Durante las últimas dos
décadas se popularizó la noción de economía
verde y se generó una nueva retórica sobre la solución a los problemas
ambientales que hoy enfrentamos. Esta idea de economía verde también ha sido
presentada como la solución a los problemas de estancamiento económico y de
desempleo. Por eso la economía verde ha sido promovida por gobiernos,
organismos internacionales y grandes grupos corporativos.
Alejandro Nadal / LA JORNADA
Pero, vamos al grano. La
economía verde es sinónimo de capitalismo verde. Y entonces la pregunta es la
siguiente: ¿Bajo qué condiciones es posible concebir una plataforma duradera de
acumulación de capital que sea compatible con el mejoramiento del ambiente y
con la buena salud de la biósfera a largo plazo?
El capitalismo verde
estaría soportado por dos pilares. El primero consistiría en una serie de
mercancías y procesos de producción que serían menos dañinos para el medio
ambiente. El reciclaje y la mayor eficiencia tecnológica serían principios
rectores en todo proceso productivo. El segundo sería el del mercado como
herramienta para reparar los problemas ambientales existentes, desde la
concentración de gases invernadero en la atmósfera, hasta los daños a los
ecosistemas. La solución de mercado estaría asociada a la privatización y
mercantilización de todos los componentes de la naturaleza.
En el capitalismo
verde, la naturaleza es un conjunto de objetos físicos que puede ser apropiado
y valorizado como cualquier insumo del proceso de producción capitalista. La
noción de capital natural sería un componente de esta visión en la que el
crecimiento sería compatible con la conservación. Lo anterior quiere decir que
la economía capitalista estaría en condiciones de generar e introducir en la
producción y en el consumo tecnologías que permitirían, entre otras cosas,
reducir el componente energético en la ecuación de costos totales.
En una economía
capitalista la transición a una nueva plataforma de acumulación de capital
entraña un proceso de transformación tecnológica de gran amplitud. Esto tiene
que apoyarse en un flujo de inversiones que permita la introducción masiva de
innovaciones que respondan a los criterios anteriores.
En el pasado el
capitalismo demostró tener una gran capacidad para el cambio tecnológico. Por
eso la ideología neoliberal sostiene que para cualquier escenario ambiental el
capital siempre es capaz de encontrar tecnologías que permitan reducir el costo
de producción. Pero en las condiciones actuales, con una economía global
dominada por el capital financiero, y en medio de una lucha internacional por
ver quien ocupa el papel de potencia hegemónica (y reorganiza la economía
mundial alrededor de sus intereses) es posible que el capital no tenga esa
capacidad transformadora.
Es importante aclarar que
los intereses del capital financiero no favorecen el cambio estructural que
tendría que darse en la esfera industrial. Además, la política macroeconómica
en todo el mundo está orientada a cuidar los intereses del capital financiero,
como lo demuestra la obsesión por la ‘estabilidad de precios’. El resultado no
facilita el cambio estructural en la economía real.
Los capitalistas
necesitan tener expectativas de que sus inversiones con nuevas tecnologías
(verdes) podrán ser recuperadas y estarán asociadas a ganancias adecuadas sobre
un horizonte temporal satisfactorio. Y esta alusión a la tasa de ganancia
conlleva una referencia a la relación salarial: aquí entramos en una discusión
que los proponentes de la “economía verde” rehuyen sistemáticamente. Se permite
hablar de “capital” pero todavía no se puede pronunciar la palabra “salarios”.
Mantener estable la tasa
de rentabilidad implica, en la coyuntura actual, reprimir el crecimiento de los
salarios. Pero la represión salarial conlleva problemas agudos de realización
de mercancías a menos que se recurra al crédito. Eso es lo que permitió
sostener la norma de consumo durante las últimas cuatro décadas en las
principales economías capitalistas, pero el proceso desembocó en la crisis de
2008. Es difícil salir de este dilema porque las instituciones y normas
sociales que condujeron al estancamiento salarial son rígidas y no podrán modificarse
fácilmente.
Un problema adicional es
el de la sobre-inversión en casi todas las ramas importantes de la industria a
nivel mundial. Desde las industrias cercanas a la base de recursos naturales
(siderúrgica, cemento, aluminio, vidrio, etc.) hasta las industrias
relacionadas con bienes de consumo final (automotriz, naval, electrónica,
etc.), la capacidad productiva instalada rebasa con mucho la demanda global.
Esto hará más difícil la transformación porque las ramas núcleo resistirán el
cambio hasta que la amortización les asegure una rentabilidad adecuada.
Si el capitalismo verde
es la respuesta, ¿cuál es la pregunta? El capital verde no es la solución a los
graves problemas ambientales y mucho menos a la creciente desigualdad. Es una
justificación ideológica a la necesidad de asegurar la continuidad de una
relación social de explotación clasista.
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