Las
actuales izquierdas que gobiernan algunos países latinoamericanos no son la
principal fuente de preocupación del imperio; pero sí la idea de unión que
entre ellas se podría dar. El fantasma de la integración latinoamericana sí
inquieta. Por eso el bombardeo continuo al ALBA, por ejemplo, que sin dudas
representa una seria y sostenible
iniciativa en la dirección de la integración hemisférica con un sentido social.
Desde Ciudad de Guatemala
“El poder del país se
basó ante todo en este hemisferio, a veces llamado Fortaleza América”
Documento de Santa Fe
IV: Latinoamérica hoy.
James P. Lucier, Director de Staff del Comité de Relaciones Extranjeras
del Senado de Estados Unidos
Una historia de violencia
La región
latinoamericana tiene características bastante peculiares en tanto bloque. Si
bien hay diferencias, marcadas incluso, entre algunas zonas -el Cono Sur con
Argentina, Chile y Uruguay es muy distinto a Centroamérica, por ejemplo; o sus
países más industrializados, Brasil y México, difieren grandemente de las islas
caribeñas-, en su composición hay más elementos estructurales en común que
dispares.
Los rasgos comunes que
unifican a toda la región son, al menos, dos: a) todos los países que la
componen nacieron como Estado-nación modernos luego de tres siglos de
dominación colonial europea (española fundamentalmente, o portuguesa); y b)
todos se construyeron integrando a los pueblos originarios en forma forzosa a
esos nuevos Estados por parte de las élites criollas. Estas características
marcan a fuego la historia y la dinámica actual del área. En otros términos: la
violencia estructural es una matriz para toda la región, que sin solución de
continuidad se viene manteniendo hasta la actualidad desde hace cinco siglos.
En un sentido, toda la
historia de Latinoamérica en su recorrido como unidad político-social y
cultural, es una historia de monumental violencia, de profundas injusticias, de
reacción y luchas populares. Siempre, desde las primeras épocas post colombinas
cuando puede pasar a ser considerada una unidad en sí misma, el destino de
Latinoamérica estuvo signado a una potencia externa: España (o Portugal)
durante los primeros 300 años posteriores a la llegada del primer "hombre
blanco"; Gran Bretaña luego, ya no como invasor militar sino a través de
mecanismos de sujeción económica. Y desde mediados del siglo XIX,
acrecentándose en forma exponencial en el XX, Estados Unidos de América.
Todo el siglo pasado
fue, en realidad, una profundización de la doctrina del tristemente célebre
presidente estadounidense James Monroe; es decir, con un país como Estados
Unidos convertido en potencia, creciendo sin parar durante cien años, el
subcontinente latinoamericano corrió la maldita suerte de pasar a ser su
"patio trasero" sin que le quedaran muchas opciones.
En otros términos:
desde el momento mismo del nacimiento de las aristocracias criollas, su
proyecto de nación fue siempre muy débil. Estas aristocracias y "sus"
países no nacieron -distintamente a las potencias europeas, o al propio Estados
Unidos en tierra americana- al calor de un genuino proyecto de nación
sostenible, con vida propia, con vocación expansionista; por el contrario,
volcadas desde su génesis a la producción agroexportadora primaria para
mercados externos (materias primas con muy poco o ningún valor agregado), su
historia está marcada por la dependencia, incluso por el malinchismo.
Oligarquías con
complejo de inferioridad, buscando siempre por fuera de sus países los puntos
de referencia, racistas y discriminadoras con respecto a los pueblos
originarios -de los que, claro está, nunca dejaron de valerse para su
acumulación como clase explotadora-, toda su historia como segmento social, y
por tanto la de los países donde ejercieron su poder, va de la mano de las
potencias externas, y desde la doctrina Monroe en adelante, de Estados Unidos.
Para Latinoamérica todo
el siglo XX estuvo marcado por la referencia al imperio estadounidense. "Los Estados Unidos [...] parecen destinados por la
Providencia para plagar la América de miserias en nombre de la libertad",
decía ya en 1829 Simón Bolívar; palabras premonitorias, sin dudas. Los nuevos
Estados latinoamericanos, más allá del sueño integracionista del Libertador,
nacieron divididos, con clases dirigentes entregadas visceralmente a las potencias
extrajeras. La Gran Patria Latinoamericana, popular, con acento indígena y sin
complejo de inferioridad ante la "civilización de los blancos", de
momento al menos, no ha pasado de ser una aspiración. Toda vez que se intentó
algo así, fue brutalmente decapitado.
Las oligarquías
nacionales fueron siempre portavoz del imperio del norte, su gerente, su socio
menor. Se dio así una imbricada articulación entre Washington y aristocracias
criollas, donde poder y ganancias fueron más o menos compartidas. Y para
custodiar a ambos actores, ahí estuvieron las fuerzas armadas nacionales,
muchas veces preparadas incluso en territorio norteamericano. Pero también
estuvieron las tropas del norte. Europa, a regañadientes, debió replegarse de
estas tierras, quedándose sólo con pequeñas posesiones en el Caribe que la
despojaron de su papel de potencia dominante.
En términos generales
esa fue la matriz que fijó la historia del subcontinente durante cien años.
Pero no fue una historia pasiva, donde los dominadores impusieron sus
condiciones sin resistencias; por el contrario, fue una historia de luchas
feroces, de violencia extrema, de sufrimientos extremos. Historia que, por
cierto, lejos está de haber terminado. Desde la suprema violencia inaugural que
trajo la conquista europea (genocidio militar y cultural, con el agregado de la
gripe como arma más mortífera que las espadas o los arcabuces), la violencia ha
sido una constante en las relaciones sociales. Con los tiempos cambiaron sus
formas, pero se mantuvo invariable como rasgo distintivo.
De las primeras
rebeliones indígenas a la actual propuesta del ALBA (Alianza Bolivariana para
los pueblos de Nuestra América) como proyecto de integración (no salvajemente
capitalista), las fuerzas progresistas han jugado siempre un importante papel.
Las izquierdas políticas, entendidas
en sentido moderno (con un talante socialista podríamos decir, marxistas
incluso), han estado siempre presentes en los movimientos del pasado siglo.
De hecho, con
diferencias en sus planteamientos pero con un mismo norte, en casi todas las
sociedades latinoamericanas se dieron procesos populares de construcción de
alternativas socialistas, o nacionalistas antiimperialistas, o reformistas al
menos, pero siempre en búsqueda de mayores niveles de justicia. En algunas
llegando a ocupar aparatos de Estado: en Guatemala con la "primavera
democrática" entre los 40 y los 50 con su reforma agraria, en Chile en la
década del 70 con Salvador Allende, Cuba con su heroica revolución, Nicaragua
con los sandinistas, la actual Venezuela y su Revolución Bolivariana; en otras
experiencias, peleando desde el llano: movimientos sindicales, reivindicaciones
campesinas, insurgencias armadas.
