Como sucedió en la
Alemania de los veinte y principios de los treinta, cuando la crisis hizo
avanzar a los comunistas pero también a los fascistas, en Estados Unidos la
crisis explica el fenómeno Sanders pero también el fenómeno Trump.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
El sistema bipartidista
estadounidense ha decidido quienes serán
los contendientes para la justa presidencial del 8 de noviembre de 2016. Para
mi gusto, hubo dos grandes novedades en la carrera por las candidaturas
presidenciales que desafiaron al
establishment de Estados Unidos de América.
En la derecha surgió una candidatura que parecía una broma al principio
y que se ha convertido un dolor de cabeza, no sólo para los demócratas sino
también para los mismos republicanos. Hoy Donald Trump se ha acercado peligrosamente en las encuestas a Hillary
Clinton y ya no resultaría sorprendente que terminara ganando las elecciones.
Desde la izquierda, surgió Bernie Sanders con un planteamiento demócrata y
antineoliberal que resulta radical para los parámetros estadounidenses. Con un
avance insospechado que resultó amenazante para la candidata demócrata del
sistema, Sanders fue la gran revelación en las primarias demócratas. Lo que
también parecía improbable en mayo de 2015, terminó siendo un gran movimiento
que enarboló la necesidad de una “revolución política”.
Al final, el
establishment demócrata se impuso a través de no pocas manipulaciones de la
dirigencia partidaria que se supone tendría que haber sido imparcial en el
proceso. En el lado republicano, no sucedió así. Ha ganado la nominación un
candidato incómodo que pone al Partido Republicano en una gran incomodidad.
Trump resulta el candidato ideal para la base blanca y ultraderechista del
partido, pero inviable para la necesidad de un partido que ha mostrado una
declinación en los últimos 25 años. Estados Unidos de América ha cambiado
cultural y demográficamente como para que un candidato reaccionario, racista, sexista, antiinmigrante y
atrabiliario sea representativo de lo que es hoy el país.
No obstante Trump ha
avanzado de manera insospechada. La razón de ello estriba en la última gran crisis en que se ha sumido el gran
imperio desde la debacle financiera de 2008. Como sucedió en la Alemania de los
veinte y principios de los treinta, cuando la crisis hizo avanzar a los
comunistas pero también a los fascistas, en Estados Unidos la crisis explica el
fenómeno Sanders pero también el fenómeno Trump. Hoy Trump ataca al Tratado de
Libre Comercio, la apertura neoliberal que ha desmantelado la industria
nacional que huye a la periferia capitalista para aprovechar sus ínfimos
salarios y altas tasas de explotación. Ha atacado el expansionismo imperial que
tiene hundido al país en una inmanejable deuda pública que lo está convirtiendo
en un gigante enfermo. Trump ha aprovechado el descontento de los trabajadores,
especialmente los blancos, y ha encauzado dicho enojo en el chauvinismo, la
xenofobia y el aislacionismo desde siempre latente en la ultraderecha
estadounidense.
El problema es que
Clinton no genera confianza. Ha defendido demasiadas posturas de la derecha
como para ahora generar entusiasmo en los partidarios de Sanders. Se deslinda
del “gran dinero” mientras recibe 48 millones de dólares de ese sector. Como su
marido, es una política de múltiples discursos. Aun así, concuerdo con Bernie
Sanders: la llegada a la Sala Oval del impredecible Trump puede tener
consecuencias insospechadas.
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