El pueblo panameño no
ha permitido que los gobiernos de turno borren la historia del país. Mucho
menos acepta que se escriba una historia que convierta en héroes a los aliados
internos del invasor extranjero.
Desde Ciudad Panamá
20 de diciembre: Día de duelo nacional. Por órdenes del presidente de
EEUU, George Bush, hace 30 años, el 20 de diciembre de 1989, las fuerzas
armadas de ese país invadieron Panamá causando la muerte de centenares o miles
de panameños, en su mayoría civiles, incluyendo muchos niños. Sólo en El
Chorrillo, barrio popular de la ciudad de Panamá, los aviones dejaron caer 400
bombas en un área de un kilómetro cuadrado.
El Chorrillo sólo se puede comparar en los anales bélicos con
Guernica, en el país Vasco, que sirvió de laboratorio de la Luftwaffe alemana
durante la guerra civil española. Sin justificación alguna, EEUU arremetió
contra una población indefensa e inocente. Los mandos militares norteamericanos
admitieron después que preparaban a sus pilotos y equipos para las guerras del
futuro, específicamente Irak.
Para justificar la masacre, EEUU dijo que quería derrocar a un
dictador y poner fin al tráfico ilícito de drogas. Además, aseguraron que querían
instalar una democracia. Todos sus argumentos eran falsos, sin fundamento
alguno. El estratega norteamericano de la invasión, el general Colin Powell,
diría que su plan tuvo gran éxito. Consistía en demoler con toda la fuerza a su
disposición a cualquier defensa panameña. Powell estaba bien informado que
Panamá no contaba con defensas militares para hacerle frente a EEUU.
Los políticos panameños de los partidos tradicionales, cómplices de
los crímenes de lesa humanidad, celebraron la invasión mientras tomaban
posesión de sus cargos escoltados por tropas norteamericanas. Muchos civiles
también festejaron trepándose a los tanques invasores con sus banderas
partidistas y la de EEUU. Las celebraciones se daban al mismo tiempo que los
hogares panameños vivían el terror de las armas del invasor extranjero.
En la Casa Blanca, Bush y sus asesores esperaban que la muestra de
fuerza desmedida (machismo) le daría un empujón en las encuestas de popularidad
en su país. El mundo entero condenó la invasión, incluyendo las Naciones Unidos
y la Organización de Estados Americanos (OEA). El mismo Bush fue castigado en
las elecciones presidenciales que siguieron la invasión. Varios generales
norteamericanos que participaron en la invasión confesaron después que no entendieron
las razones dadas por la plana mayor para invadir a Panamá.
El internacionalista panameño, Julio Yao, afirma que “la invasión
militar norteamericana fue seguida por una
“ocupación (que) duró tres anos, tras la cual EEUU dejó firmados varios
acuerdos anulables, ya que ningún Estado
bajo ocupación militar puede suscribir
tratados”. Ningún presidente panameño (ha habido siete) se ha atrevido a
denunciar a EEUU por la invasión, acto contrario al derecho internacional y a
todos los acuerdos que sostienen los principios de los derechos humanos.
Según Yao, “todos los gobiernos (entre 1990 y 2019) saquearon el
tesoro nacional, borraron los estudios de historia y por ende la memoria del
pueblo, colaboraron con la invasión, destruyeron la soberanía y empobrecieron a
la población, especialmente a los menos favorecidos”. Después de la invasión,
Panamá se convirtió en uno de los países con niveles de inequidad más altos del
mundo. Los gobernantes, bajo la supervisión de EEUU, aplicaron políticas
neoliberales que redistribuyeron las riquezas del país. Antes de la invasión,
las dos terceras partes de la producción era destinada a los salarios que
recibían los trabajadores. En la actualidad, la relación se ha invertido y los
trabajadores sólo reciben la tercera parte de las riquezas que producen.
Julio Yao asegura que “los
signos de la invasión están por todas partes. No hay consenso entre
sectores amplios de la población sobre la invasión porque las operaciones
psicológicas y mediáticas son a largo plazo. Las mismas trazaron una imagen
favorable de la invasión, que satanizó al general Noriega, haciéndolo
responsable de toda la tragedia. Muchos
todavía piensan que la invasión fue una liberación que nos salvó de una
dictadura. El primero en lanzar esta
idea fue el arzobispo de Panamá, monseñor Marcos McGrath”. Yao enfatiza que “no me lo dijeron. Yo lo
escuché porque estuve presente.
Posteriormente, la Iglesia se retractó”.
El pueblo panameño no ha permitido que los gobiernos de turno borren
la historia del país. Mucho menos acepta que se escriba una historia que
convierta en héroes a los aliados internos del invasor extranjero. El día de
duelo nacional tiene que servir para reflexionar y hacer énfasis en la
recuperación de los símbolos patrios, así como en los bienes de todos los
panameños que fueron privatizados y saqueados.
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