Para las
Humanidades, no existe hoy tarea más urgente que la de colaborar con las
ciencias sociales y naturales en la formación del saber ambiental que permita
identificar las transformaciones que demanda la sostenibilidad del
desarrollo de nuestra especie, y el modo de llevarlas a cabo con las mayorías,
y para bien de ellas.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
“Pues, ¿quién no sabe que la lengua es jinete del pensamiento, y no su
caballo? La imperfección de la lengua
humana para expresar cabalmente los juicios, afectos y designios del hombre es
una prueba perfecta y absoluta de la necesidad de una existencia venidera.”
José Martí: “Prólogo a El Poema del Niágara”.
Nueva York, 1882
Desde mediados del
siglo XIX, el debate en torno al carácter y el alcance de las relaciones entre
la especie humana y su entorno natural ha sido – y es - un rasgo característico
de la cultura creada por el desarrollo del moderno sistema mundial. Al
presente, lo que antes podía parecer un conjunto más o menos heterogéneo de
opiniones tiende a convertirse en un tema cada vez más estructurado debido al
impacto de una crisis global en la que se vinculan de modo sinérgico el
crecimiento económico sostenido, una inequidad social persistente y una
degradación ambiental creciente.
Esta circunstancia
plantea desafíos inéditos a nuestras maneras de conocer la realidad, y actuar
frente a ella. Así, por ejemplo, si bien las ciencias naturales y sociales
pueden demostrar sin lugar a dudas que nos encontramos en una situación de
crisis en nuestras relaciones con el medio natural, no están en capacidad de
explicar las conductas que han dado origen a esa crisis, ni de establecer por
sí mismas las opciones que esta situación plantea a nuestra especie. Esa tarea
corresponde sobre todo a las ciencias sociales y a las Humanidades, y en
particular a la Historia.
Encarar este desafío,
sin embargo, plantea problemas que escapan a las funciones y capacidad de las
estructuras de gestión del conocimiento que contribuyeron a crear el sistema
mundial que conocemos. La propia organización interna de esas estructuras
presenta desde hace tiempo signos de agotamiento. Hoy va siendo evidente, por
ejemplo, que el tratamiento de lo natural y lo social como objetos separados de
conocimiento enmascara el hecho de que toda ciencia es natural, pues
todas construyen su objeto de estudio dentro de la naturaleza, y todas son también
sociales, pues ese proceso de construcción siempre está
socialmente determinado.
La
realidad, siempre superior a la idea, nos revela que hemos trascendido ya los
tiempos de las definiciones por exclusión, e ingresado en los de las
definiciones por relación. Aquellas definiciones correspondieron a una
organización del conocimiento para el crecimiento sostenido; estas otras son el
punto de partida en la tarea de poner el conocer al servicio de la
sostenibilidad del desarrollo de nuestra especie. El crecimiento sostenido, en
efecto, está al servicio de la transformación del patrimonio natural de los
humanos en capital natural; la sostenibilidad del desarrollo, en cambio,
demanda restituir ese capital espurio a la condición de patrimonio común,
restituyéndolo en su servicio a la creación de las condiciones que hacen
posible la vida en la Tierra.
La propia crisis
ambiental, en su mismo carácter sistémico, general, sinérgico y finalmente
civilizatorio, expresa esta necesidad. En efecto, las variaciones en el clima,
la destrucción de ecosistemas, la extinción de especies, la contaminación
general de la biosfera y las formas aberrantes que adopta el desarrollo de la
noosfera cuando ocurre mediante el trabajo contra la naturaleza, y no con ella,
nos indican que esta civilización, la
creada por el capitalismo entre los siglos XVI y XXI, encara ya una doble
contradicción sin solución visible.
Por un lado, enfrenta
las formas más extremas de la contradicción entre unas fuerzas productivas
desarrolladas a un grado inimaginable una o dos generaciones
atrás, y unas relaciones de producción que tornan en descartables a segmentos
cada vez mayores de la población mundial, y nutren sin cesar la incertidumbre,
la pobreza y la violencia que caracterizan la vida de esa población. Por otro,
una contradicción cada vez más evidente entre el sistema socio – productivo que
sostiene a la economía global, y las condiciones naturales de producción
imprescindibles para su funcionamiento.
Todo
esto tiene, a su vez, expresiones en el plano de la cultura con claras
incidencias en la política, donde han venido a predominar dos actitudes
principales. Una es la del negacionismo, que tanto cuerpo ha ganado en los
sectores conservadores de la política norteamericana, por citar un ejemplo
especialmente visible. La otra es la del reduccionismo característico del
debate sobre el cambio climático. Allí, en efecto, la crisis global se ve
reducida al cambio climático; la acción frente al mismo, a la adaptación y la
mitigación; estas opciones, al plano tecnológico, y éste al problema de obtener
recursos de un sistema financiero cuyas ganancias dependen del sistema que ha
entrado en crisis.[1]
Esta
circunstancia hace ya evidente la necesidad de una visión que asuma a lo social
como la modalidad característica de presencia de la especie humana en la
naturaleza; que entienda esa presencia a partir de la interacción entre sistemas
naturales y sociales mediante procesos de trabajo socialmente organizados con
arreglo a fines colectivos, y que sea capaz de comprender a los problemas
ambientales en su historicidad. Esto plantea una dificultad insuperable en el
marco de las formas tradicionales de organización del conocer, que Jason Moore
sintetiza en los siguientes términos:
la
realidad de una crisis – entendida como un punto de giro fundamental en
la vida de un sistema, de cualquier sistema – resulta a menudo difícil
de comprender e interpretar para actuar frente a ella. Las filosofías,
conceptos y narrativas que utilizamos para dar sentido a un presente global
cada vez más explosivo e incierto son – casi siempre – ideas heredadas de un
tiempo y un espacio diferentes. El tipo de pensamiento que creó la turbulencia
global de hoy no parece ser el más adecuado para ayudarnos a resolverla.[2]
En verdad, nos
encontramos (aún) en una circunstancia en la que una parte sustancial de las
premisas que sustentan nuestra gestión del conocimiento proviene del período
histórico del que emerge la crisis que encaramos hoy. Al propio
tiempo, en esa circunstancia la vieja racionalidad productivista de los siglos XIX y XX
empieza a ser desplazada por una racionalidad ambiental de nuevo tipo, gestada
desde los movimientos de trabajadores manuales e intelectuales, del campo y de
la ciudad, que enfrentan desde abajo los problemas del deterioro ambiental y la
lucha por una vida buena. Ese enfrentamiento, en efecto, estimula una
revaloración de viejos y nuevos saberes populares (y científicos), y la
formación nuevos campos de estudio, impensables ayer apenas, como la ecología
política, la economía ecológica y la historia ambiental.
