La superación de la ancestral guerra de los sexos y de las políticas
opresivas y represivas contra la mujer se da en la misma proporción en que se
introduce y se practica la democracia real y cotidiana.
Leonardo Boff / Servicios
Koinonia
La creatividad es la dinámica del propio universo. Su estado natural
no es la estabilidad sino el cambio creativo. Todo es fruto de la creación
natural o humana. La Tierra es fruto de una Energía creadora, misteriosa y
cargada de propósito. Un día, un pez primitivo “decidió”, en un acto creador,
dejar el agua y explorar la tierra firme. De ese acto creativo, vinieron los
anfibios, luego los reptiles, después los dinosaurios, y finalmente los
mamíferos y nosotros.
Si no fuéramos creativos, nunca habríamos llegado hasta aquí.
Detengámonos, por un momento, en la relación hombre-mujer, punto central en las
discusiones actuales de la Iglesia. Sabemos que hace diez mil años, la historia
fue marcada por el patriarcado. Este ha supuesto un viacrucis de sufrimiento
para todas las mujeres. Pero lo que ha sido construido históricamente puede ser
también históricamente deconstruido. Esta es la esperanza que subyace en las
luchas de las mujeres oprimidas y de sus aliados entre los hombres, la
esperanza de un nuevo estadio de civilización ya nunca estigmatizado por la
dominación de género.
Los hombres y las mujeres son definidos cada vez más no a partir de su
sexo biológico o factor cultural, sino a partir del hecho de ser personas.
Entendemos aquí por persona todo aquel o aquella que se siente dueño de sí y
que ejercita la libertad para plasmar su propia vida. La capacidad de
autoproducción en libertad (autopoiesis) es la suprema dignidad del ser humano
que no debe ser negada a nadie.
Tras el reconocimiento de la persona como persona, son decisivos los
valores de la cooperación y de la democracia como valor universal, en el
sentido de participación en la vida social, de la cual las mujeres
históricamente fueron privadas.
Su ausencia ayudó a instaurar la dominación y la subordinación
histórica de las mujeres. Hoy, mediante la cooperación de ambos, dentro de una
ética de la solidaridad y de cuidado mutuos, es cuando se construirán
relaciones inclusivas e igualitarias.
La cooperación supone confianza y respeto mutuo en una atmosfera donde
la coexistencia se funda en el amor, en la proximidad, en el diálogo abierto,
como ha insistido y mostrado el Papa Francisco.
Bien resaltaba el gran biólogo chileno Humberto Maturana: la
permanencia del patriarcalismo representa el intento de regresión a un estadio
pre-humano que nos remite al nivel de los chimpancés, societarios pero
dominadores.
Por eso la lucha por la superación del patriarcalismo es una lucha por
el rescate de nuestra verdadera humanidad. Las mujeres por ser mujeres reciben
menos salario haciendo el mismo trabajo. Y ellas componen más de la mitad de la
humanidad.
La democracia participativa y sin fin, fundamentalmente, quiere decir
participación, sentido del derecho y del deber y sentido de corresponsabilidad.
Antes que una forma de organización del Estado, la democracia es un valor a ser
vivido siempre y en todo lugar donde los seres humanos se encuentran. Esta
democracia no se restringe solo a los humanos, sino que se abre a los demás
seres vivos de la comunidad biótica, pues reconoce en ellos derechos y
dignidad. La democracia integral posee, pues, una característica socio-cósmica.
La superación de la ancestral guerra de los sexos y de las políticas
opresivas y represivas contra la mujer se da en la misma proporción en que se
introduce y se practica la democracia real y cotidiana. En nombre de esta
bandera, la gran escritora y feminista Virginia Woolf (1882-1941) podía
proclamar: “Como mujer no tengo patria, como mujer no quiero patria, como mujer
mi patria es el mundo”.
La lucha contra el patriarcado supone un re-generación del hombre. En
esa tarea el hombre seguramente no conseguiría dar el salto por sí mismo. De
ahí la importancia de la mujer a su lado. Ella podrá evocar en los hombres lo
femenino escondido bajo cenizas seculares y podrá ser co-partera de una nueva
relación humanizadora.
Lo primero que hay que hacer es privilegiar los lazos de interacción
mutua y la cooperación igualitaria entre hombre y mujer. Aquí se impone un
proceso pedagógico en la línea de Paulo Freire: nadie libera a nadie, pero
juntos, hombres y mujeres, se liberarán en un proceso compartido de libertad
creadora.
En este nuevo contexto se deben recuperar aquellos valores
considerados antiguos y propios de la socialización femenina, pero que ahora
deben ser gritados a los oídos de los hombres y junto con las mujeres procurar
vivirlos. Se trata de un ideal humanitario para ambos. Me permito rescatar
algunos:
- Las personas son más importantes que las cosas. Cada persona debe
ser tratada humanamente y con respeto.
- La violencia nunca es un camino aceptable para la solución de los
problemas.
- Es mejor ayudar que explotar a las personas, dedicando especial
atención a los pobres, a los excluidos y a los niños.
- La cooperación, la asociación y el compartir son preferibles a la
competencia, la autoafirmación y el conflicto.
- En las decisiones que afectan a todos cada persona tiene derecho a
decir su palabra y ayudar en la decisión colectiva.
- Estar profundamente convencido de que lo cierto está del lado de la
justicia, de la solidaridad y del amor, y de que la dominación, la explotación
y la opresión están del lado equivocado.
Tales valores, tenidos en otro tiempo por femeninos, fueron
manipulados por la mentalidad patriarcal para mantener a las mujeres
subordinadas y dóciles. Hoy, al cambiar el cuadro del mundo y de la sociedad,
tales valores son los que nos pueden salvar. Es la razón por la que los hombres
y mujeres deben ser creativos en sus relaciones, pues así se humanizan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario