Sabemos que la epopeya
argentina marca un antes y un después en la región y en el mundo. Sabemos que
los pueblos de distintos continentes están en la calle manifestando sus
reclamos y, aunque los dueños del poder siguen sin escucharlos, una bocanada de
aire fresco viene desde el Sur trayendo la esperanza de recuperar nuevamente
las instituciones para quien verdaderamente es el soberano.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra
América
Desde Buenos Aires, Argentina
El presidente de Argentina, Alberto Fernández, frente al pueblo que acudió a la Plaza de Mayo. |
Volver a empezar, a
empezar de nuevo con 37°C, un calor insoportable. Una jornada que comenzó el
día anterior, cuando salíamos desde cada provincia del dilatado territorio
nacional.
La Plaza de Mayo, la
plaza de todos, se llenó de nuevo como nunca y como nunca la gente fue feliz.
Una plaza sin vallas. Una plaza abierta, liberada. Una plaza con humo de
choripanes no de gases lacrimógenos asfixiando a la gente y policías
repartiendo palos a diestra y siniestra.
Una plaza feliz, un
espacio público recuperado para el público, como debe ser, como nunca debió
dejar de ser.
Un día de sol, un día
peronista. Personas de todos los rincones del país nos hicimos presente para
acompañar la asunción del nuevo presidente de todos. Rostros morenos norteños,
de los pueblos originarios, de todos los sindicatos, con todos los estandartes
y banderas de lucha. Rostros colorados, frentes sudorosas por el sol
calcinante. Todos hermanados en una alegría colectiva como pocas veces se ha
visto, como participando de una ceremonia profana, de una hermosa celebración
como lo realmente fue. Con escenario y músicos amigos, como hace 36 años cuando
recuperamos la democracia.
Pero volvamos a lo que
no debió suceder jamás, pero pasó. Desde aquel fatídico diciembre de 2015, me
propuse dar testimonio semanalmente de lo que iba a ocurrir, conociendo el
caletre de quienes venían a arriar con todo.
Nadie imaginó, ni lo
podía imaginar incluso conociendo los antecedentes mafiosos, cómo realmente iba
a ser la “gestión”. Quizá quien sabía con seguridad lo que iba a ocurrir fue
CFK, pues lo dijo varias veces en la misma plaza al despedirse: no les dejo un
país fácil. Pero así y todo, aquellos que votaron engañados pensando que iban a
venir un cambio para mejor, jamás imaginaron la velocidad destructiva de
aquellos voraces empresarios devenidos funcionarios.
Lo vimos y
testimoniamos desde el primer día, semana a semana, que sería innecesario
volver a torturarnos con el recuerdo.
Lo que jamás imaginamos
fue volver de nuevo, desde la presentación de su libro en la Feria
Internacional del libro en la Rural, aquel 5 de mayo de 2019, cuando todos
esperábamos una señal del Frente Nacional y Popular que nos orientara hacia
donde iría la cosa.
Luego vino el 18 del
mismo mes en que anunció la formula con Alberto, hecho insólito que descolocó a
propios y ajenos y luego el vendaval de adhesiones como nunca se había visto,
porque todos comprendieron que la única manera de vencer al neoliberalismo
enquistado era unirse, unirse dejando de lado las mezquindades, intereses
personales.
Para comprender el
fenómeno político más importante de este siglo, volver desde el olvido, desde
el escarnio y la injuria, con todo el arco mediático en contra, con todo el
aparato judicial acorralándola y desde allí volver a instalarse en la Rosada.
Digan lo que digan, que la historia empiece a escribirse con mayúscula, es una
verdadera muestra de la capacidad constructiva y articuladora de Cristina
Fernández, quien como nadie supo advertir, correrse a un costado y darle el
privilegio de conducir el proceso a Alberto Fernández en pocos meses hasta
llegar a las PASO. A partir de allí, todo se desencadenó hasta ahora con la
llegada nuevamente a la Casa Rosada.
Literatura y ciencias
sociales me atraviesan a sabiendas que las palabras se coagulan en el cuerpo y
lo modifican tanto como la discusión entre memoria e historia, en las que
siempre gana la vida vivida hecha memoria.
Tenía 7 años cuando vi
pasar desde el segundo piso de mi escuela, los camiones cargados de soldados
que derrocarían a Perón en el golpe militar de 1955. Desde mi niñez no dejé de
sorprenderme la caza de brujas que vendría después, las persecuciones dentro
del mismo barrio en que vivía, entre mis vecinos de la cuadra. Poco supe del
bombardeo a la Plaza de Mayo y los fusilamientos de José León Suárez, mucho
menos lo que hicieron los milicos con el cadáver de Eva Perón, algo aberrante,
inhumano como todas las represiones avaladas por el poder bárbaro de las armas,
cárceles llenas de dirigentes políticos, sociales, sindicales, intelectuales.
Una revancha feroz como sigue siéndolo ahora en Chile, Bolivia, Ecuador y
varios países más que quieren disciplinar con sangre.
Ellos crearon
Resistencia Peronista y las 62 Organizaciones gremiales y colaboraron con la
prescripción del peronismo para que luego de 18 años, volviera el viejo General
al poder.
Luego vinieron años de
lucha y proscripciones en las que el enemigo jamás ahorró sangre popular.
Siempre fuimos carne de cañón, pero como siempre, con cada caída volvimos a
levantarnos.
La Plaza llena como el
17 de octubre de 1955, como en el renunciamiento de Eva Perón en 1951, como en
1973 y en el 74, como con la vuelta de la democracia y Alfonsín en 1983. Como
ahora, celebrando los 36 años de democracia en que un presidente no peronista
entrega el poder a un presidente peronista. Presidente que en un día, él y sus
ministros hicieron más que Macri en sus cuatro años y su mejor equipo de los
últimos 50 años. Ministros que, como Alberto Fernández salieron de la
Universidad pública argentina, no “cayeron” en la educación privada como los
pobres niños ricos, cuya cultura quedó expuesta en toda su endeble estructura.
Varios militantes
septuagenarios nos reconocimos en las terminales de ómnibus y en las calles y
en la Plaza. Viejos conocidos nos mirábamos con orgullo y nostalgia de otras
épocas y luchas pasadas. Todos felices de ser protagonistas de esta
recuperación popular. Sonrientes porque todavía podíamos soportar largas
jornadas al sol, a la intemperie, disfrutando compartir los mismos sueños
adolescentes de libertad y esperanza. Nadie nos pudo robar eso, ni la dictadura
feroz ni estos años negros.
Una nueva Argentina se
pone en marcha. Una Argentina que no mira para atrás ni se queda ahogada en
rencores y venganza. No hay olvido, no hay perdón, pero hay memoria histórica
para que Nunca más, como reiteró el nuevo presidente, volvamos a una justicia
complicada con el poder político y el espionaje. Nunca más para la democracia
oscura, para los sótanos en que los servicios de inteligencia hacen y deshacen
como han hecho los medios.
Sabemos que la epopeya
argentina marca un antes y un después en la región y en el mundo. Sabemos que
los pueblos de distintos continentes están en la calle manifestando sus
reclamos y, aunque los dueños del poder siguen sin escucharlos, una bocanada de
aire fresco viene desde el Sur trayendo la esperanza de recuperar nuevamente
las instituciones para quien verdaderamente es el soberano. Utopía desgastada,
hecha girones tras tantas luchas y muertes, pero vigentes a la hora de poderla
de pie.
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