Nadie sabe hacia dónde
vamos. Algo parece quedar claro: que el diseño social, montado a partir del
colonialismo y de la esclavitud con las castas de adinerados que se afirmaron
en el poder, sea en la sociedad o en los aparatos del Estado, está llegando a
su fin.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
La plutocracia
brasilera (los 71.440 multimillonarios según el IPEA) tiene poca fantasía. Usa
los mismos métodos, el mismo lenguaje, el mismo recurso farisaico del moralismo
y del combate a la corrupción para ocultar la propia corrupción y dar un golpe
a la democracia para salvaguardar sus privilegios. Siempre que emerge una
democracia con apertura a lo social se llenan de miedo. Organizan una unión de
fuerzas que implica a sectores de la política, del poder judicial, del MPF, de
la Policía Federal y principalmente de la prensa conservadora y reaccionaria,
como es el caso del conglomerado O Globo. Así hicieron con Vargas, con Jango y
ahora con Lula-Dilma.
En una entrevista a la
Folha de São Paulo (24/04/2016), Jessé Souza, autor de La estupidez de la
inteligencia brasilera (Leya 2015), un libro que merece ser leído también con
cierta crítica, escribió acertadamente: «Nuestra élite del dinero nunca se ha
sentido comprometida con el destino del país. Brasil es palco de una disputa
entre estos dos proyectos: el sueño de un país grande y pujante para la mayoría
y la realidad de una élite de rapiña que quiere drenar el trabajo de todos y
saquear las riquezas del país para el bolsillo de media docena. La élite del
dinero manda por el simple hecho de poder “comprar” a todas las otras élites»
(Quién dio el golpe y contra quién).
En el actual proceso de
impeachment, de destitución contra la
Presidenta Dilma cuentan con un aliado poderoso: el complejo jurídico-policial
del Estado, que sustituye a las bayonetas. El vicepresidente usurpó el título
de presidente y montó un ministerio de pantomima con varios ministros
corruptos, y reduciendo los ministerios de cultura, de comunicación y la
secretaría de los derechos humanos de los negros y de las mujeres, recortando
de forma criminal el presupuesto de sanidad, de educación, atacando los
derechos de los trabajadores, el salario mínimo, la legislación laboral, las
jubilaciones y otros beneficios sociales, inaugurados en los dos mandatos
anteriores.
Detrás del golpe
parlamentario están estas fuerzas citadas por Jessé Souza. Bien lo dijo el Papa
Francisco a Leticia Sabatella cuando ésta junto con una famosa jurista tuvo,
hace dos meses, un encuentro con él en Roma, y le relataba la amenaza que corre
la democracia brasileira. El Papa comentó: «ese golpe viene de los
capitalistas».
El hecho es que estamos
todos cansados de tanta corrupción, justamente denunciada y de las prórrogas
del proceso de impeachment.
Nadie sabe hacia dónde
vamos. Algo parece quedar claro: que el diseño social, montado a partir del
colonialismo y de la esclavitud con las castas de adinerados que se afirmaron
en el poder, sea en la sociedad o en los aparatos del Estado, está llegando a
su fin.
En momentos de
oscuridad como los actuales necesitamos un marco teórico mínimo que nos traiga
luz y alguna esperanza. A mí me sirve como orientación Arnold Toynbee, el
último historiador inglés, que escribió diez volúmenes sobre la historia de las
civilizaciones. Para explicar el nacimiento, el desarrollo, la madurez y la
decadencia de una civilización usa una clave extremadamente simple pero
iluminadora: «el desafío y la respuesta» (challenge and response).
Dice Toynbee: siempre
hay crisis fundamentales en el interior de las civilizaciones. Son desafíos que
exigen una respuesta. Si el desafío es mayor que la capacidad de respuesta, la
civilización entra en un proceso de colapso. Si la respuesta ante el desafío es
excesiva, surge la arrogancia y el uso abusivo del poder. El ideal es encontrar
una ecuación de equilibrio entre el desafío y la respuesta de forma que la
civilización mantenga su cohesión, se enfrente positivamente a nuevos desafíos
y prospere.
Volviendo al caso de
Brasil. Los grupos de dinero y de poder no consiguen dar una respuesta al
desafío que viene de las bases que en los últimos años crecieron enormemente en
conciencia y en reclamación de derechos. Por más que manipulen datos, saben que
difícilmente volverán al poder central por medio de una elección. De ahí la
razón del golpe. Desmoralizados, no tienen nada que ofrecer al nuevo Brasil que
escapa de su control.
El legado de la crisis
actual será probablemente el surgimiento de otro tipo de Brasil, de democracia,
de Estado, de formas de participación popular.
Los dolores del tiempo
presente no son los dolores de un moribundo a las puertas de la muerte, sino
los dolores de parto de otro tipo de Brasil, más democrático, más participativo
y más sensible para superar la peor llaga que nos llena de vergüenza: la
abismal desigualdad social. Un Brasil finalmente más humano donde podemos ser
sencillamente felices.
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