Sin ánimo de hacer un
pormenorizado estudio de esta historia, lo que vemos entrado ya el siglo XXI es
que la izquierda no está en franco ascenso (de todas esas experiencias, sólo
Cuba y Venezuela siguen con procesos revolucionarios instalados en el poder
estatal). Pero en modo alguno ha muerto la lucha por mayores niveles de justicia,
tal como el omnímodo discurso neoliberal actual pretende presentar. Es más:
luego de la furiosa y sangrienta represión de los proyectos progresistas de las
décadas de los 70/80 del siglo pasado y de la instauración de antipopulares
políticas fondomonetaristas en los 90, después del derrumbe del campo
socialista (con retroceso de la revolución sandinista en Nicaragua) y un
período donde los movimientos por mayores cuotas de equidad parecían totalmente
dormidos, en estos últimos años asistimos a un renacer de la reacción popular.
¿Estamos entonces
realmente ante un resurgir de las izquierdas, de nuevos, viables y robustos
proyectos de cambio social?
Las nuevas izquierdas
Suele hacerse la
diferencia entre izquierdas políticas e izquierdas sociales. Hay, sin dudas, un
cierto retraso de las primeras en relación a las segundas. Para decirlo de otro
modo: los planteos políticos de fuerzas partidarias a veces han quedado cortos
en relación a la dinámica que van adquiriendo los movimientos sociales. Muchas
veces las reacciones, protestas, o simplemente la modalidad que, en forma
espontánea, han tomado las mayorías, no se ven correspondidas por proyectos
políticos articulados provenientes de las agrupaciones de izquierda. Con
variaciones, con tiempos distintos, pero sin dudas como efecto generalizado
apreciable en toda Latinoamérica, hay un desfase entre masas y vanguardias. Lo
cierto es que desde hace algunos años (podríamos decir desde fines del siglo
pasado) la reacción de distintos movimientos sociales ha abierto frentes contra
el neoliberalismo rampante que se extiende sin límites por toda la región.
Vale destacar que esos
movimientos, novedosos en muchos casos, no se corresponden totalmente con
esquemas teóricos de tres o cuatro décadas atrás. Ahí está, por ejemplo, el
despertar de los movimientos indígenas, o las reivindicaciones de las
eternamente postergadas mujeres, que se constituyen en nuevos sujetos sociales
de cambio, con tanto o más empuje que las reivindicaciones de clase. Lo cual
lleva colateralmente (aspecto que no se abordará aquí) a la revisión crítica de
los instrumentos tradicionales de la izquierda y su lectura de la realidad en
términos exclusivos de lucha de clases. Sólo para dejarlo esbozado: no hay
dudas que los conceptos fundamentales del marxismo, definitivamente válidos en
su raíz (lucha de clases como motor de la historia, apropiación del trabajo de
una clase por otra, plusvalía), necesitan una lectura circunstanciada para la
coyuntura actual, globalizada, hiper informatizada, donde nuevos actores y
eternas injusticias olvidadas (inequidad de género, diferencia Norte-Sur)
plantean nuevos interrogantes.
Toda esta izquierda
social ha tenido impactos diversos, con agendas igualmente diversas, o a veces
sin agenda específica: frenar privatizaciones de empresas públicas,
organización y movilización de campesinos sin tierra, o de habitantes de
asentamientos urbanos precarios, derrocamiento de presidentes como en
Argentina, en Bolivia o en Ecuador a partir de masivas protestas espontáneas, oposición
a políticas dañinas a los intereses populares. Y algo fundamental desde donde
empezar a considerar los nuevos tiempos post Guerra Fría: la suma de todas
estas movilizaciones impidió la entrada en vigencia del Área de Libre Comercio
para las Américas tal como lo tenía previsto Washington para enero de 2005.
El abanico de protestas
y movilizaciones es amplio, y a veces, por tan amplio, difícil de vertebrar.
Los piqueteros en Argentina o los movimientos campesinos con una importante
reivindicación étnica en Bolivia, Ecuador, Perú o Guatemala, el zapatismo en el
Sur de México o la movilización de los Sin
Tierra en Brasil, son formas de reacción a un sistema injusto que,
aunque haya proclamado que "la historia terminó", sigue sin dar
respuesta efectiva a las grandes masas postergadas. ¿Hay un hilo conductor,
algún elemento común entre todas estas expresiones?
Hoy por hoy, diversas
expresiones de la izquierda política -la que en estos momentos es posible:
moderada y de saco y corbata, izquierda que años atrás no sería considerada
tal- tienen en sus manos el aparato de Estado en varios países: Brasil, Chile,
Uruguay, Nicaragua, El Salvador, Argentina. ¿Son propuestas de izquierda? ¿Lo
era la de la UNE en Guatemala, o la de Manuel Zelaya en Honduras? También
sucede algo por el estilo en Bolivia, con la propuesta del Movimiento Al
Socialismo y su líder Evo Morales (que, seguramente, está más en sintonía con
Cuba que con el Brasil de Dilma Rousseff, por ejemplo), o en Ecuador, países
estos que han osado dar pasos más comprometidos, pero que no hablan con un
lenguaje marxista abierto, planteando expropiaciones y poder popular como se
puede haber hecho algunas décadas atrás. A todo esto habría que sumar otras
expresiones, definitivamente mucho más intragables para Washington: Cuba y
Venezuela (de las que no caben dudas que abominan del "saco y
corbata").
Las posibilidades de
transformaciones profundas desde las estructuras estatales, tal como están las
cosas (deudas externas abultadísimas, creciente presencia militar del imperio
en la región), y dada la coyuntura con que arribaron a las administraciones
gubernamentales (voto en elecciones de democracias representativas, que no es
lo mismo que revoluciones políticas populares), esas expresiones de las
izquierdas eleccionarias son limitadas. Más aún: son izquierdas que, en todo
caso, pueden administrar con un rostro más humano situaciones de
empobrecimiento y endeudamiento sin salida en el corto tiempo. Pero quizá no
más que eso.
En modo alguno podría
decirse que son "traidores", "vendidos al capitalismo",
"tibios gatopardistas". Eso, más que análisis serio, es una consigna
principista que no pasa de discurso emotivo falto de profundidad. La izquierda
constitucional hace lo que puede; y hoy, en los marcos de la post Guerra Fría,
con el triunfo de la gran empresa y el unipolarismo vigente -más aún en la
región latinoamericana, histórico "patio trasero" de la superpotencia
hegemónica- es poco lo que tiene por delante: si deja de pagar la ominosa deuda
externa, si piensa en plataformas de expropiaciones y poder popular y si se
atreve a armar a sus pueblos, sus días están contados.
