He tenido la
extraordinaria oportunidad de transitar a través de la vida en circunstancias
inusitadas, lejos de cualquier protagonismo, y en condiciones de disfrute
pleno, vivir con pasión los avatares de una existencia marcada por el devenir
que señaló el ejemplo de mis padres y su propio derrotero en las luchas por
hacer un aporte para la transformación del mundo en un lugar en el que los
ciudadanos vivan en condiciones de equidad y libertad.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Eso me llevó a conocer
la Cuba de Fidel y hoy, cuando estamos a solo días [13 de agosto] de conmemorar
el inicio de su décima década de existencia, vienen a la memoria algunos recuerdos, que sin magnificencia
alguna ni grandilocuencias innecesarias, fueron construyendo en mí, la imagen
del personaje a través de vivencias directas e indirectas que coadyuvaron a
extraer la esencia de un ser humano, que se fue erigiendo en paradigma de la
resistencia, el honor, la dignidad, la inteligencia y la valentía a la que se
aspiraba, a fin de tener la solvencia y la fortaleza necesaria para superar los
escollos y hacer de la vida, un espacio útil y provechoso para los que nos
rodean y para la sociedad, a pesar de las feroces arremetidas imperiales que
nos ha tocado sufrir en todas las latitudes y en todos los tiempos.
Era octubre de 1976, un
grupo de combatientes latinoamericanos cursábamos estudios superiores militares
en la Escuela de Artillería de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba
(FAR), Comandante Camilo Cienfuegos, ubicada en ese entonces en la fortaleza de
La Cabaña en La Habana. Era momento de pruebas finales, habíamos concluido la
mayor parte de ellas, pero faltaban “los exámenes estatales” que tomaba una
comisión del Alto Mando. Eran sumamente difíciles, por lo que el estudio se
desarrollaba con el mismo nivel de intensidad que generaba esa dificultad. El
más espinoso de todos era el de táctica y estaba pautado para el día sábado 16.
Todo marchaba sin contratiempos hasta que el 6 de octubre, un avión de Cubana
de Aviación fue hecho explotar en pleno vuelo con todos sus pasajeros a bordo
(la mayoría de ellos, jóvenes deportistas) y tripulantes, en las cercanías de
Barbados. La acción terrorista organizada por el gobierno de Estados Unidos y
ejecutada por Luis Posada Carriles y otros agentes al servicio de la CIA, causó
estupor, dolor e impotencia en el pueblo cubano. Se decidió que el funeral público en la Plaza
de la Revolución se realizara el 15 de octubre, (el día antes de nuestro
examen). Unánimemente, solicitamos ir a la Plaza, algunos opinaron que se debía
pedir una posposición de la fecha, pero la mayoría lo rechazó. A pesar del
dolor que nos embargaba, era imposible abstraerse de un sufrimiento colectivo
jamás vivido.
El viernes 15 ante una
plaza abarrotada por un pueblo sobrecogido por la consternación que significaba
el sacrifico de decenas de inocentes, Fidel hizo un discurso que interpretó
como tal vez nunca el sentir popular y concluyó diciendo “No podemos decir que
el dolor se comparte. El dolor se multiplica. Millones de cubanos lloramos hoy
junto a los seres queridos de las víctimas del abominable crimen. ¡Y cuando un
pueblo enérgico y viril llora, la injusticia tiembla!”. Ese día comencé a
entender que estaba ante un hombre de una estirpe superior, de un ser
invencible, cuando solo su convicción, era capaz de levantar a un pueblo herido
y hacer temblar con la fuerza de su verbo fulgurante al más poderoso imperio
del planeta. Ese día entendí que el pueblo cubano jamás iba a ser derrotado y
que la potencia de su quehacer se iba a manifestar más que por sus riquezas
materiales, por la fortaleza de su conciencia, que encarnaba el liderazgo de
Fidel.
Desde el mismo momento
de nuestra graduación comenzamos a hacer la práctica, mientras solicitábamos
que se nos incorporara a las misiones internacionalistas que Cuba a través de
sus fuerzas armadas cumplía en Angola o Etiopía, sin embargo tales
requerimientos chocaban con la idea de Fidel, que una y otra vez nos hizo
saber, que no era el momento y que ya llegaría una oportunidad en que las
circunstancias harían más propicia la participación de combatientes no cubanos.
