Radicalización
de derechas y mentiras sin disimulo: la política latinoamericana.
La criminalización de las protestas ciudadanas en el mundo ha sido la
respuesta de los centros de poder económico y político, amenazados con la
pérdida de privilegios y espacios de decisión. Las calles han hablado claro y,
como respuesta, han recibido los duros golpes de la represión. Sin embargo, los
diques van cediendo cada vez más y aquella ciudadanía indecisa y acomodada
comienza ya a decantarse por la protesta. Sin embargo, aun cuando los cuerpos
institucionales armados y entrenados para contener la frustración de los
pueblos han causado muertes y daños severos a quienes expresan su descontento
con el sistema, la dinámica es ya difícil de contener a pesar de tácticas
represivas más propias de situaciones de guerra que de contención de
manifestaciones ciudadanas.
Ante esta realidad, se han disparado desde el corazón del imperio
neoliberal los mecanismos de la nueva Guerra Fría y, sin disimulo alguno, los
presidentes sumisos al poder económico abren las compuertas y permiten la
intervención de elementos capaces de hacerles la tarea sucia: acallar las
protestas y fortalecer a esos gobiernos, no importando cómo ni a qué precio.
Hoy Chile es un espejo en donde se puede ver la mano externa que viene al
rescate de un sistema caduco y fracasado. Por supuesto, cuenta con la indudable
complicidad del puñado de familias poderosas y sus círculos de influencia,
aterrados con la perspectiva de ver afectados sus intereses en el corto plazo.
El presidente chileno, uno de los hombres más acaudalados del
continente y también uno de los más despreciados en su propio país, se ha
revelado en toda su pequeñez al sabotear la COP25, importante cumbre sobre el
cambio climático, en donde el gobierno chileno dejó en evidencia su decisión de
sacrificar el futuro del planeta en una balanza cuyo peso mayor es el beneficio
particular de los sectores corporativos, en cuyas operaciones reside el mayor
peso de la degradación ambiental del globo. La fracasada intervención de Chile
en el evento y su presentación de un texto alejado de los Acuerdos de París fue
la ratificación de una postura contraria a las evidencias científicas, pero
sobre todo su indiferencia ante la creciente preocupación de los pueblos por
los nocivos efectos de las emisiones de carbono provocadas por la industria.
En otros países de la región se comienza a perfilar un retroceso a los
años de la Guerra Fría, cuando la estrategia de intervención desde Estados Unidos
era totalmente abierta y descarada. En Bolivia, por ejemplo, puso a funcionar a
su títere mayor –la OEA- hasta conseguir sacar del poder al único mandatario
del continente que había realizado un trabajo sorprendente en uno de los países
más golpeados y desiguales de América Latina. Esto, quizá, como respuesta a su
fracaso en las elecciones de Argentina, en donde la balanza hacia el socialismo
le asestó un duro revés. Mientras tanto, el discurso moralista –democracia,
derechos humanos y lucha contra las drogas- no resiste el menor análisis cuando
se observa la manera cómo el Departamento de Estado actúa frente a los crímenes
cometidos por gobiernos mucho más débiles y corruptos, como el guatemalteco,
para asegurarse el uso del territorio de esa nación en su política anti
inmigrantes. Estos peleles, obedientes ante el poder supremo de las grandes
corporaciones y los gobiernos del primer mundo, son incapaces de comprender los
alcances de su traición y arrastran a sus naciones sin el menor escrúpulo, hacia
la miseria y la destrucción.
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