Pero acaso Cristina
Fernández viuda de Kirchner, Dilma Rousseff, Michelle Bachelet o José Mujica
¿hablaron en algún momento de revolución socialista en sus campañas
proselitistas? ¿Levantó alguno de ellos recientemente las mismas consignas que,
cuatro décadas atrás, proponían los movimientos armados que, sin ningún
complejo ni temor, hablaban de comunismo y de confiscaciones, y a la que directa
o indirectamente ellos pertenecían o apoyaban? Sin ningún lugar a dudas que no.
Por eso es demasiado superficial quedarse con la idea de "traidores".
La feroz represión que
vivió toda la región entre las décadas de los 70 y los 80 en el pasado siglo tuvo
un efecto fríamente buscado por el imperio -en combinación con los factores de
poder locales-, y sin dudas conseguido: amansó al movimiento popular, quebró su
resistencia, lo llenó de terror.
Hoy, con los planes
neoliberales que se padecen, aún se siguen pagando las consecuencias de esa
estrategia de terror. Las guerras sucias que en mayor o menor grado vivieron
todos los países latinoamericanos, con desapariciones de personas, centros
clandestinos de detención y tortura, arrasamiento de aldeas rurales y un
reconocido genocidio en Guatemala (180 mil indígenas mayas muertos, 83% del
total de víctimas durante la guerra interna) por el que se condenó a un ex
presidente -luego absuelto-, no pasaron en vano: lograron desmovilizar.
Si no, no hubiera sido
posible implementar las políticas de ajuste estructural impuestas por los
organismos financieros del gran capital internacional: el Banco Mundial y el
Fondo Monetario Internacional. Sobre esos miles de muertos, desaparecidos y
torturados -en Guatemala y en toda Latinoamérica- se domesticó la protesta; de
ahí que, en estos últimos años, aparece esta izquierda bien presentada, de saco
y corbata, que prescinde del incendiario discurso de años atrás y que ve en la
labor política en el marco de las democracias representativas el campo -a veces
el único campo- de posible trabajo político.
¿Un nuevo escenario o más de lo mismo?
Luego de los años de
dictadura y de terror que barrieron Latinoamérica, el retorno de las raquíticas
democracias que tiene lugar para la década de los 80 puede ser sentido como un
importante paso adelante. Aunque sean democracias de cartón, vigiladas,
condicionadas absolutamente, sin la más mínima posibilidad de alterar la
estructura real de poder de cada país, luego de la monstruosa tormenta vivida
con las guerras civiles pueden ser consideradas como un momento de calma. Y
muchas expresiones de la izquierda, por desconcierto, por agotamiento, por
oportunismo o por considerarlas un paso táctico en una lucha que no se da por
perdida, comenzaron a aprovechar esos resquicios de las democracias formales.
De todos modos debe
quedar claro que los sistemas políticos que brindan esas democracias
representativas constituyen un espacio más, uno de tantos, en una estrategia de
construcción revolucionaria, pero no más que eso, y se debería ser muy
precavido respecto a los resultados finales que las luchas en esos ámbitos
pueden traer para una verdadera transformación estructural.
Los movimientos
insurgentes que, desmovilizados, pasaron a la arena partidista con su actual
nuevo perfil de "presentables bien portados con saco y corbata", no
han logrado grandes transformaciones reales en las estructuras de poder contra
las que luchaban armas en mano tiempo atrás (veamos el caso de las guerrillas salvadoreñas
o guatemaltecas, por ejemplo, o el movimiento M-19 en Colombia. ¿Qué pasará ahí
con la desmovilización de las FARC?: de revolución ya nadie ha vuelto a
hablar).
¿Fueron
"traidores" sus dirigentes? Insistamos una vez más (aunque no lo
acometamos en este trabajo) con la necesidad de revisar conceptos básicos del
marxismo: ¿qué significa "revolucionar" una sociedad? ¿Por qué
pareciera que es tan fácil, o al menos se repite tanto la "traición"
de las dirigencias? ¿No habrá que replantear -con un hondo sentido crítico
constructivo, obviamente- el tema del sujeto humano y el poder? ¿Cómo es
posible que se reitere tanto esto de las "traiciones"? Lo cual lleva
a pensar que se debe abordar el análisis con nuevos instrumentos conceptuales;
la categoría de "traición", quizá, sigue estando cargada de la
antinomia "bueno-malo", probablemente desechable.
Lo que está claro es
que en el escenario de esta post Guerra Fría luego del derrumbe del Muro de
Berlín, con el papel hegemónico unipolar que ha ido cobrando Estados Unidos y
su plan de profundización de poderío global, Latinoamérica es ratificada en su
papel de reserva estratégica.
Ante la desaceleración
de su empuje económico (el imperio no está muriéndose -al contrario: ¡está muy
lejos de eso!- pero comienza a ver amenazado su lugar de intocable a partir de
nuevos actores más pujantes como la República Popular China, la Unión Europea,
una renovada Rusia capitalista), el área latinoamericana es una vez más un
reaseguro para la potencia del Norte, apareciendo ahora como obligado mercado
integrado donde generar negocios, proveedor de mano de obra barata y fuente de
recursos naturales a buen precio (o robados), por supuesto bajo la absoluta
supremacía y para conveniencia de Washington, y secundariamente de los pequeños
socios locales, las tradiciones aristocracias criollas.
De esa lógica se deriva
la nueva estrategia de recolonización lanzada en su momento como ALCA -Área de Libre Comercio para las Américas-
que, al no funcionar de ese modo por la reacción de los pueblos
latinoamericanos, se trocó en Tratados de Libre Comercio bilaterales, o en el
CAFTA para el caso de Centroamérica.
En realidad la iniciativa del ALCA, reemplazada
luego por estos tratados bilaterales, representa un proyecto geopolítico de
Washington que, aunque comience con la creación de una zona de
"libre" comercio para todos los países del continente americano,
busca en realidad el establecimiento de un orden legal e institucional de
carácter supranacional que permita al mercado y las trasnacionales estadounidenses
una total libertad de acción en todo el continente americano, en cuenta
Latinoamérica como su ya tradicional área de influencia donde nadie puede
entrar ("América para los
americanos" sentenciaba la doctrina Monroe. Del Norte, claro está). Los
marines, por supuesto, son la garantía final para que eso no cambie.