El camino hacia esa
nueva racionalidad ambiental, por otra parte, está jalonado de valiosos
reencuentros. Algunos de esos reencuentros incluyen los ocurridos con Charles
Darwin, que en 1859 reinsertó a los humanos en la biosfera con su teoría
evolución de (todas) las especies por selección natural; con Karl Marx, que en
1860 mostró la forma en que el capitalismo en su desarrollo destruye tanto al
trabajo como a la naturaleza; con Friedrich Engels, que en 1876 puso en
evidencia el papel del trabajo en el desarrollo de la especie humana; con José
Martí, que de 1886 en adelante enfatizó el papel de la naturaleza en la
historia de los humanos, y de esa historia en la de la naturaleza, y con
Vladimir Vernadsky, que para 1926 demostró, a través del concepto de la
biosfera, el papel de la materia viviente en el desarrollo geológico de la Tierra,
y en 1938 el de la transformación de esa biosfera en una noosfera, a través del
desarrollo científico y tecnológico de nuestra especie, y de las formas de
organización del trabajo y la vida social correspondientes.
De este modo, vista
desde las Humanidades y a la luz de la racionalidad ambiental emergente,
resulta evidente que, siendo el ambiente el producto de las formas
históricas de relación entre las sociedades humanas y su entorno natural a lo
largo del tiempo, si deseamos un ambiente distinto, necesitamos una sociedad
diferente. Identificar la diferencia, para hacer posible lo deseable, es el
desafío mayor de la gestión del conocimiento para la gestión ambiental a
comienzos del siglo XXI.
Para las Humanidades,
no existe hoy tarea más urgente que la de colaborar con las ciencias sociales y
naturales en la formación del saber ambiental que permita identificar las
transformaciones que demanda la sostenibilidad del desarrollo
de nuestra especie, y el modo de llevarlas a cabo con las mayorías, y para bien
de ellas. Esa tarea común solo será posible si la estructura en cuyo seno tomó
cuerpo el trívium positivista que
separa esos tres campos del saber es trascendida para dar origen a otra –
nueva, y no solo renovada -, organizada en torno al hacer y el conocer de las
relaciones entre la biosfera y la noosfera.
Dejar de ser para
llegar a ser: tal es el sentido que nos revela el conocimiento que hemos ido
ganando del mundo. Tal, también, el alcance de la tarea a que la vida nos
convoca.
NOTAS:
[1] Al respecto, por
ejemplo, Mike Hulme – que enfatiza la dimensión epistémica del problema –
plantea que “Al privar al
futuro de mucho de su dinamismo social, cultural o
político, el reduccionismo climático deja al futuro libre de visiones,
ideologías y valores. El futuro resulta así sobre-determinado. Con todo, es
evidente que el futuro dista mucho de ser una zona libre de ideología. Es
precisamente el más importante territorio en el que deben ser libradas las
batallas, de creencias, ideologías y valores sociales. Y son precisamente estas
visiones del futuro imaginadas y en disputa las que – de múltiples maneras no
determinadas – darán forma a los impactos del cambio climático antrópico tanto
como lo harán los cambios en el clima mismo. Y así el futuro es reducido al
clima. (2010): Reducing the Future to
Climate: a Story of Climate Determinism and Reductionism. Osiris, Summer 2011. School of Environmental Sciences. University
of East Anglia, United Kingdom.
http://www.mikehulme.org/wp-content/uploads/2010/12/Hulme-Osiris-revised.pdf
[2] Moore, Jason W.: “Anthropocene or Capitalocene? Nature, History, and
the Crisis of Capitalism.” Introducción al libro del mismo título. Kairos PM
Press, 2016. https://www.academia.edu/24341220/Anthropocene_or_Capitalocene_Nature_History_and_the_Crisis_of_Capitalism
1 comentario:
Estimado profesor Guillermo Castro, el grupo del observatorio en ambiente y ordenamiento territorial, le desea unas Felices Fiestas. Le agradecemos el compartir el pensamiento de José Martí en estos días de reflexión y balance del año 2016.
Es obligatorio para el movimiento revolucionario y el movimiento social panameño estudiar la obra de José Martí -en estos momentos en que la soberanía e independencia de nuestros países es amenazada por el neoliberaismo.
A nombre de los compañeros del grupo del observatorio, le deseamos un próspero año nuevo -2017-.
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