristas confesos de cometer crímenes de lesa humanidad.
Esto
es mucho más que un mero debate académico, si se considera que las sociedades
exigen respuestas frente a estas tenebrosas actuaciones sobre las que la
Organización de Naciones Unidas ni siquiera posee una definición aceptada por
todos. Tal vaguedad conceptual es la que permite cometer atrocidades en nombre
de “la libertad y la democracia”, estas si delimitadas axiomáticamente por las
potencias globales a fin de actuar impunemente en cualquier rincón del planeta.
De esa manera, se caracteriza como terrorista la respuesta del pueblo palestino
a la brutal represión del Estado de Israel, de la misma manera que hicieron con los luchadores anti apartheid de
Sudáfrica. Cabe recordar que el propio Nelson Mandela fue considerado como
terrorista por Estados Unidos hasta el año 2008, 18 años después de salir de
prisión y 14 de ser elegido presidente de su país. En un sin sentido propio de
las imposiciones imperiales, Mandela ejerció todo su período presidencial
siendo considerado como terrorista por la mayor potencia mundial. Si nos
atenemos a esto, Mandela sólo vivió los últimos cinco años de su vida, sin ser
calificado como tal. Algún despistado diría que antecedió a Barack Obama como
el primer terrorista que ganó el Premio Nobel de la Paz.
Si
aceptamos que el terrorismo es conceptualmente el sacrificio deliberado de
víctimas inocentes, así como la
transgresión de derechos superiores a los que se dicen defender y la
vulneración de valores o su imposición por la fuerza, no nos queda más que
afirmar que los mayores terroristas del planeta son los gobiernos de Estados
Unidos y los países de la OTAN. Ello, no sólo por su actuación directa, sino
también por su participación inmediata en la construcción de organizaciones
terroristas a lo largo del mundo, las que lo están sembrando de violencia,
miedo, persecución hasta llegar a niveles de deshumanización tales que deja
disminuido hasta al régimen nazi, caracterizado como el peor horror del planeta
durante el siglo XX.
En
reciente vista a Kenia, el papa Francisco apuntó que “La experiencia demuestra
que la violencia, los conflictos y el terrorismo que se alimenta del miedo, la
desconfianza y la desesperación nacen de la pobreza y la frustración. En última
instancia, la lucha contra estos enemigos de la paz y la prosperidad debe ser
llevada a cabo por hombres y mujeres que creen en ella sin temor, y dan
testimonio creíble de los grandes valores espirituales y políticos que
inspiraron el nacimiento de la nación”. En estas palabras, el máximo
representante de la iglesia católica pone el énfasis en la búsqueda de las
causas del terrorismo y las ubica en “la pobreza y la frustración”. Si acogemos
esta prédica, lamentablemente tendremos que aceptar que va a ser difícil
eliminar este flagelo si no se suprimen los móviles que le dan origen. En esa
medida, la pobreza, un engendro mucho peor que el terrorismo porque ocasiona
más muertos y pesares a la humanidad, no va a tener solución en los marcos del
capitalismo que intrínsecamente es depredador, marginador y excluyente.
Digo
esto porque la única respuesta (necesaria a estas alturas) que se ha escuchado
de parte de los mandatarios que dirigen las operaciones anti terroristas es la
acción bélica, las cuales, incluso
cuando son efectivas, -como lo demuestran las llevadas a cabo en conjunto por
el ejército sirio y la aviación rusa- y llegaran a obtener un éxito
contundente, así como la supresión de los grupos terroristas que hoy operan en
Siria e Irak, no darán solución definitiva al problema.