Dicho en forma muy sintética, la iniciativa en juego apunta a los siguientes
temas básicos: 1) Servicios: todos los servicios
públicos deben abrirse a la inversión privada, 2) Inversiones: los
gobiernos se comprometen a otorgar garantías absolutas para la inversión
extranjera, 3) Compras del sector público: las compras del Estado se abren
a las transnacionales, 4) Acceso a mercados: los gobiernos
se comprometen a reducir, llegando a eliminar, los aranceles de protección a la
producción nacional, 5) Agricultura: libre importación y
eliminación de subsidios a la producción agrícola, 6) Derechos de propiedad
intelectual: privatización y monopolio del conocimiento y las
tecnologías, 7) Subsidios: compromiso de los gobiernos a la eliminación
progresiva de barreras proteccionistas en cualquier ámbito, 8) Política
de competencia: desmantelamiento de los monopolios nacionales, 9) Solución
de controversias: derecho de las transnacionales de enjuiciar a los
países en tribunales internacionales privados.
Según expresara con la más total naturalidad Colin
Powell, ex Secretario de Estado de la administración Bush: "Nuestro objetivo con el ALCA es garantizar para las empresas
americanas el control de un territorio que va del Ártico hasta la Antártida y
el libre acceso, sin ningún obstáculo, a nuestros productos, servicios,
tecnología y capital en todo el hemisferio."
Llámese ALCA o como se llame, es innegable que el proyecto está puesto en
marcha y está cumpliéndose a cabalidad.
Más claro: imposible.
La política continental de los grandes capitales estadounidenses, sin importar
quién ocupe circunstancialmente el Ejecutivo (ahora un afrodescendiente “¿medio
socialista?”) es mantener a su histórico patio trasero como reserva
estratégica.
Reserva en un sinnúmero
de aspectos: mano de obra barata, mercado para sus propios bienes y servicios,
fuente de recursos naturales (petróleo, minerales estratégicos, agua dulce,
biodiversidad de las selvas tropicales). Para ello esa interminable cohorte de
bases militares con tecnologías de punta que controlan la región. El supuesto
combate al “flagelo” del narcotráfico puede servir como excusa perfecta. ¿O
será cierto que la DEA está terminando con el problema del consumo de drogas?
O, también, ¿será real que estamos a punto de caer en manos de fundamentalistas
talibanes que invadirán el continente?
Pero ahí está
justamente la fuerza de las izquierdas, políticas y sociales: unirse como
bloque regional. Y esa unión, incipiente, le ha resultado un primer obstáculo
al imperio. De hecho, los tibios movimientos integracionistas habidos a la
fecha, pero más aún que eso: las movilizaciones populares anti ALCA, impidieron
en su momento -2005- la entrada en vigencia de ese nuevo mecanismo de
dominación continental.
Ante ello la estrategia del gobierno estadounidense
se concentró en la búsqueda de acuerdos bilaterales, que en definitiva rinde
los mismos frutos. En esa perspectiva de "divide y reinarás" se
inscribe la aprobación, a toda costa y contra viento y marea, de este primer
tratado regional con el área centroamericana, "un voto de seguridad nacional" según declarara el
entonces Secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld.
Lo que llevó a Washington a presionar fuertemente a
los gobiernos centroamericanos y a efectuar un intenso cabildeo en su Poder
Legislativo para garantizar la aprobación del RD-CAFTA consiste no en el
volumen comercial en juego en este acuerdo específico (apenas el 1 % del
comercio externo estadounidense) sino en la importancia política de establecer
un freno a un modelo de integración solidaria propuesto por algunos gobiernos
del área, impulsado en su momento básicamente por el ahora desaparecido
presidente de Venezuela, Hugo Chávez.
Según publicara The
Economist el 1 de agosto de 2005, tanta prisa radicaba "en los temores que Venezuela obtuviera utilidades del rechazo
para aumentar su presencia en los países de la región, ya que las naciones
centroamericanas podrían inclinarse, de no suscribirse el tratado, por la
Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA) que propician Venezuela y Cuba", [hoy día rebautizada Alianza Bolivariana
para los pueblos de Nuestra América].
Uno de los primeros movimientos del ALBA fue precisamente el proyecto
Petrocaribe, que prevé el suministro de crudo venezolano a precios
preferenciales y con facilidades financieras para la región centroamericana.
Las luces de alarma se encendieron inmediatamente en Washington, cuando la
Honduras de Manuel Zelaya empezó a pensar en su inclusión en esa iniciativa, de
una vez recibió un golpe de Estado. Golpe de Estado soft se le llamó: suave. ¿Interesa si es suave o cruento para el
caso? Cualquier cosa que huela a "popular", es ya motivo para
alarmarse y actuar por parte del país del Norte, dueño indiscutido de la
región. Algo similar con lo que acontece en Guatemala y su tradicional
oligarquía terrateniente con la sola mención de la palabra "reforma
agraria". Sin dudas, la Guerra Fría no ha terminado del todo.
Junto a este ariete que coloca el imperio para
descartar cualquier iniciativa integracionista que le pudiera menguar sus
posibilidades de rapiña, negoció igualmente con un grupo de países diferentes
tratados bilaterales, al par que llena toda la región de bases militares. En
otros términos: si no surgió victoriosa -al menos hasta ahora- la estrategia
del ALCA a nivel continental, ahí están esos otros mecanismos alternos de
desunión y nueva postración de cada país.
¿Puede acaso cada una de las débiles economías latinoamericanas,
incluida la más grande del área, la brasileña, negociar en un pie de igualdad
con el gigante del Norte? Sin dudas que no. ¿Pueden, o quieren, los gobiernos
latinoamericanos y las oligarquías a quienes representan negociar con dignidad,
como países autónomos, y rechazar las imposiciones de Washington? Sin dudas que
no. ¿Pueden las actuales izquierdas en el poder fijar nuevas perspectivas? Eso
es, justamente, lo que abre un nuevo escenario.
Nunca como hoy la
estrategia militar hemisférica de la Casa Blanca ha tenido tan cercado al
sub-continente latinoamericano. Si bien es muy difícil saber con exactitud la
cantidad cabal de instalaciones castrenses de Washington en la región (muchas
se ocultan, se disfrazan, no se dan datos precisos), estudios serios (Rojas
Scherer, 2013) hablan de más de 70 bases.
Es obvio que la zona
sigue siendo prioritaria para su política hemisférica. Una de las más grandes y
bien equipadas, con 16 mil soldados, está en la triple frontera
argentino-brasilero-paraguaya, donde "casualmente" se encuentra el Acuífero
Guaraní, la segunda reserva subterránea de agua dulce más grande del mundo. La
instalación de esa base en ese estratégico punto tiene como fundamento, según
el discurso oficial de la gran potencia, "la preocupación del gobierno
estadounidense por escuelas coránicas de Al Qaeda que se habrían detectado en
el área". ¿Alguien en
su sano juicio podrá creer ese dislate, o eso simplemente es una ofensa más a
nuestra inteligencia, a nuestra dignidad? "Casualmente"
también, se encuentra el gas boliviano. ¿Puras coincidencias?
