El debilitamiento de
los contrapesos entre actores sociales y políticos con respecto de los grupos
de poder económico, así como el predominio de élites políticas de inobjetable orientación neoliberal y
pro-empresarial –desde los años 1990-, han creado las condiciones necesarias
para la imposición y reproducción del modelo de desarrollo neoliberal en
Centroamérica.
Andrés Mora Ramírez
AUNA-Costa Rica
Después de 17 años de
análisis científico de los problemas económicos, políticos, sociales,
educativos y ambientales, el informe Estado de la región,
que se publica periódicamente en Costa Rica, se ha convertido en la mejor
antología del fracaso del neoliberalismo en Centroamérica; y en la prueba
fehaciente de la inviabilidad de sus dogmas, que por estas comarcas se aplican,
todavía, como artículos de fe por parte de una clase política cuya crisis de
legitimidad es ya inocultable.
Un repaso de las
metáforas con las que los investigadores del programa académico que elabora el
informe han retratado el panorama y los desafíos centroamericanos, permite identificar rápidamente imágenes que
denuncia, una y otra vez, la desigualdad creciente, el desgarramiento y
desarticulación de la región, y el impacto que estos fenómenos tienen sobre la
vida de nuestros pueblos, especialmente de los sectores más pobres y
vulnerables de la población (por ejemplo, en 2016, la pobreza crónica y estructural de Centroamérica
se expresa en un dato demoledor: “cinco de cada seis hogares pobres tienen
necesidades básicas insatisfechas, relacionadas con la vivienda y tres además,
cuentan con un nivel de ingresos inferior a la línea de pobreza”).
En el primer informe Estado de la región
de 1999, publicado en el contexto de las negociaciones de paz y el fin del
conflicto armada, se aseguraba que “Centroamérica
está desgarrada por fracturas regionales en su desarrollo humano”,
producto de las persistentes brechas territoriales; brechas entre grupos
sociales; brechas en materia de desempeño político, económico y jurídico; y de
la desarticulación física y cultural de la zona atlántica centroamericana, así
como por la vulnerabilidad social y ambiental – sin distinción- de las
sociedades regionales.
En la edición del 2003,
el segundo informe presentó la imagen de una Centroamérica “expuesta a múltiples tensiones internas y
externas que la vuelven más compleja y difícil de interpretar”, y donde “los
progresos en el desarrollo humano, aunque esperanzadores, no son suficientes
para vencer el rezago histórico de la región, pues no siempre están articulados
en una dinámica orientada a la generación de oportunidades para amplios
sectores de la población”.
Cinco años más tarde,
en 2008, el tercer informe advertía sobre los
desafíos de una Centroamérica desdibujada, que experimentaba acelerados cambios
en distintos órdenes pero que, sin embargo, seguía atascada por su “falta de
progreso”, de tal suerte que “la suma de los cambios sociales,
demográficos, económicos y políticos no produce mejoras sensibles en el
desarrollo humano, ni convierte al istmo en un polo dinámico de crecimiento
económico y progreso social. Además, estos cambios han ampliado las profundas
brechas entre países y las aun mayores dentro de los países”.
En 2011, el cuarto informe daba cuenta de la
persistente ampliación de las brechas sociales y económicas, pese a un esbozo
de optimismo en medio de la tormenta: en Centroamérica, decía el documento, “pese a los malos tiempos, se continuaron
registrando avances, pero también preocupantes retrocesos que, en general,
vinieron a aumentar las brechas en la región y en los países. Estas involuciones
no fueron episodios aislados, sino que se inscriben en un contexto peligroso,
que conjuga múltiples amenazas y vulnerabilidades. La dimensión del riesgo es
tal, que podría provocar fracturas regionales”.
Finalmente, en 2016, la
valoración general del quinto informe Estado de la región reincide en sus
diagnósticos sobre los graves problemas en materia de desarrollo humano y los
limitados alcances de un crecimiento económico desigual, que favorece solo a
los sectores más ricos y no responde a “desafíos medulares,
históricamente no atendidos” y que amplía “las brechas
entre un sur del Istmo más dinámico y desarrollado y un centro-norte con
persistentes rezagos económicos, sociales y políticos. Estas diferencias se
agudizan a lo
interno de los
países y para ciertos grupos de población”.
Estas trágicas
continuidades ensombrecen los horizontes de futuro de una Centroamérica en la
que el debilitamiento de los contrapesos entre actores sociales y políticos con
respecto de los grupos de poder económico, así como el predominio de élites
políticas de inobjetable orientación
neoliberal y pro-empresarial –desde los años 1990-, han creado las condiciones
necesarias para la imposición y reproducción del modelo de desarrollo
neoliberal, en el que convergen los intereses del capital regional y de las
empresas transnacionales. Y donde, paradójicamente, ese Estado tan cuestionado
por el fundamentalismo neoliberal, mantiene un papel central, pero ahora como
gestor de la inversión extranjera y facilitador de los negocios privados.
Así nos va –y se nos
va- la vida en esta Centroamérica doliente del siglo XXI.
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