La búsqueda de dinamitar el Mercosur es sólo
un primer paso en otro objetivo: realizar una reconfiguración conservadora no
sólo al interior de nuestras sociedades, sino también en torno de los procesos
de unidad que en América latina y el Caribe se han dado en los últimos quince
años.
El objetivo es cada vez más claro: detrás de
las intenciones de los gobiernos de Paraguay y Brasil de que Venezuela no asuma
la presidencia pro témpore del Mercosur hay mucho más que un posicionamiento
sobre la situación interna del país caribeño. La finalidad del tándem de
cancilleres Loizaga-Serra sobrepasa con creces a Maduro, más allá de que
efectivamente busquen su salida durante el año en curso: el realineamiento
conservador intenta además congelar el funcionamiento cotidiano de esta
instancia regional que, con origen estrictamente comercial en la década del 90,
se movió a un accionar político –y con conducciones posneoliberales– a raíz de
la última década y media regional.
Fue muy claro sobre el tema el vicepresidente
del Parlasur, Daniel Caggiani, del Movimiento de Participación Popular, espacio
de José Mujica dentro del Frente Amplio, quien dijo que al no haber alteración
del orden democrático en la Venezuela bolivariana, cualquier otra intepretación
sobre los sucesos en aquel país podía abrir paso a una “flexibilidad” en torno
del funcionamiento de las democracias de la región. Caggiani hace alusión a la
irregular situación en Brasil en torno del impeachment contra Dilma Rousseff,
luego de que los peritos del Senado determinaran que no hay crimen de
responsabilidad en el accionar de la mandataria suspendida. También alude a la
reciente condena a los campesinos por los hechos de Curuguaty en Paraguay, lo
que provocó que diversas organizaciones de DDHH pusieran el grito en el cielo
ante lo que consideran la consumación de nuevos “presos políticos” en el país,
hecho que prácticamente pasó inadvertido en la prensa regional. Y, por
supuesto, Caggiani también se refiere en ese sentido a la arbitraria detención
de su compañera de bancada por la Argentina, la dirigente social Milagro Sala,
en una causa que cambia de carátula permanentemente, demostrando que la única
finalidad es que siga detenida y no la búsqueda de justicia.
El objetivo de fondo para dinamitar el
Mercosur es uno solo: esta instancia es hoy la barrera principal para que
Brasil y Paraguay giren hacia el Pacífico. Sin el Mercosur, o con esta
instancia en agonía, será mucho más fácil justificar el abrupto giro hacia el
arco de países que han firmado el Acuerdo Transpacífico (TPP). Argentina fue
pionera en esta estrategia: ya se integró como observadora de la Alianza del
Pacífico, llenando de elogios a esta instancia en todas las entrevistas y
discursos donde esto sea posible. Los recientes viajes de Macri a Chile y Perú,
y la efusiva recepción a Peña Nieto –“esta es tu casa” aseguró el presidente al
cuestionado mandatario esta semana en la Casa Rosada– ilustran con creces que
la cancillería de Malcorra busca esa nueva orientación. Pero Argentina se topa
con la misma barrera: para ingresar a la AP/TPP debería implosionar el
Mercosur, bajo la figura de “flexibilizarlo”, y luego firmar al menos dos TLC
para buscar ser miembro pleno.
Cuando los gobiernos de izquierda,
nacional-populares y progresistas tuvieron una nítida hegemonía en la
conducción de las instancias de integración fueron cuidadosos por el equilibrio
de fuerzas a nivel regional. A pesar de los berrinches de cierta prensa
hegemónica, estos gobiernos no abusaron de esta condición para confrontar a
otros modelos: el conservador Sebastián Piñera, que organizó la cumbre de la
Celac en Chile luego de la realizada en Venezuela por Hugo Chávez y antes de la
conducida por Raúl Castro en Cuba, puede dar cuenta de ello. Había una “unidad
en la diversidad”, que no sólo era un discurso sino que se verificaba en la
práctica. Pero los recién llegados Cartes, Macri y Temer comenzaron a cambiar
esas reglas. Asistimos, entonces, a una especie de “empate catastrófico” entre
ambos bloques (posneoliberal y conservador) que pone en riesgo severo el
funcionamiento cotidiano no sólo del Mercosur sino también de Unasur y Celac.
De acuerdo con esta perspectiva, estas nuevas
administraciones van por todas las instancias que intentaron (y aún lo hacen, a
pesar del pantano temporal) un ordenamiento autónomo de nuestras sociedades,
sin injerencia del hegemón de turno. La búsqueda de dinamitar el Mercosur es
sólo un primer paso en ese objetivo: realizar una reconfiguración conservadora
no sólo al interior de nuestras sociedades, sino también en torno de los
procesos de unidad que en América latina y el Caribe se han dado en los últimos
quince años. El “no hay alternativa” que se aduce fronteras adentro, buscando
reimplantar el neoliberalismo a gran escala, también intenta ser el mensaje en
relación con la política exterior: el viraje hacia la AP/TPP sería la única
opción posible ante la proliferación global de acuerdos de “libre comercio”. Se
aduce la necesidad de no quedar afuera del mundo. Como la historia demostró –y
probablemente seguirá demostrando– es un argumento falaz, que busca desterrar
creativas experiencias para retornar al “statu quo” de una integración
monitoreada (y capitaneada) desde el norte, con asimetrías que tienen gran
impacto posterior fronteras adentro, y que nos han conducido a las crisis
económicas y políticas más grandes de la historia de nuestro continente.
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