Mientras los gobiernos
reprimen brutalmente la emigración, y tratan de impedirla por la fuerza, se
vanaglorian por los éxitos que sus naciones obtienen a través de estos talentos
que independientemente del país por el que compitieron son expresión de lo
mejor de esta humanidad diversa y multicultural que tiene todo el derecho de desplazarse
a donde quiera por el sueño de una vida mejor.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Las investigaciones
científicas han demostrado que los seres humanos se han desplazado a lo largo y
ancho del planeta desde que se conoce su existencia en el mismo. Es una de sus
condiciones naturales, tal vez una de las más importantes y trascendentes. Lo
particular han sido los estudios que se han hecho a partir de las
circunstancias en que se produjeron y las repercusiones en términos políticos,
económicos, sociales y culturales que han tenido en sus diferentes contextos a
través de la historia. Los instrumentos que los poderosos utilizaron en cada
etapa, signan su validez o repudio según sea el caso.
La creación de Estados
nacionales en Europa a partir del siglo XVII y la expansión por la fuerza de
las monarquías del viejo continente, creo regímenes coloniales que dividieron
pueblos, alteraron tradiciones, culturas y costumbres, además de violentar
fronteras donde existían y establecerlas donde no las había. El colonialismo creó nuevos países en los que
se impusieron las usanzas, cultura, religión e idioma de las metrópolis. Sin
embargo, a pesar del esfuerzo por
imponer una lógica universal eurocéntrica, en cada rincón del globo, los
pueblos avasallados, enfrentaron, -en virtud de su mayor o menor potencia
cultural y de su fuerza civilizatoria- la propagación maligna que se les
impuso a través de esta avalancha, dada en llamarse
modernidad.
El siglo XIX impuso una
aceleración del proceso colonial a través de la ocupación de territorios y la
reducción de los pueblos, utilizando para ello cualquier instrumento que los
poderes europeos tuvieran a su alcance. Por supuesto, este “nuevo
acontecimiento” iba a tener impactos significativos en los movimientos
poblacionales que durante aproximadamente un siglo y medio hicieron que el
planeta se fuera construyendo demográficamente de otra manera. Además, la
irrupción de Estados Unidos como potencia que desde finales del siglo XIX
pugnaba por ganarse un espacio en el concierto de los países que tomaban las
decisiones, mientas que de forma similar, Rusia aspiró a lo mismo desde
principios del siglo XX, –aunque desde otra perspectiva ideológica-, y la
ubicación geográfica de ambos actores, fuera de la Europa Occidental irrumpió
en la estructura política del planeta durante la segunda mitad de la pasada
centuria, estableciendo una nueva lógica a partir, -sobre todo- de la ilimitada
expansión de la economía estadounidense, lo cual instauró expresiones inéditas
de los desplazamientos humanos.
En tiempos más
recientes (desde finales del siglo XX), este proceso generó indudables
transformaciones identitarias, que han conllevado entre otras cosas a la cuasi
desaparición de ciertas “homogeneidades”, las innovaciones en la creación de
políticas públicas en materia de educación y cultura y a profundas mutaciones
en las estructuras de la sociedad y la economía.
Estados Unidos y Europa
se han visto sometidos, casi desde los mismos comienzos del siglo XXI a una serie de sucesos que han puesto en
evidencia el fracaso de sus políticas migratorias: incremento de acciones
violentas, manifestaciones crecientes de inmigrantes afectados por decisiones
gubernamentales, exclusión de las minorías y exacerbación del racismo, el
chovinismo y la xenofobia, todo lo cual ha sido acentuado por la suposición
mecánica de que un inmigrante es un terrorista potencial a la luz de la
política de “guerra al terrorismo” inaugurada por el Presidente Bush después de
los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos.
La ola humana de
migrantes proveniente de los países del Oriente Medio, que se calcula en
alrededor de 18 millones de ciudadanos indocumentados llegados a territorio
europeo, antes de la “primavera árabe” y el comienzo de la guerra en Siria han
cambiado para siempre la perspectiva del quehacer gubernamental de los países
de Europa, haciendo de este tema una
prioridad en la discusión para la toma de decisiones políticas y económicas. A
mediados de la década pasada, se calculaba que Palestina, Turquía, Marruecos y
Egipto tenían cada uno dos millones y medio de ciudadanos viviendo en Europa,
así mismo, la cifra alcanza a un millón para Argelia y medio millón para Túnez
y Líbano según cifras que aporta el reconocido antropólogo e investigador
mexicano Andrés Fábregas Puig. La guerra en Siria, el surgimiento del Estado
Islámico, la expansión de Al Qaeda, todo bajo paraguas y visto bueno occidental
ha venido a incrementar a niveles alarmantes estas cifras.
