"Fracaso" es
el vocablo más utilizado a la hora de evaluar la 25 Conferencia de las Naciones
Unidas sobre el Cambio Climático (COP-25), realizada del 2 al 13 de diciembre
en Madrid. Luego de un cuarto de siglo y de otras tantas conferencias, el
cambio climático sigue avanzando y se transforma en caos climático para los
sectores populares del Sur global, los más afectados por catástrofes evitables.
Raúl Zibechi / LA JORNADA
En esta conferencia,
los países emergentes como China, India y Brasil se mostraron contrarios a
elevar las restricciones necesarias para revertir daños. Estados Unidos y
Australia también jugaron un papel en el fracaso de la conferencia. En todo
caso, las presiones de las multinacionales petroleras y de la geoingeniería,
aliadas con los gobiernos, tienen motivos de sobra para evitar cualquier acción
contundente.
En todo este proceso y
durante la conferencia en Madrid, se han multiplicado las manifestaciones
populares con el objetivo de presionar a las autoridades para que se involucren
seriamente en el asunto.
Creo que tanto las
personas activas vinculadas a ONG como las militantes ambientalistas, se
equivocan tanto en sus prioridades como en los métodos de acción que están
empleando. Intentaré explicarlo.
En primer lugar,
difundir la idea de que los gobiernos pueden hacer algo respecto al cambio
climático y que las Naciones Unidas son un ámbito para vehiculizar políticas
positivas, me parece erróneo porque propagamos la confusión sobre las supuestas
bondades del sistema. Todo el entramado de convenios como el Protocolo de Kioto
y los Acuerdos de París, no han conseguido nada.
Que a estas alturas
tengamos confianza en las Naciones Unidas, es tanto como creer en los Estados
para la solución de nuestros problemas. Entiendo que las ONG acudan a cada
convocatoria, porque tienen intereses comunes con el sistema internacional e
interestatal. Pero me parece desacertado que las y los militantes de abajo lo
hagan, porque induce a confusión y desvía la atención sobre los problemas
centrales, que no son otros que el capitalismo.
La clave del cambio
climático hay que buscarla en la brutal concentración de poder en el uno por
ciento más rico. Hasta que no sean desplazados o derrotados, no habrá la menor
chance de cambiar nada en este mundo, en particular para los sectores populares.
Prueba de ello es que luego de 25 conferencias, con gastos gigantescos en
traslados, hoteles e infraestructura, el poder del uno por ciento se ha
incrementado y el cambio climático sigue su camino depredador.
En segundo lugar, las
manifestaciones no tienen mucha utilidad. Tal vez sirven para calmar la
ansiedad y el sentimiento de culpa de las clases medias globales. Llevamos casi
dos siglos haciendo manifestaciones, algunas gigantescas, con millones en las
calles. Los resultados son siempre los mismos: luego de la euforia, la gente
vuelve a su rutina y nada cambia.
Lo que nos hace falta,
es organizarnos en cada territorio, en cada barrio y en cada colonia, para
autogobernarnos y no depender de los gobiernos sino de las decisiones de
nuestras comunidades. Cuanto más organizado está un pueblo, menos
manifestaciones realiza. Así nos enseñan los mapuche, los mayas y tantos otros
pueblos que construyen sus autogobiernos.
La manifestaciones
están siendo performances mediáticas de individualidades urbanas que no
encuentran (no encontramos) otros modos. No condeno las manifestaciones, en las
que participo a falta de algo mejor. Pero debemos aceptar que son útiles cuando
desembocan en alzamientos como los que suceden estos meses.
La tercera cuestión,
tal vez la más importante, es que sólo vemos una parte de la responsabilidad
del cambio climático. En efecto, las multinacionales y sus gobiernos son
grandes responsables, tanto las de los países del Norte como las de los países
emergentes. Pero no queremos ver que la cultura consumista que practicamos es
una de las grandes responsables del caos climático y del colapso al que nos
dirigimos.
Si no transformamos la
cultura hegemónica, no sólo la de las clases dominantes sino también la de los
sectores populares, no avanzaremos un solo paso en el combate al caos
climático. Esa cultura gira en torno al consumismo. ¿Quién les dice a los
hindúes, por ejemplo, que no compren más coches, cuando poseen cuarenta veces
menos vehículos por habitante que los estadunidenses? Para reducir el consumo,
sería necesaria una dictadura feroz.
En vez de acudir como
manso relleno a esas conferencias, creo que debemos dedicar nuestros esfuerzos
a la construcción de arcas comunitarias para afrontar la tormenta que ya se
cierne sobre nuestros pueblos. Días atrás compartí un encuentro con la
universidad trashumante en Córdoba, Argentina. Todas las familias de los
barrios populares sufrieron asesinatos o violaciones. La tormenta sistémica ya
está entre nosotros, pero no afecta a las clases medias (por ahora) sino a los
pueblos originarios, negros y pobres.
¿Seguiremos haciendo
foco en encuentros por arriba?
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