A las imposiciones de "libre" comercio impulsadas por el
gobierno de Estados Unidos se unen las iniciativas militares de la gran potencia y
los nuevos demonios que circulan la región preparando el escenario para
eventuales futuras intervenciones bélicas: la lucha contra el narcotráfico y
contra el terrorismo internacional. A partir de estos nuevos fantasmas, las
fuerzas armadas estadounidenses profundizan su presencia en el subcontinente.
Ahí está el Plan Colombia/Patriota y su intento de extirpar al movimiento
guerrillero colombiano FARC -nunca conseguido, pero que finalmente forzó la
negociación de una salida concertada, llamada eufemísticamente "acuerdos de paz"-, y base
de operaciones para una nada improbable intervención contra la Revolución
Bolivariana en Venezuela (el Plan Balboa, ya listo y a la espera de ser
efectivizado en algún momento).
Todo hace indicar que en la estrategia hemisférica
de Washington se trata de "más de lo mismo".
¿Hacia una nueva relación Estados Unidos-Latinoamérica?
Latinoamérica es la región del orbe con mayor
inequidad; sus diferencias entre ricos y pobres son mayores que en ninguna otra
parte. Con los planes de achicamiento de los Estados y las recetas neoliberales
que la atravesaron estas últimas décadas, la exclusión social creció en forma
agigantada: en
los inicios de la década del 80 había 120 millones de pobres, pero esta cifra
aumentó a más de 250 millones en los últimos 30 años, y de ellos más de 100
millones son población en situación de miseria absoluta.
Así
como creció la pobreza, igualmente creció la acumulación de riquezas en cada
vez menos manos. La deuda externa de toda la región hipoteca eternamente el
desarrollo de los países, y sólo algunos grandes grupos locales -en general
unidos a capitales transnacionales- crecen; por el contrario, las grandes
masas, urbanas y rurales, decrecen continuamente en su nivel de vida. Lo que no
cesa es la transferencia de recursos hacia Estados Unidos, ya sea como pago por
servicio de deuda externa o como remisión de utilidades a las casas matrices de
las empresas que operan en la región. Las remesas que retornan son mínimas en
relación a lo que se va.
Como contrapartida de este enriquecimiento de muy
pocos, las masas trabajadoras han retrocedido en derechos mínimos: sus salarios son
equivalentes a lo que recibían 30 años atrás al mismo tiempo que han perdido
conquistas ganadas en décadas de lucha en el transcurso del siglo XX. Se han
envilecido o perdido la estabilidad laboral, la negociación colectiva, los
seguros sociales, el derecho a la sindicalización. Tener trabajo -aunque sea en
condiciones deplorables- ya se considera una ganancia. En el campo se
encuentran situaciones de tanta precariedad como a principios del siglo pasado
y el éxodo hacia Estados Unidos como recurso último de salvación se agiganta
día a día.
En
ese marco de retroceso social han aparecido nuevos elementos, sin dudas ligados
indirectamente a las políticas neoliberales: aumento de la narcoactividad y del
crimen organizado, creciente delincuencia y clima de violencia urbana,
explosión de niñez desprotegida que termina viviendo en la calle. No son
infrecuentes los casos de esclavitud encubierta así como el turismo sexual, las
adopciones ilegales de niños por familias del Norte, las pandillas juveniles
armadas y violentas -en muchos casos, mano de obra del crimen organizado y
virtuales "ejércitos de ocupación
para las barriadas pobres"-, el aumento escandaloso del trabajo
infantil, todos ellos síntomas de un deterioro social y humano explosivo.
Ante todo este desolador panorama -en algún sentido
nada distinto en Latinoamérica de lo que la caída del socialismo soviético
permitió por parte del gran capital transnacional en todas las latitudes del
mundo, incluido el Norte desarrollado-, y después de unos primeros años de
repliegue del campo popular producto del terror dejado por las guerras sucias,
vemos en los últimos años del pasado siglo y en los primeros del presente
nuevas oleadas de luchas. Independientemente que las llamemos
"socialistas" o no, son luchas con un claro signo popular,
reivindicatorio, antiimperialista. He ahí el ejemplo más vivaz de la izquierda
social que, como decíamos, no siempre se ve correspondida por las izquierdas políticas.
El capitalismo actual,
absolutamente globalizado y siempre conducido por la que sigue siendo su
potencia hegemónica: Estados Unidos, necesita cada vez más de recursos
energéticos y nuevos minerales para su aceleradísimo desarrollo tecnológico. De
ahí que asistimos a un nuevo despertar de las industrias extractivas. Minerales
estratégicos cada vez más sofisticados, amén del petróleo y de los recursos
hídricos como fuentes generadoras de energía, constituyen el actual
revalorizado nuevo botín en la mira. Y Latinoamérica, para su propia desgracia,
tiene mucho de todo eso.
En relación a eso, una "piedra en el zapato" que aparece ante ese avance
arrollador del nuevo extractivismo está dado por la defensa de sus territorios
que en todo el continente americano están llevando a cabo grupos locales. De
hecho, en el informe “Tendencias Globales 2020 – Cartografía del futuro
global”, del consejo Nacional de Inteligencia de Estados Unidos, dedicado a
estudiar los escenarios futuros de amenaza a la seguridad nacional de ese país,
puede leerse:
A comienzos del siglo XXI, hay grupos indígenas radicales
en la mayoría de los países latinoamericanos, que en 2020 podrán haber crecido
exponencialmente y obtenido la adhesión de la mayoría de los pueblos indígenas (…) Esos grupos podrán establecer relaciones con grupos terroristas
internacionales y grupos antiglobalización (…) que podrán poner en causa las políticas económicas de los liderazgos
latinoamericanos de origen europeo. (…)
Las tensiones se manifestarán en un área desde México a través de la región del
Amazonas. (Citado por Yepe, 2011).
Hoy, como dice el
portugués Boaventura Sousa Santos refiriéndose al caso colombiano en particular
y latinoamericano en general,
"la verdadera amenaza no son las FARC. Son las fuerzas progresistas
y, en especial, los movimientos indígenas y campesinos. La mayor amenaza [para la estrategia
hegemónica de Estados Unidos, para el capitalismo como sistema] proviene de aquellos que invocan derechos
ancestrales sobre los territorios donde se encuentran estos recursos [biodiversidad,
agua dulce, petróleo, riquezas minerales],
o sea, de los pueblos indígenas".
(De Sousa Santos, 2008)
Anida allí, entonces, una
cuota de esperanza. ¿Quién dijo que todo está perdido?