Sin embargo, revisando
alguna información, encontramos que en Estados Unidos la cifra más alta a la que llegó el número de migrantes indocumentados
fue de 12,2 millones en 2007, lo cual representaba el 4 % de su población,
Italia, recibió 167 mil inmigrantes en 2014 según Euronews. Por su parte datos
oficiales de la Unión Europea señalan
que en 2013 todos los países que la conforman recibieron 3.4 millones,
aunque en el mismo año salieron de ella, 2.8 millones, incluyendo ciudadanos de
un país de la Unión que se trasladaron a otro. Los mayores receptores fueron
Alemania con 693 mil dentro de una población total de alrededor de 80 millones,
es decir menos del 1% y Reino Unido con 526 mil en una población de 58 millones
es decir un poco más del 1%. Al mirar estas cifras no se entiende el escándalo
que han armado a fin de tratar de encontrar respuestas para un problema que
ellos mismos han creado. Solo desde una visión racista y xenófoba que ha
incubado en las élites del poder y la política puede explicarse la histeria
frente a un problema que como hemos explicado es tan antiguo como la humanidad
misma. ¿Qué hubiera pasado si -como Venezuela-,
recibieran a 6 millones de migrantes, de una población total de
alrededor de 30 millones, es decir el 20 % de la población (solo contando a los
colombianos) que han llegado al país por un problema que Venezuela no generó y
que responde exclusivamente a las paupérrimas condiciones de vida del país
vecino, la guerra interna, la delincuencia organizada y el paramilitarismo?.
¿Acaso el Presidente Chávez pidió ayuda internacional para concederle a esos
inmigrantes todos los derechos sociales con que cuentan los ciudadanos nacidos
en el país, incluyendo, salud y educación enteramente gratuita y posibilidad de
obtener una vivienda digna en igualdad de condiciones que los venezolanos?
Pero, en realidad lo
que motivó esta nota, es la consumación ante miles de millones de ciudadanos de
todo el mundo de un acto que devela la mayor hipocresía que se jamás se podría
haber esperado de los “dueños del planeta”. La inauguración de los Juegos
Olímpicos en Río de Janeiro mostró el
desfile de una delegación de migrantes que compitieron bajo las banderas del
Comité Olímpico Internacional (COI), decenas de litros de lágrimas se
derramaron por tal “acto de humanidad” que se insertaba en un supuesto espíritu
olímpico. Espíritu que por cierto, borró del juramento inicial de los juegos la
palabra Patria, que se utilizó por primera vez en Amberes 1920, cuando los
deportistas se comprometían “…por el
honor de nuestra patria y por la gloria del deporte” para mutarla a “por la gloria del deporte y el honor de
nuestros equipos” que se usa ahora, por supuesto, en el proceso de
mercantilización del deporte que tiende a olvidar los valores insuflados al
olimpismo por el Barón de Coubertin y que son expresión del verdadero espíritu
que debería primar en los Juegos.
Lo risible de esta
delegación de migrantes (seguramente inventada para darse golpes de pecho por
los mafiosos que dirigen el deporte mundial) es que cuando comenzaron los
eventos, se pudo observar por ejemplo, al equipo de futbol de Suecia compuesto
por tres deportistas de origen africano y cuatro árabes, o a una jugadora
alemana de tenis de mesa de origen chino, recibiendo instrucciones… en mandarín
de su técnica también alemana, y de origen chino. Asimismo, un ucraniano de
origen croata que competía en el mismo
deporte con un bosnio que representaba a Eslovenia. Vimos a un pesista mexicano
de origen cubano, a un voleibolista ruso participando por Italia y a Pedroso
una cubana que también compitió por Italia en 400 mts. con vallas. No dejó de
sorprenderme la judoca alemana de apellido Vargas, la futbolista de Dinamarca,
en cuyo dorsal pudo leerse “Gómez” y el pesista Robles de Estados Unidos, así
como el atleta británico de 400 mts. de apellido no muy inglés Uhorhogu, y al
voleibolista italiano Egoru, negros ambos como sus ancestros evidentemente
venidos de África.
Pero, lo que rebasó
todo umbral de ironía y descaro respecto
del origen de los atletas y la inmoralidad que conlleva esta mirada sobre los
inmigrantes es que de la delegación de Bahréin compuesta por 35 deportistas, 10
nacieron en Kenia, 7 en Etiopía, 6 en Nigeria, 3 en Marruecos, 2 en Jamaica, 1
en Rusia y solo 6 en su país. Este caso, no es más que un vulgar robo de
talentos por parte de una monarquía corrupta y desvergonzada.
No tengo duda que si
los migrantes, o los hijos de migrantes hubieran integrado una sola delegación,
ésta sería la más numerosa de todas las que participaron y posiblemente la que
mayor cantidad de medallas hubiera obtenido. Mientras los gobiernos reprimen
brutalmente la emigración, y tratan de impedirla por la fuerza, se vanaglorian
por los éxitos que sus naciones obtienen a través de estos talentos que
independientemente del país por el que compitieron son expresión de lo mejor de
esta humanidad diversa y multicultural que tiene todo el derecho de desplazarse
a donde quiera por el sueño de una vida mejor.
También son expresión de lo peor del capitalismo putrefacto y decadente
que lamentablemente ha transformado al deporte en un negocio y a los atletas en
mercancía.
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