Nunca
como hoy, cuando el volcán que es nuestra América emerge de nuevo coronado de
fuego, han sido tan valiosas estas experiencias y estas ideas. Una nueva
generación de jóvenes radicales está en las calles y, aunque quizás no lo
sepan, Martí está con ellos, luchando a su par.
Guillermo Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Alto Boquete,
Panamá
“Contra la verdad, nada dura:
ni contra la Naturaleza.”
José Martí[1]
Los pueblos, dijo una
vez José Martí, “son como los volcanes, se labran en la sombra, donde sólo
ciertos ojos los ven;”
y
un día brotan hechos, coronados de fuego y con los flancos jadeantes, y
arrastran a la cumbre a los disertos y apacibles de este mundo, que niegan todo
lo que no desean, y no saben del volcán hasta que no lo tienen encima. ¡Lo
mejor es estar en las entrañas, y subir con él!”[2]
Esa imagen poética hace
parte de un pensar y un hacer políticos que nacen del amplio proceso de
renovación cultural y moral que condujo a la generación de Martí a romper con
el liberalismo oligárquico hispanoamericano, y a la formación de un liberalismo
democrático radical, que tendría un amplio impacto en nuestra cultura moderna.
En ese marco, la política martiana vendría a ser así cultura en acto, expresión
práctica de virtudes de orden moral.
Esas virtudes, a su
vez, solo serían políticamente eficaces en la medida en que se correspondieran
– por afinidad o contradicción – con la realidad histórica de nuestras
sociedades. En ese sentido, decía,
La política es la verdad. La política es el conocimiento
del país, la previsión de los conflictos lamentables o acomodos ineludibles
entre sus factores diversos u opuestos, y el deber de allegar las fuerzas
necesarias cuando la imposibilidad patente del acomodo provoque y justifique el
conflicto. Lo que se tiene en el corazón, lo que se saca del corazón del país,
se dice con una fuerza que despierta a los montes dormidos, a los montes que ya
se desperezan y engalanan: y el mérito es de la verdad, y no de quien la
dice.[3]
Esa
visión de la política sustentada en la evidencia ofrecida por el estudio de la
sociedad buscaba “acomodar al fin humano del bienestar en el decoro los
elementos peculiares de la patria, por métodos que convengan a su estado, y
puedan fungir sin choque dentro de él”. Esto resulta tanto más importante en un mundo que, como
el nuestro, se encontraba “en tránsito violento, de un estado social a otro”,
en el cual
los
elementos de los pueblos se desquician y confunden; las ideas se obscurecen; se
mezclan la justicia y la venganza; se exageran la acción y la reacción; hasta
que luego, por la soberana potencia de la razón, que a todas las demás domina,
y brota, como la aurora de la noche, de todas las tempestades de las almas,
acrisólanse los confundidos elementos, disípanse las nubes del combate, y van
asentándose en sus cauces las fuerzas originales del estado nuevo: ahora
estamos, en cosas sociales, en medio del combate.[4]
En un mundo así, la
política había de ser entendida como “el arte de guiar, con sacrificio propio,
los factores diversos u opuestos de un país de modo que […] vivan sin choque, y
en libertad de aspirar o de resistir, en la paz continua del derecho
reconocido, los elementos varios que en la patria tienen título igual a la
representación y a la felicidad.[5]
Sin embargo, la
sociedad cubana emergía por entonces de una fase esclavista en su desarrollo,
que dejaba un legado de discriminación, mientras por otra parte acusaba en las
clases trabajadoras urbanas la presencia de un anarquismo sectario, activamente
promovido por las autoridades coloniales para favorecer divisiones y conflictos
internos en el movimiento independentista. A eso cabe agregar que en la visión
martiana la indepencia de Cuba del colonialismo español era concebida, además,
como una contribución al equilibrio del mundo, amenazado por los crecientes
conflictos entre potencias imperialistas que se disputaban la primacía en el
mercado mundial.
Ante
esa circunstancia, Martí podía decir en una carta a su amigo Fermín Valdés
Domínguez que aquella idea socialista, “como tantas otras”, tenía dos peligros:
“- el de
las lecturas extranjerizas, confusas e incompletas, - y el de la soberbia y
rabia indisimulada de los ambiciosos, que para ir levantándose en el mundo
empiezan por fingirse, para tener hombros en que alzarse, frenéticos defensores
de los desamparados.” Aun así, consideraba que en el pueblo cubano no era tanto
el riesgo, “como en sociedades más iracundas, y de menos claridad natural.” Por
lo mismo, decía, era necesario explicar la necesidad de “no comprometer la excelsa
justicia por los modos equivocados o excesivos de pedirla”, y “siempre con
la justicia, tú y yo, porque los errores de su forma no autorizan a las almas
de buena cuna a desertar de su defensa.”[6]
Esa tarea era tanto más
urgente, para abrir paso a la aspiración colectiva a un gobierno, concebido
como “el arte de ir encaminando sus realidades, bien sean rebeldías o
preocupaciones, por la vía más breve posible, a la condición única de paz, que
es aquella en que no haya un solo derecho mermado.”[7]
Es a la luz de esa idea, en aquella compleja realidad, que se aprecia en su
riqueza mayor su visión sobre el partido como herramienta de esa
política: la grandeza del Partido Revolucionario, dijo, consistía en que “para
fundar una república, ha empezado con la república. Su fuerza es ésa: que en la
obra de todos, da derecho a todos.”[8]
Nunca
como hoy, cuando el volcán que es nuestra América emerge de nuevo coronado de
fuego, han sido tan valiosas estas experiencias y estas ideas. Una nueva
generación de jóvenes radicales está en las calles y, aunque quizás no lo
sepan, Martí está con ellos, luchando a su par.
Alto Boquete, Panamá, 7 de
noviembre de 2019
[1] “Carta a Gonzalo de
Quesada”. Nueva York, 1892. Obras Completas. Editorial de Ciencias
Sociales, La Habana, 1975. V: 195. Todas las citas de Martí provienen de esta
edición.
[2] “Discurso en Hardman Hall, Nueva York. 17 de febrero
de 1892.” IV: 302
[4] “Cuentos de Hoy y de Mañana, por Rafael Castro Palomares”. La América, Nueva York, octubre de 1883.
V: 109.
[5] “El tercer año del
Partido Revolucionario Cubano. El alma de la revolución y el deber de Cuba en
América”. Patria, 17
de abril de 1894. III: 139.
[6] “Carta a Fermín Valdés
Domínguez”, Nueva York, mayo, 1894. III: 168.
[7] “Los pobres de la
tierra”. Patria, Nueva York, 24 de octubre de 1894.III: 304.
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