Pasadas las sangrientas
dictaduras que asolaron la región hasta la década de los 80, hoy pareciera
repetirse el mismo libreto en todos los países: fin de las dictaduras,
imposición de planes de ajuste estructural y privatización de empresas
públicas, democracias formales ("democraduras", como las llamó Eduardo
Galeano, democracias de cartón). Y con algunas variaciones puntuales, más o
menos en todos los países de la región se repiten los mismos fenómenos: falta
de politización y de lucha ideológica por parte de las mayorías populares, cultura
de la pura sobrevivencia (tener trabajo ya es un lujo que hay que cuidar a capa
y espada), medios de comunicación frívolos y fútbol a granel, explosión de
iglesias evangélicas fundamentalistas y (¡hay que remarcar fuertemente lo que
sigue!):
a) Explosión de la
delincuencia callejera.
b) Auge imparable de la
narcoactividad.
c) Grupos asociales con
fuerte presencia en la cotidianeidad (pandillas juveniles violentas, "maras" en Centroamérica, "barras
bravas" en el Río de la
Plata).
d) Linchamientos de
civiles a manos de civiles.
Pareciera que hay un
guión fríamente trazado para toda la región. Como dijo el Premio Nobel de la
Paz, el argentino Adolfo Pérez Esquivel: "El único país que tiene un
proyecto serio de integración para el continente es Estados Unidos. Aunque…
claro que no es precisamente la más conveniente para los pueblos de la región". (Diario “Página 12” del
17/5/2002).
Aunque no hay en la
actualidad una clara propuesta articulada de proyecto político transformador
-como lo hubo décadas atrás, a partir del que se desatara la salvaje represión
ya mencionada-, las luchas populares continúan. Es más: en estos últimos años
se van viendo incrementadas. Ya son varios los presidentes -De la Rúa en
Argentina, Bucaram, Mahuad y Gutiérrez en Ecuador, Sánchez de Losada y Meza en
Bolivia- removidos de sus cargos producto de esas movilizaciones al no dar
respuestas a los acuciantes problemas sociales.
Y vuelve a hablarse sin
temor de antiimperialismo, de la política exterior y del gobierno de Estados
Unidos como "enemigos". De todos modos, toda esa efervescencia, por
sí sola no constituye un proyecto revolucionario en sí mismo. Pero es un
germen, sin dudas. De ahí que para la estrategia hemisférica de Washington este
alza en las protestas constituye siempre un foco de preocupación.
Las actuales
administraciones políticas con talante izquierdizante
a que asistimos en Latinoamérica (todas las ya mencionadas), sin ser
"traidoras" a la causa revolucionaria en sentido estricto (¿quién y
desde dónde dice eso?), están en una situación ambigua. Llegaron al poder con
el voto popular, pero su proyecto no es gobernar en función de un cambio
profundo.
Ninguno de estos
presidentes ha hablado, por ejemplo, de suprimir la propiedad privada de los
medios de producción. ¡Ni lo va a hacer! Eso es sacrílego. De todos modos no
son descarnados neoliberales sentados sobre las bayonetas de dictaduras
militares: representan propuestas con una "tendencia social", con una
"preocupación social" (digámoslo con ese neologismo), y por tanto
tienen en el gran capital estadounidense, les guste o no, su gran enemigo.
Pero su misma
ambigüedad no les permite ir abiertamente contra él. De hecho, en una relación
de marchas y contramarchas no exenta de tensiones, la misma administración de
la Casa Blanca ha alabado en más de un caso a estas izquierdas alineadas (y las
seguirá alabando, siempre y cuando continúen pagando la deuda, no impidan
seguir ganando cantidades siderales de dinero a las empresas estadounidenses y
le abran sus puertas a las fuerzas armadas del Pentágono). Esas izquierdas, si
no se quitan el "saco y la corbata", seguirán siendo bendecidas por
el imperio.
Pero hay otras
izquierdas que hacen gobierno desde otra perspectiva: Cuba por ejemplo, o
recientemente Venezuela con su Revolución Bolivariana, en cuyo subsuelo se
encuentra -no se sabe si para su beneficio o para su desgracia- la mayor
reserva probada de petróleo, hoy manejada con un criterio nacionalista y no
entregada a las multinacionales de hidrocarburos de cuño estadounidense.
Justamente por ello
ambos países son el blanco de ataque del gran capital y de todas las
administraciones estadounidenses. Jamás serán bendecidos; al contrario, están
en la mira de los cañones imperiales. En el caso de Venezuela, principal
reserva de petróleo del mundo, su situación podría llegar a resultar trágica
incluso (¿un nuevo Irak, una nueva Ucrania?). El socialismo del siglo XXI y
esas reservas son demasiada provocación para la élite de la gran potencia.
Lo que sí preocupa a
Washington, ahora tanto como en todo el transcurso del siglo XX, es el
movimiento popular, la organización de base. Como lo fueron en su momento las
comunidades católicas de base, allá por los años 60 del pasado siglo,
inspiradas en la Teología de la Liberación, y para las que fabricó como
antídoto ese monumental proyecto de "iglesias"
evangélicas fundamentalistas, fabuloso recurso distractor de los sectores más
empobrecidos y excluidos. Las
izquierdas que ocupan aparatos de gobiernos pueden ser más manejables; las
masas, no tanto.
Valga como pequeño pero
esclarecedor ejemplo: el tema de los derechos humanos, que no es precisamente
de izquierda, hasta puede ser más digerible para los poderes. Por eso en
Guatemala, más allá de una recalcitrante derecha que sigue pensando con cabeza
de Guerra Fría y Doctrina de Seguridad Nacional, la embajada puede permitirse
estar "más a la izquierda" y
pedir, por ejemplo, un Fiscal General no corrupto (léase reelección de Claudia
Paz y Paz), o levantar la voz por la cultura de impunidad galopante que aún
continúa, por lo que se preocupa por la medida de castigo impuesta contra la
juzgadora del general Efraín Ríos Montt, la jueza Yassmin Barrios. Esas cosas
"políticamente correctas" sí las puede tolerar; las masas
organizadas, no.
Por eso, como parte de
una política que no ha cambiado en lo sustancial en los últimos cien años, la
opción militar por si las cosas se ponen "demasiado calientes" nunca ha desaparecido. Si bien hoy
por hoy en la estrategia hemisférica de Estados Unidos no son necesarias las
dictaduras militares como lo fueron durante el auge de la Guerra Fría con la
lógica del enemigo interno, en estos últimos años las frágiles democracias
latinoamericanas han permanecido siempre vigiladas por la atenta mirada
castrense. Pero no la de las fuerzas armadas vernáculas, sino directamente por
militares del norte. ¿Será que realmente las bases militares estadounidenses
están ayudando en algo a los pueblos de Latinoamérica?
