Al cabo de treinta años de neoliberalismo triunfante, la educación en
nuestras sociedades se ha visto ideologizada
a un punto de rigidez que impide reconocer a nuestros pueblos en lo que
han venido a ser y, sobre todo, en lo que podrían llegar a ser.
Guillermo
Castro H. / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad Panamá
Para Bolívar Franco,
cuyo vivir honra tanto
su nombre como su apellido
“Conocer es resolver”, dijo una vez José Martí, y agregó enseguida:
“Conocer el país, y gobernarlo de acuerdo al conocimiento, es el único medio de
librarlo de tiranías.”[1] Ese conocer no se reduce a la
mera adquisición escolar de conocimientos sobre una gama de temas. Por el
contrario, el conocer para un fin tan complejo como el que plantea Martí es,
también, el proceso de producir ese conocimiento.
En esa perspectiva, el conocer para cambiar el mundo gana en riqueza
al ganar en amplitud sin perder en profundidad. Por lo mismo, en el proceso del
conocer emerge desde un primer momento el doble carácter, a la vez integral y
práctico, que define la calidad del conocimiento así producido, que Martí
sintetiza en los siguientes términos:
A adivinar salen los jóvenes al mundo, con
antiparras yanquis o francesas, y aspiran a dirigir un pueblo que no conocen.
En la carrera de la política habría de negarse la entrada a los que desconocen
los rudimentos de la política. El premio de los certámenes no ha de ser para la
mejor oda, sino para el mejor estudio de los factores del país en que se vive.
[…] Conocerlos basta, sin vendas ni ambages; porque el que pone de lado, por
voluntad u olvido, una parte de la verdad, cae a la larga por la verdad que le
faltó, que crece en la negligencia, y derriba lo que se levanta sin ella.[2]
Esta advertencia es hoy tan urgente como entonces. Al cabo de treinta
años de neoliberalismo triunfante, la educación en nuestras sociedades se ha
visto ideologizada a un punto de rigidez
que impide reconocer a nuestros pueblos en lo que han venido a ser y, sobre
todo, en lo que podrían llegar a ser. Ante esa circunstancia, es bueno recordar
cómo nos advertía Martí que era de pensamiento “la lucha mayor que se nos
hace”, y que por tanto era necesario ganarla “a pensamiento”.[3] Para eso, dijo, era imprescindible que quienes desearan opinar
empezaran por estudiar, pues
No
se opina con la fantasía, ni con el deseo, sino con la realidad conocida, con
la realidad hirviente en las manos enérgicas y sinceras que se entran a
buscarla por lo difícil y oscuro del mundo. Evitar lo pasado y componernos en
lo presente, para un porvenir confuso al principio, y seguro luego por la
administración justiciera y total de la libertad culta y trabajadora: ésa es la
obligación, y la cumplimos. Ésa es la obligación de la conciencia, y el dictado
científico. [...] Amemos la herida que nos viene de los nuestros. Y fundemos,
sin la ira del sectario, ni la vanidad del ambicioso. La revolución crece.”[4]
No hay, en efecto, otra
vía para ganar en la batalla de ideas. Aun así, ella no basta. Es necesario que
ese estudio se forje como herramienta de política al calor del debate con los
viejos y nuevos adversarios de la necesidad del cambio que demanda la lucha por
esa libertad “culta y trabajadora.” Y esto demanda trascender las formas del
pensar y el debatir que nos ha legado momentos anteriores de nuestra historia –
como el prolongado invierno de la Guerra Fría -, que tan bien perduran en la adicción a las
Inquisiciones que nos viene de la raíz colonial de nuestra América.
Otros han enfrentado ya este problema en
la historia contemporánea del sistema mundial. Antonio Gramsci, por ejemplo,
desde la lucha contra el fascismo y la resistencia temprana al estalinismo, nos
advirtió a principios de la década de 1930 que ante los problemas histórico - políticos no era
posible “concebir la discusión científica como un proceso judicial, con un
acusado y un fiscal que, por obligación, debe demostrar que el acusado es
culpable y debe ser puesto fuera de la circulación.” Por el contrario,
En la discusión
científica se supone que el interés radica en la búsqueda de la verdad y en el
progreso de la ciencia y por esto demuestra ser más “avanzado” el que adopta el
punto de vista de que el adversario puede expresar una exigencia que debe
incorporarse, aunque sea como momento subordinado, a la propia construcción.
Comprender y valorar realísticamente la posición y las razones del adversario (y
a veces el adversario es todo el pensamiento anterior) significa
precisamente haberse liberado de la prisión de las ideologías (en el sentido
peyorativo de ciego fanatismo ideológico), es decir, significa adoptar un punto
de vista "crítico", el único fecundo en la investigación científica.[5]
Gramsci, además, nos recuerda que si las
verdades científicas fuesen definitivas, “la ciencia habría dejado de existir
como tal, como investigación, como nueva experimentación, y la actividad
científica se reduciría a una divulgación de lo ya descubierto. […] Pero si las
verdades científicas tampoco son definitivas y perentorias, la ciencia es una
categoría histórica, un movimiento en constante desarrollo.”
Como tal categoría histórica, la ciencia
es una forma de trabajo “ligada a las necesidades, a la vida, a la actividad
del hombre.” Sin esa vinculación productiva, “creadora de todos los valores,
incluso los científicos”, el conocimiento el conocimiento vendría a ser un caos
“es decir, nada, el vacío, si así puede decirse”. Debido a eso, para la
filosofía de la praxis, “el ser no se puede separar del pensar, el hombre de la
naturaleza, la actividad de la materia, el sujeto del objeto; si se hace esta
separación se cae en una de tantas formas de religión, o en la abstracción sin
sentido.”
Esa separación es la columna que sostiene
el argumento ideológico neoliberal. Tales son los términos de nuestra batalla
de ideas: una confrontación entre aquel capitalismo de que hablaba Walter
Benjamin, que asumía las formas y las funciones de una religión,[6] y el
mundo nuevo que viene, al aliento de lo mejor del desarrollo humano de nuestra
gente.
Panamá,
2 de diciembre de 2019.
[3] “A
Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra. Cabo Haitiano, 10 de abril [1895]”. Obras
Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, Cuba, 1975. IV: 121.
[4] “Crece”.
Patria, 5 de abril de 1894. Obras
Completas. Editorial de Ciencias
Sociales, La Hbana, 1975, III, 121.
[5] Antonio Gramsci: Introducción a la filosofía
de la praxis. Selección y traducción de J. Solé Tura.
[6] El Capitalismo como Religión. http://biopoliticayestadosdeexcepcion.blogspot.com/2010/12/el-capitalismo-como-religion-walter_08.html
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