Como vemos, la paz (y
la felicidad) están relacionadas con verse libres de la miseria, la
inseguridad, la ignorancia y las situaciones que atropellan la dignidad humana.
Pero también están vinculadas a los motivos para vivir, luchar, gozar, sufrir y
esperar.
Carlos Ayala Ramírez / ALAI
"Humanidad", óleo de Pavel Eguez. |
Al final y principio de
cada año se vuelve rutinaria la frase: “Happy New Year” (Feliz año Nuevo). Lo
repite todo mundo: las personas, las instituciones públicas y privadas, los medios
de comunicación, las organizaciones ciudadanas, las congregaciones religiosas,
etc. Con ello se expresa un saludo, deseo, o sentimiento que, por lo general,
se queda en palabras reiterativas sin mayor contenido concreto. A lo sumo, el
concepto de felicidad suele reducirse a la satisfacción de los intereses
individuales, quitándosele su dimensión colectiva. Desde luego, que el saludo
seguirá pronunciándose, pero eso no quita que por un momento pensemos en el
sentido de la expresión y en la necesidad de pasar de las palabras a los
hechos. Ello implicará tener valores e ideas que orienten e inspiren una nueva
práctica que posibilite una felicidad verificable, personal y social.
En esa expectativa de
valores e ideales que conduzcan a una práctica que pueda representar un punto
de inflexión en la vida de las personas y los pueblos, es elogiable la
tradición de los mensajes papales en torno a la paz, proclamados al inicio de
cada año. Ahí encontramos una perspectiva “providente”, esto es, que ve más
allá de lo inmediato, de los intereses particulares, que se guía por el
principio de realidad, entendido no como aceptación resignada de lo que se
suele dar, sino como búsqueda de lo que debe haber. Este talante lo encontramos
en el ministerio pastoral del papa Francisco.
En su mensaje para la
Jornada Mundial de la Paz 2020, titulado: “La Paz como camino de esperanza:
diálogo, reconciliación y conversión ecológica”, el papa habla de la necesidad
de impulsar “caminos” que lleven a “despertar en las personas la capacidad de
compasión y solidaridad creativa”. La imagen del camino nos remite a dar pasos,
tomar decisiones, superar obstáculos, abandonar sendas erráticas y descubrir
horizontes nuevos. Todo es parte del camino. En esa línea, el mensaje del papa
aborda la construcción de la paz como un camino de esperanza ante los
obstáculos y pruebas; camino de escucha basado en la memoria, la solidaridad y
la fraternidad; camino de reconciliación en la comunión fraterna; y camino de
conversión ecológica.
La paz, como objeto de
nuestra esperanza, surge por el “aumento de las desigualdades sociales y la
negativa a utilizar las herramientas para el desarrollo humano integral”. En
ese sentido se menciona la realidad de “tantos hombres y mujeres, niños y
ancianos a los que se les niega la dignidad, la integridad física, la libertad,
incluida la libertad religiosa, la solidaridad comunitaria, la esperanza en el
futuro”. Todos ellos, “víctimas inocentes que cargan sobre sí el tormento de la
humillación y la exclusión, del duelo y la injusticia”.
Ahora bien, frente a
ese contexto, el papa cuestiona: “¿cómo construir un camino de paz y
reconocimiento mutuo? ¿Cómo romper la lógica morbosa de la amenaza y el miedo?
¿Cómo acabar con la dinámica de desconfianza que prevalece actualmente?”. Él
propone “buscar una verdadera fraternidad, que esté basada sobre nuestro origen
común en Dios y ejercida en el diálogo y la confianza recíproca”. Es un trabajo
constante y paciente “que busca la verdad y la justicia, que honra la memoria
de las víctimas y que se abre, paso a paso, a una esperanza común, más fuerte
que la venganza”. Explica que, en términos políticos, la democracia puede ser
un paradigma significativo de este proceso, si se basa en la justicia y en el
compromiso de salvaguardar los derechos de cada uno, especialmente si es débil
o marginado”.
La paz como sendero de
reconciliación y comunión fraterna, implica “abandonar el deseo de dominar a
los demás y aprender a verse como personas, como hijos de Dios, como hermanos”.
Se reitera que “sólo eligiendo el camino del respeto será posible romper la
espiral de venganza y emprender el camino de la esperanza”. El criterio vale
también para ámbito político y económico puesto que, “nunca habrá una paz
verdadera a menos que seamos capaces de construir un sistema económico más
justo.
Finalmente, ante las
consecuencias de nuestra hostilidad hacia los demás, la falta de respeto por la
casa común y la explotación abusiva de los bienes naturales, se plantea la
urgencia y necesidad de una conversión ecológica. Conversión que ha de
llevarnos a una “nueva forma de vivir en la casa común, de encontrarse unos con
otros desde la propia diversidad, de celebrar y respetar la vida recibida y
compartida, de preocuparse por las condiciones y modelos de sociedad que
favorecen el florecimiento y la permanencia de la vida en el futuro, de
incrementar el bien común de toda la familia humana”.
Como vemos, la paz (y
la felicidad) están relacionadas con verse libres de la miseria, la
inseguridad, la ignorancia y las situaciones que atropellan la dignidad humana.
Pero también están vinculadas a los motivos para vivir, luchar, gozar, sufrir y
esperar. La próxima vez que digamos “Feliz año nuevo”, que no sea solo un
saludo cordial. Que pensemos en poner en marcha nuevas energías y reavivar una
nueva esperanza. Porque, como dice el documento, “el mundo no necesita palabras
vacías, sino testigos convencidos, artesanos de la paz abiertos al diálogo sin
exclusión ni manipulación”.
- Carlos Ayala Ramírez
es profesor de la Escuela de Pastoral Hispana de la Arquidiócesis de San
Francisco, CA. Profesor del Instituto Hispano de la Escuela Jesuita de
Teología, Santa Clara University. Docente jubilado de la UCA.
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