¿Tendremos tiempo y sabiduría suficientes para
cambiar la lógica del sistema implantado hace siglos que ama más la acumulación
de bienes materiales que la vida? Eso dependerá de nosotros.
Leonardo
Boff / Servicios Koinonia
Un anuncio-propaganda de un canal de televisión
muestra a un grupo interétnico cantando: “Mi patria es la Tierra”. Aquí se
revela un estado de conciencia que deja atrás la idea convencional de patria y
de nación. En efecto, vivimos todavía bajo el signo de las naciones, cada cual
autoafirmándose, cerrando o abriendo sus fronteras y luchando por su identidad.
Esa fase, todavía vigente, pertenece a otra época de la historia y de la
conciencia. La globalización no es sólo un fenómeno económico. Representa un
dato político, cultural, ético y espiritual: un nuevo paso en la historia del
planeta Tierra y de la Humanidad.
Hace algunos miles de años la especie humana salió
de África, de donde surgimos en el proceso evolutivo (somos todos africanos), y
conquistó todo el espacio terrestre formando pueblos, ciudades y
civilizaciones. Fernando de Magallanes hizo en tres años (1519-1522) la
circunnavegación de la Tierra y comprobó empíricamente que es efectivamente
redonda (no plana como una obtusa visión sostiene todavía). Después de la
expansión, llegó el tiempo de la concentración, del retorno del gran exilio.
Todos los pueblos se están encontrando en un único lugar: en el planeta Tierra.
Descubrimos, más allá de las nacionalidades y de las diferentes etnias, que
formamos una única especie, la humana, al lado de otras especies de la gran
comunidad de vida.
Con esfuerzo estamos todavía aprendiendo a convivir
acogiendo las diferencias sin dejar que se transformen en desigualdades.
Respetando la riqueza acumulada por las naciones y etnias, que revelan los
distintos modos de ser humanos, nos enfrentamos a un desafío nuevo, que nunca
había existido antes: construir la Tierra como Casa Común. Crece la conciencia
de que Tierra y Humanidad tienen un destino común. Xi Jinping, jefe de Estado
de China, lo formuló muy bien: tenemos el deber de construir la “Comunidad de
Destino compartido para la humanidad”.
El éxito de esta construcción nos traerá un mundo
de paz, uno de los bienes más ansiados por todos. Vivir en paz, ¡oh que
felicidad! Esa paz es lo que nos falta en la actualidad. Por el contrario,
vivimos en guerras regionales letales y una guerra total movida contra Gaia, la
Tierra viva, nuestra Madre Tierra, atacada en todos los frentes, hasta el punto
de que muestra su indignación a través del calentamiento global y del
agotamiento de sus bienes y servicios, sin los cuales la vida corre peligro.
En este contexto vale la pena revisitar a un
filósofo, Immanuel Kant (+1804), uno de los primeros en pensar una República
Mundial (Weltrepublik), aunque nunca había salido de su pequeña ciudad
de Königsberg en Alemania. Aquella solo se consolida si consigue instaurar una
“paz perenne”. Su famoso texto de 1795 se llama exactamente “Para una paz
perenne” (Zum ewigen Frieden).
La paz perenne se sustenta, según él, sobre dos
pilares: la ciudadanía universal y el respeto a los derechos humanos.
Esta ciudadanía se ejerce en primer lugar por la
“hospitalidad general”. Precisamente porque, dice él, todos los humanos tienen
el derecho de estar en ella y de visitar sus lugares y los pueblos que la
habitan. La Tierra pertenece comunitariamente a todos.
Frente a los pragmáticos de la política, por lo
general poco sensibles al sentido ético en las relaciones sociales, enfatiza:
”La ciudadanía mundial no es una visión de fantasía sino una necesidad impuesta
por la paz duradera”. Si queremos una paz perenne y no solo una tregua o una
pacificación momentánea, debemos vivir la hospitalidad y respetar los derechos.
El otro pilar son los derechos universales. Estos,
en una bella expresión de Kant, son “la niña de los ojos de Dios” o “lo más
sagrado que Dios puso en la tierra”. Su respeto hace nacer una comunidad de paz
y de seguridad que pone un fin definitivo “al infame beligerar”.
El imperio del derecho y la difusión de la
ciudadanía planetaria expresada por la hospitalidad deben crear una cultura de
los derechos, generando de hecho la “comunidad de los pueblos”. Esta comunidad
de los pueblos, enfatiza Kant, puede crecer tanto en su conciencia, que la
violación de un derecho en un sitio se siente en todos los sitios, cosa que más
tarde repetirá por su cuenta Ernesto Che Guevara.
Esta visión ético-política de Kant fundó un
paradigma inédito de globalización y de paz. La paz resulta de la vigencia del
derecho y de la cooperación jurídicamente ordenada e institucionalizada entre
todos los Estados y pueblos.
Diferente es la visión de otro teórico del Estado y
de la globalización, Thomas Hobbes (+1679). Para este, la paz es un concepto
negativo, significa ausencia de la guerra y el equilibrio de la intimidación
entre los estados y pueblos. Esta visión funda el paradigma de la paz y de la
globalización en el poder del más fuerte que se impone a los demás. Esta visión
predominó durante siglos y hoy ha vuelto poderosamente a través del singular
presidente de USA, Trump, que sueña todavía con un solo mundo y un solo
imperio, el norteamericano. Los Estados Unidos decidieron combatir el
terrorismo con el terrorismo de Estado. Es la vuelta amenazadora del
Estado-Leviatán, enemigo visceral de cualquier estrategia de paz. En esta
lógica no hay futuro para la paz ni para la humanidad.
Hoy nos enfrentamos a este escenario: si por la
locura de un gobernante o por la Inteligencia Artificial Autónoma se activaran
los arsenales de armas nucleares podría ser el fin de nuestra especie. Et
tunc erat finis. ¿Tendremos tiempo y sabiduría suficientes para cambiar la
lógica del sistema implantado hace siglos que ama más la acumulación de bienes
materiales que la vida? Eso dependerá de nosotros.
No hay comentarios:
Publicar un comentario