La
utopía permanece porque pertenece al espíritu humano. Hoy la búsqueda se
orienta hacia las utopías minimalistas, aquellas que, al decir de Paulo Freire,
realizan lo “posible viable”, hacen a la sociedad “menos malvada y menos difícil
el amor”.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
No es
verdad que vivamos tiempos pos-utópicos. Aceptar esa afirmación es mostrar una
representación reduccionista del ser humano. Este no es solamente un dato que
está ahí cerrado, vivo y consciente, al lado de otros seres. También es un ser
virtual. Esconde dentro de sí virtualidades ilimitadas que pueden irrumpir y
concretarse. Es un ser de deseo, portador del principio esperanza (Bloch),
permanentemente insatisfecho y buscando siempre cosas nuevas. En el fondo es un
proyecto infinito, en busca de un oscuro objeto que le sea adecuado.
De
ese trasfondo virtual es de donde nacen los sueños, los pequeños y grandes
proyectos y las utopías mínimas y máximas. Sin ellas el ser humano no vería
sentido a su vida y todo sería gris. Una sociedad sin una utopía dejaría de ser
sociedad, no tendría un rumbo pues se hundiría en los pantanos de los intereses
individuales o corporativos. Lo que ha entrado en crisis no son las utopías,
sino cierto tipo de utopía, las utopías maximalistas venidas del pasado.
Los
últimos siglos han estado dominados por utopías maximalistas. La utopía
iluminista que universalizaría el imperio de la razón contra todos los
tradicionalismos y autoritarismos. La utopía industrialista de transformar las
sociedades con productos sacados de la naturaleza y de las invenciones
técnicas. La utopía capitalista de llevar progreso y riqueza a todo el mundo.
La utopía socialista de generar sociedades igualitarias y sin clases. Las
utopías nacionalistas bajo la forma de nazifascismo que, a partir de una nación
poderosa, con “raza pura”, rediseñaría la humanidad, imponiéndose a todo el
mundo. Actualmente la utopía de la salud total, gestando las condiciones
higiénicas y medicinales, que busca la inmortalidad biológica o la prolongación
de la vida hasta la edad de las células (cerca de 130 años). La utopía de un
único mundo globalizado bajo la égida de la economía de mercado y de la
democracia liberal. La utopía de los ambientalistas radicales que sueñan con
una Tierra virgen y con el ser humano totalmente integrado en ella, y otras.
Estas
son las utopías maximalistas. Proponían lo máximo. Muchas de ellas fueron
impuestas con violencia o generaron violencia contra sus opositores. Tenemos
hoy suficiente distancia en el tiempo para confirmar que estas utopías
maximalistas frustraron al ser humano. Entraron en crisis y perdieron su
fascinación De ahí que hablemos de tiempos pos-utópicos. Pero pos se refiere a
este tipo de utopía maximalista. Ellas dejaron un rastro de decepción y de
depresión, especialmente, la utopía de la revolución absoluta de los años 60-70
del siglo pasado, como la cultura hippy y sus derivados.
Pero
la utopía permanece porque pertenece al espíritu humano. Hoy la búsqueda se
orienta hacia las utopías minimalistas, aquellas que, al decir de Paulo Freire,
realizan lo “posible viable”, hacen a la sociedad “menos malvada y menos difícil
el amor”. Se nota por todas partes la urgencia latente de utopías de simple
mejora del mundo. Todo lo que nos entra por las muchas ventanas de la
información nos lleva a sentir que el mundo no puede continuar así como está.
Cambiar, y si no se puede cambiar, por lo menos mejorar.
No
puede continuar la absurda acumulación de riqueza como jamás la hubo en la
historia (85 más ricos tienen ingresos equivalentes a los de 3.570 millones de
personas, como denunciaba la ONG Oxfam Intermón en enero de este año en Davos).
Para ellos, el sistema económico-financiero no está en crisis; al contrario,
ofrece oportunidades de acumulación como nunca antes en la historia devastadora
del capitalismo. Hay que poner un freno a la voracidad productivista que asalta
los bienes y servicios de la naturaleza con vistas a la acumulación y produce
gases de efecto invernadero que alimentan el calentamiento global, que si no se
detiene, puede producir un armagedón ecológico.
Las
utopías minimalistas, a decir verdad, son aquellas que vienen siendo
implementadas por el gobierno actual del PT y sus aliados con base popular:
garantizar que el pueblo coma dos o tres veces al día, pues el primer deber de
un Estado es garantizar la vida de sus ciudadanos. Esto no es asistencialismo
sino humanitarismo en grado cero. Son los proyectos “mi casa-mi vida”, “luz
para todos”, el aumento significativo del salario mínimo, el “Prouni” que
permite el acceso a los estudios superiores a estudiantes socialmente menos
favorecidos, los “puntos de cultura” y otros proyectos populares que no cabe
aquí enumerar.
A
nivel de las grandes mayorías son verdaderas utopías mínimas viables: recibir
un salario que cubra las necesidades de la familia, tener acceso a la salud,
mandar los hijos a la escuela, conseguir un transporte colectivo que nos les
robe tanto tiempo de vida, contar con servicios sanitarios básicos, disponer de
lugares de ocio y de cultura y una pensión digna para enfrentarse a los
achaques de la vejez.
La
consecución de estas utopías minimalistas crea la base para utopías más altas:
aspirar a que los pueblos se abracen en la fraternidad, que no guerreen entre
sí, que se unan todos para preservar este pequeño y bello planeta Tierra, sin
el cual ninguna utopía maximalista o minimalista puede ser proyectada. El
primer oficio del ser humano es vivir libre de necesidades y gozando un poco
del reino de la libertad. Y al final poder decir: “valió la pena”.
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