Costa Rica es hoy un
país profundamente confrontado ideológicamente y desintegrado social y
culturalmente. Por causa de la imposición oligárquica y neocolonial de la deletérea ideología neoliberal, nuestro
pueblo es víctima de una creciente desigualdad
socioeconómica que podría llevarnos a corto plazo a una crisis integral,
que desembocaría en una violencia incontrolable.
Arnoldo Mora Rodríguez / Especial para Con Nuestra América
Desde hace varias
semanas los costarricenses van en peregrinación al Santuario de la Virgen de
los Angeles. Estos ritos ancestrales
movilizan multitudes provenientes de todas las latitudes del país. Visto desde
nuestra historia política y cultural, un fenómeno de esta magnitud constituye
una expresión de nuestra identidad como pueblo (grupo que se aglutina en forma
estable gracias al instinto gregario como primates que somos), como nación
(grupo que se caracteriza por sus vínculos identitarios de raíz no biológica
sino cultural) y como Estado nacional (estructura legal que centraliza el poder
político con fines hegemónicos). El que una imagen sea la expresión de la
identidad nacional tiene su explicación en el hecho de que la religión
mayoritaria proviene de la conquista llevada a cabo por el Reino de Castilla.
La evangelización de sus dominios la encomendó la Corona a las “órdenes
mendicantes”: los frailes dominicos y los
franciscanos. Los dominicos, teólogos que controlaban la temida
Inquisición, se ocuparon de los dominios donde estaban asentadas las más
desarrolladas culturas nativas: aztecas, mayas, incas. Los franciscanos se
dedicaron a las regiones de menor interés geopolítico. Como lo que hoy es Costa
Rica no albergaba ni grandes culturas ni grande riquezas (oro), fueron los
franciscanos del Convento de Orosi quienes iniciaron la evangelización de estas
tierras.
En Costa Rica el culto
fue mariano, primero centrado en una imagen proveniente de la metrópoli
colonial: una princesa o infanta vestida con los colores de la Inmaculada, a
tenor de la tradición franciscana. Actualmente se venera en Paraíso con la
advocación de La Virgen de Ujarrás. Pero como esa imagen provenía de una
cultura extraña para nuestros aborígenes, un siglo después (1637) se comenzó a
fomentar entre los sectores más pobres (esclavos hacinados en la Puebla de los
Pardos) el culto a María, no ya como una
doncella proveniente de la Corte, sino
como una joven madre de rasgos “pardos” (mezcla de indio y negro). Este culto
permitió aglutinar a nuestro pueblo, al igual que se hiciera bajo diversas
advocaciones, en otras latitudes del imperio español (por ejemplo, La Virgen de
Guadalupe en México) e iniciadas en la misma época. Y no por casualidad. En la
primera mitad del siglo XVII el Imperio Español estaba en decadencia. Gracias
al culto mariano la Corona logró
aglutinar ideológicamente su inmenso imperio que amenazaba con ser engullido
por otras potencias rivales (Inglaterra, Francia).
Costa Rica es hoy un
país profundamente confrontado ideológicamente y desintegrado social y
culturalmente. Por causa de la imposición oligárquica y neocolonial de la deletérea ideología neoliberal, nuestro
pueblo es víctima de una creciente desigualdad
socioeconómica que podría llevarnos a corto plazo a una crisis integral,
que desembocaría en una violencia incontrolable. El clamor por un retorno a nuestros más auténticos valores, basados en
una tradición democrática fundada en la justicia social, que se expresa en este
peregrinaje a nuestras raíces ancestrales, constituye el mensaje de estas
celebraciones religiosas. Los cultos tienen como finalidad, según los
sociólogos (Durkheim, Levi-Brûhl, Mauss) dar identidad a los grupos sociales.
Costa Rica debe recuperar la conciencia
de sus raíces, so pena de sufrir la
desintegración de su identidad a inicios de un nuevo milenio. Tal es la razón
de ser de los ritos ancestrales.
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