La
ola de terror en el Medio Oriente, que también ha afectado a Estados Unidos,
Rusia, China y Europa, fue iniciada a partir de la creación, financiamiento,
dotación de armas y adiestramiento de los talibanes y con ellos de Al Qaeda por
parte de la CIA en Afganistán en los años 80 del siglo pasado. Sin embargo,
cobró fuerza a partir de los atentados del 11 de septiembre de 2001 –conocidos
de antemano por el gobierno de Estados Unidos si nos atenemos a las
declaraciones de diez jefes de inteligencia que comparecieron a una comisión
especial del Senado que investigó los hechos-. Ello condujo a la utilización,
-por parte del Presidente Bush- de la lucha contra el terrorismo como elemento
ordenador de las relaciones internacionales y el establecimiento por la fuerza
de un mundo unipolar como modelo organizacional en el planeta.
Los
intentos de imposición de valores, de una cultura distinta y de un modelo de
democracia que siendo mejor que el dictatorial, no ha funcionado en ningún
lugar del mundo, sobre todo en aquellos países del Medio Oriente, gobernados
por monarquías putrefactas en las que no existe el menor atisbo de democracia y
se violan cotidianamente los derechos humanos, bajo la mirada cómplice de
Occidente, ha sido el caldo de cultivo para que miles de jóvenes musulmanes
excluidos, marginados y violentados en su humanidad y sus creencias, terminen
aceptando ideologías extremistas (ajenas y usurpadoras del islam) que han
comenzado a actuar en territorios cada vez más extensos y con una saña superlativa.
En
el contexto actual, caracterizado de una parte, por el inaudito incremento de
las migraciones de ciudadanos que escapan de la guerra y que huyen a Europa
como tabla de salvación para lo que Occidente ha transformado en una existencia
miserable; y de la otra, por la
continuidad de atentados contra ciudadanos inocentes e inermes en un avión
comercial civil ruso en Egipto, en un barrio de Beirut, en centros de recreación en París y en un
hotel de Bamako, capital de Mali, ese mismo Occidente sólo ha reaccionado
cuando el terror ha golpeado la capital francesa, pareciera que las otras
víctimas no tienen importancia. De tal dimensión es la deshumanización
capitalista que le da valor distinto a la vida humana, dependiendo del lugar
donde se haya nacido sometiendo al desprecio y al olvido a aquellos que
habiendo sido también inmolados por la barbarie terrorista, no han tenido la
fortuna de nacer en alguna de las ciudades de un “territorio privilegiado” al
que consideran la médula del planeta.
Ante
esta barbarie, ha reaccionado Rusia, para establecer una alianza con Irak,
Siria e Irán a fin de enfrentar de manera real al terrorismo, sin
ambigüedades; sin campañas que se hacen
en los medios, pero de las que no hay constancia en el terreno de los combates;
sin decir que se ataca al comercio petrolero ilegal de los terroristas mientras
se les da protección aérea a los mismos; sin fomentar un supuesto “terrorismo
bueno” que eufemísticamente llaman “oposición armada”, como si ello fuera
posible de manera legal en algún lugar del planeta, en carencia de apoyo y
financiamiento de una o varias potencias globales; sin entregar armas a ese
sector calificado de oposición, que a su vez las cede a los que ellos mismos
califican de terroristas.
Todo
eso, lo que ha hecho es poner en evidencia que lejos de combatir el terrorismo,
Estados Unidos y sus satélites de la OTAN lo que hacen es sostenerlo y luchar junto a él, como lo
demuestra claramente el derribo de un avión ruso en Siria, de manera artera,
alevosa y traidora de parte de la aviación de Turquía, un país que debería
estar en el podio mundial entre aquellos gobiernos que fomentan y desarrollan
el terrorismo.
No
existe un terrorismo bueno como pretenden hacernos creer los medios
transnacionales de comunicación, sus principales aliados y propagandistas. El
terrorismo es uno solo y su origen está en las entrañas de la sociedad de
clases que margina, excluye y humilla y que pretende universalizar valores, por
vía de la fuerza, llevando a la impotencia y desesperación de miles de jóvenes
que se incuban en sus propias sociedades, desde las que emanan la fuente de la
rabia que utilizan mentes criminales para encauzar un enfrentamiento contra
toda la humanidad. No hay que olvidar
que, como dijo el Papa Francisco, “el terrorismo nace de la pobreza”.
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