Véase, por ejemplo, lo
que sucede con la narcoactividad. En este par de décadas, desde la finalización
de las guerras internas (cada país con su modalidad, con más o menos
desaparecidos, con tierra arrasada en algún lado, con asesinatos selectivos en
otros casos, etc.) la "explosión" del tráfico y consumo de drogas
ilegales creció en forma exponencial. Y ahí está el gran país del Norte con sus
planes continentales "ayudando" a combatir el flagelo. Dicho
sea de paso, el consumo en Estados Unidos no baja nunca. ¿Qué combaten entonces
estos planes de ejércitos super sofisticados, si el tránsito de la droga desde
el Sur no se detiene?
Distintos
documentos de la política exterior a largo plazo y planificación estratégica de
Washington reafirman tanto su supuesto derecho a intervenir en la región (su
eterno "patio trasero"), así como la apelación a la acción armada
toda vez que lo estime necesario.
Tanto
el Documento Santa Fe IV 'Latinoamérica hoy' -clave filosófica de los actuales
halcones republicanos- como el Documento Estratégico para el año 2020 del
Ejército de Estados Unidos o el Informe Tendencias Globales 2015, del Consejo
Nacional de Inteligencia, organismo técnico de la Agencia Central de
Inteligencia (CIA), presentan las hipótesis de conflicto social desde una
óptica de conflicto militar, completamente.
La
reducción de la pobreza y el combate contra la marginación recogidas en la
ambiciosa (y quizá incumplible en los marcos del capitalismo) agenda de los
Objetivos y Metas del Milenio de Naciones Unidas es algo que no entra en los
planes geoestratégicos del imperio. Al que proteste, palo; no hay otra
respuesta. Y los recursos naturales ubicados en Latinoamérica (petróleo, agua
dulce, minerales estratégicos, biodiversidad de las selvas tropicales, entre
los principales) son considerados como propios (la Amazonia, por ejemplo es
enseñada en algunos textos escolares como "territorio internacional").
Por
supuesto que a quien proteste: también palo. El Plan Colombia/Patriota, las
estrategias de Tres Fronteras, Alcántara, Misiones, Cabañas 2000, la Iniciativa
Regional Andina o las 70 bases militares diseminadas por la región, entre otras
cosas, nos lo recuerdan. ¿Qué hacen tropas estadounidenses en territorio
guatemalteco trabajando junto con la DEA -léase Operación Martillo-? ¿Nos están
protegiendo de la nueva plaga bíblica del narcotráfico, de las organizaciones
delictivas internacionales? ¿No suena esto como la "protección" contra los fundamentalistas musulmanes de Al Qaeda
que, se nos informa, nos están invadiendo en toda Latinoamérica? (en la Isla
Margarita, frente a las costas venezolanas, la CIA habría detectado grupos de
adiestramiento de "terroristas". Y las maras centroamericanas
tendrían vínculos con estos grupos, según sesudos informes de seguridad. ¿Será
cierto?)
El principal enemigo de Washington siguen siendo los movimientos populares, lo que podríamos llamar la izquierda social y no tanto las izquierdas políticas (hoy, al ocupar posiciones de gobierno, fieles pagadoras de la deuda externa y preocupadas, más que nada, por salir en televisión).
Según el referido informe del gobierno estadounidense: "Tales movimientos se incrementarán, facilitados por redes transnacionales de activistas de derechos indígenas, apoyados por grupos internacionales de derechos humanos y ecologistas". El "papel amenazante a la estabilidad regional" (léase: amenaza a los intereses de la oligarquía estadounidense), según esta lógica, está dado por "organizaciones sociales, pueblos indígenas y organismos no gubernamentales de derechos humanos y ambientalistas"; a lo que, como parte de una bien articulada propuesta de manipulación informativa, se suman el "narcotráfico" y el "terrorismo internacional" (¿pandillas juveniles ligadas a Al Qaeda?).
Las
actuales izquierdas que gobiernan algunos países latinoamericanos no son la
principal fuente de preocupación del imperio; pero sí la idea de unión que
entre ellas se podría dar. El fantasma de la integración latinoamericana sí
inquieta. Por eso el bombardeo continuo al ALBA, por ejemplo, que sin dudas
representa una seria y sostenible
iniciativa en la dirección de la integración hemisférica con un sentido social.
La misma fue presentada en sociedad por el extinto
presidente venezolano Hugo Chávez en ocasión de la III Cumbre de Jefes de
Estado y de Gobierno de la Asociación de Estados del Caribe, celebrada en la
isla Margarita en diciembre del 2001; se trazan ahí los principios rectores de
una integración latinoamericana y caribeña basada en la justicia y en la
solidaridad entre los pueblos. Tal como lo anuncia su nombre, el ALBA pretende
ser un amanecer, un nuevo amanecer radiante.
La iniciativa se fundamenta en la creación de
mecanismos para posibilitar ventajas cooperativas entre las naciones, que
permitan compensar las asimetrías existentes entre los países del hemisferio.
Se basa en la creación de Fondos Compensatorios para corregir las disparidades
que colocan en desventaja a las naciones débiles frente a las principales
potencias; otorga prioridad a la integración latinoamericana y a la negociación
en bloques subregionales, buscando identificar no solo espacios de interés
comercial sino también fortalezas y debilidades para construir alianzas
sociales y culturales.
Como sintetizó el entonces presidente Chávez el corazón de la
propuesta, citado por Javier De León:
Es hora de repensar y reinventar los debilitados y
agonizantes procesos de integración subregional y regional, cuya crisis es la
más clara manifestación de la carencia de un proyecto político compartido.
Afortunadamente, en América Latina y el Caribe sopla viento a favor para lanzar
el ALBA como un nuevo esquema integrador que no se limita al mero hecho
comercial sino que sobre nuestras bases históricas y culturales comunes, apunta
su mirada hacia la integración política, social, cultural, científica,
tecnológica y física. (En De León: 2005)
"Hay una alianza
izquierdista y populista en la mayor parte de América del Sur. Esta es una
realidad que los políticos de Estados Unidos deben enfrentar, y nuestro mayor
desafío es neutralizar el eje Cuba-Venezuela",
escribió en su momento Otto Reich, ex secretario de Estado adjunto para Asuntos
del Hemisferio Occidental, en el artículo titulado "Los dos terribles de América Latina", en la revista
derechista estadounidense National Review.
(Revista National Review del 11 abril de 2005, versión en español de Carlos
Ruiz)
No fue esa sólo la opinión en solitario de un funcionario de la
administración Bush; por el contrario habla de la verdadera política de los
halcones de la Casa Blanca hacia la considerada su natural zona de influencia,
que se sigue manteniendo con independencia del partido político que esté
circunstancialmente sentado en la silla presidencial. Esas políticas, dirigidas
en definitiva por quienes realmente toman las decisiones, no tienen color
partidario. Tienen color verde de los dólares, y nada más. Hoy día un
afrodescendiente ocupa la presidencia: acaso podría decirse que ¿los negros al
poder? ¡Ni remotamente! Los materiales y concretos intereses de las grandes
corporaciones multinacionales fijan las líneas maestras que los presidentes de
turno siguen. Y punto.