Esa posibilidad se hizo patente a mediados de 1979, cuando emanaban los últimos
estertores de la dictadura somocista. Nos consultaron si estábamos dispuestos a
constituir un contingente que apoyara las acciones que desarrollaba el FSLN en
la ofensiva final.
Antes de partir a
Nicaragua, Fidel nos informó sobre la situación política y militar en
Nicaragua. Nos dijo que el FSLN se había unificado lo que permitió idear un
solo plan insurreccional. Nos dio detalles sobre la ubicación de los frentes de
guerra y las misiones más generales de cada uno de ellos en el marco de una
ofensiva final que debía terminar solo con el fin de la dictadura. Después de
esto, pasó a la misión concreta para el contingente que salía. Dijo que íbamos
al Frente Sur, que operaba en la frontera con Costa Rica, el cual debía
incursionar en una pequeña franja de territorio que iba desde el Lago de
Nicaragua hasta el Océano Pacífico. En un artículo que escribí en julio de
2009, para conmemorar el 30 aniversario de esa gesta, relataba de la siguiente
forma esa reunión con Fidel: “Explicó que hasta ahora habían sido infructuosas
las acciones para consolidar ese frente y que los combatientes nicaragüenses
con mucha valentía y heroísmo habían tenido que retirarse a Costa Rica desde
donde se preparaba un nuevo ataque a territorio nicaragüense, pero esta vez
sobre la Carretera Panamericana a partir del puesto fronterizo de Peñas
Blancas”
Más adelante “… nos
señaló con firmeza que nuestra misión consistía en apoyar a las columnas
guerrilleras sandinistas para mantenerse en el territorio ocupado, que una vez
dentro del territorio nicaragüense, se debía profundizar la ofensiva lo más que
se pudiera sin correr el riesgo de que un ataque por la retaguardia de nuestras
fuerzas pudiera “cortar” el frente en dos con el riesgo del aniquilamiento del
mismo. Que una vez ocupadas las posiciones, debíamos pasar a formas de guerra
regular, manifestada a través de la consolidación de una línea de trincheras
que se debía mantener a cualquier costo”.
Y concluía en esa
ocasión “Nos explicó que era necesario aumentar la potencia de fuego para
impedir o desestimar cualquier intento enemigo de recuperar sus posiciones y
crear condiciones para -si la situación táctica lo permitía- avanzar en la
ampliación de la ´cabeza de puente` conquistada. Comprendimos la urgencia del
envío de artilleros al Frente Sur”. Todo esto fue decisivo para el fin de la
guerra y con ella el ocaso de la dictadura somocista.
Así lo estimó,
Justiniano Pérez, último Comandante de la Escuela de Entrenamiento Básico de
Infantería (EEBI) la fuerza élite de Somoza, cuyo contingente mayor actuaba
precisamente en el Frente Sur. En un libro de su autoría Pérez reconoció que
“Las operaciones en el Frente Sur se prolongaron por 6 semanas: todo el mes de
junio y las dos semanas de julio antes de la partida del “Jefe”. La historia
del Frente Sur es triste para la Guardia Nacional (GN) por que (sic) representa
el fracaso del éxito. Fue el único y último lugar de Nicaragua donde se pudo
aglutinar una fuerza táctica organizada apresuradamente con elementos de
diferentes unidades, especialmente del Batallón Blindado y la EEBI y donde se
pudo coordinar un apoyo aéreo efectivo para fines del reabastecimiento y
emplear por primera vez en Nicaragua, del teléfono inalámbrico” y finaliza
afirmando que “ El Frente Sur resume sin lugar a dudas, el éxtasis y la agonía;
la confianza y la resignación de una pequeña fuerza que representaba lo mejor
de una institución en su postrimería. Llegó a ser la “crema y nata” de lo que
la GN pudo llegar a tener y en consecuencia, con lo mejor de lo mejor en un
solo lugar, el resto del país quedó desprotegido por que (sic) no había
autosuficiencia en ningún lado. Esta portátil de la GN quedó empantanada en la
zona sur, mientras el resto del país sin posibilidad de auxilio, caía paso a
paso. Un éxito táctico, convertido en derrota estratégica. Una trampa mortal”.
Ni más ni menos, que lo
que Fidel nos había dicho antes de salir a la zona de combate, lo cual esboza
la genialidad en la conjunción de su pensamiento operativo y estratégico.
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