Y
ahí están las claves de la relación del imperio con sus súbditos. Una nueva
izquierda remozada, que dejó atrás las armas de la guerrilla, que no habla de
confiscaciones y poder popular (porque no puede, porque se quebró, por ambas
cosas, etc.) es tolerable. Incluso, como parte de las dinámicas del interjuego
político, hasta deseable en la lógica de dominación; es una manera de demostrar
que aquellos "sueños juveniles" del socialismo eran irrealizables, y
ahora, sin barba y bien peinados, o maquilladas y con tacones, estos nuevos
funcionarios ratifican "el fin de la historia".
Pero
cuando las relaciones se plantean de igual a igual, cuando la dignidad no se
negocia, vuelven a sonar los tambores de guerra por parte de la gran potencia.
Esa matriz no ha cambiado. La historia tampoco ha terminado, y de lo que se
trata es de ver cómo esa izquierda social (movimientos indígenas, campesinos
sin tierra, desocupados, insurgentes que no se han resignado, lo que para
Washington continúan siendo las "amenazas a la estabilidad regional",
y lo que quede de clase obrera organizada, movimientos de mujeres,
intelectuales progresistas) puede articularse en una propuesta de integración
regional, de Patria Grande.
En
un mundo de globalización, de grandes bloques y políticas a escala planetaria,
la izquierda social, la izquierda desde abajo, popular, sólo unida puede
enfrentarse con posibilidades de éxito al todavía poderoso imperio
estadounidense.
Bibliografía
Aguilera,
G., Imery, J et. al. (1980) Dialéctica del terror
en Guatemala. San Salvador: Editorial Universitaria Centroamericana.
Antognazzi,
I. y Lemos, M. F. (2006) Nicaragua, el ojo del
huracán revolucionario. Buenos Aires: Nuestra América Editorial.
Bauer P. A. (2007) Cómo opera el capital yanqui en
Centroamérica (El caso de Guatemala). Guatemala: Inforpress Centroamericana.
Bendaña, A. (1991) Una tragedia campesina. Managua: Editora de Arte.
Betto, F. (2005). "Desafíos a la nueva izquierda";
Rebelión, 02-02-2005, accesible en www.rebelion.org
Borón, A. (2004) "La izquierda latinoamericana a
comienzos del siglo XXI: nuevas realidades y urgentes desafíos"; en Rebelión, 11-08-2004, accesible en www.rebelion.org
Borón, A. (2004) "Actualidad del '¿Qué hacer?'";
en Rebelión, 27-12-2004, accesible en
www.rebelion.org
Caballero, M. (1988) La
Internacional Comunista y la revolución latinoamericana. Caracas: Editorial Nueva Sociedad.
Clavero, B. (2008). Geografía
política de América Latina: pueblos indígenas entre constituciones mestizas.
México: Siglo XXI.
Cuéllar,
N.
(Coordinador) (2012) Inversiones y
dinámicas territoriales en Centroamérica. Implicaciones para la gobernanza y la
construcción de alternativas. El Salvador: Fundación PRISMA.
Cuevas
Molina, R.
(2011) De banana republics a repúblicas
maquileras. La cultura en Centroamérica en tiempos de globalización neoliberal.
San José: UNED.
De León,
J. (2005)
ALBA para la Patria Grande. En
Incidencia Democrática. Guatemala: Revista N° 731
De Sousa
Santos, B.
(2008) “Estrategia continental”, en ColPaz-EN, accesible en https://www.uclouvain.be/en-369088.html
Diario “Página 12” del 17/5/2002, Buenos Aires,
Argentina.
Diercksens, W. (1997) Los límites de un capitalismo sin ciudadanía. San José: Editorial
Universidad de Costa Rica.
Dussel, E. (1994) Praxis
latinoamericana y filosofía de la liberación. Bogotá: Editorial Nueva
América.
Figueroa Ibarra, C. (2004) "Notas para una
reflexión sobre la izquierda guatemalteca"; Ponencia presentada en el
Encuentro Nacional por la Paz y la Democracia. Quetzaltenango, Guatemala,
octubre de 2004.
Galeano, E. (1973) Las
venas abiertas de América Latina. México: Siglo Veintiuno Editores.
Guzmán Böckler, C. (1991) Donde enmudecen las conciencias. Crepúsculo y aurora en Guatemala. Guatemala: GSPI.
Katz, C. (2006) El porvenir
del socialismo. Caracas: Monte Ávila Editores.
Mariátegui, J. C. (2007) Siete ensayos sobre la realidad peruana. Caracas: Fundación Biblioteca
Ayacucho.
Martínez Peláez, S. (1994). La Patria del criollo. Ensayo de interpretación de la realidad colonial
guatemalteca. México: Ediciones En Marcha
Reich, O. Latin America’s Terrible Two: Fidel Castro and Hugo Chávez constitute an axis of
evil. En National Review del 11
de abril de 2005. Versión en español de Carlos Ruiz.
Primer Encuentro Continental de Pueblos Indios. (1990) Declaración de Quito. Versión digital
disponible en http://www.cumbrecontinentalindigena.org/quito_es.php
Rodríguez Elizondo, J. (1990) La crisis de las izquierdas en América Latina. Caracas: Editorial
Nueva Sociedad.
Rojas Scherer, N. (2013) "América Latina
cercada por Estados Unidos a través de sus 76 bases militares". Versión
electrónica disponible en http://www.surysur.net/2013/06/america-latina-se-encuentra-cercada-por-estados-unidos-a-traves-de-sus-76-bases-militares/
Sánchez Vásquez, A. (1999) Entre la realidad y la utopía. Ensayo sobre política, moral y
socialismo. México: UNAM / FCE México.
Varios autores. (1999) Fin del capitalismo global. El nuevo proyecto histórico. México:
Editorial Txalaparta.
Wieviorka, M. (2009). El
racismo: una introducción. Barcelona: Editorial Gedisa.
Yepe, R. (2011) “Los informes del Consejo Nacional de
Inteligencia”. En Rebelión Versión
digital disponible en http://www.rebelion.org/noticia.php?id=140463
* Publicado originalmente en “Revista Análisis de la Realidad
Nacional”, Año 3, N° 49, Instituto de Problemas Nacionales de la Universidad de
San Carlos de Guatemala. Guatemala, mayo de 2014.
No hay comentarios:
Publicar un comentario