Los nuestros son
tiempos de conflicto y de intentos de construcción democrática en contextos
posneoliberales. Escenarios abiertos y diversos que nos obligan a analizar y comprender
lo local como expresión de los procesos globales en medio de los cuáles se
debate hoy el devenir de la humanidad.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Las elecciones al Parlamento Europea evidenciaron las tensiones políticas que recorren el planeta. |
Como bien enseña el
pensamiento chino, las crisis son momentos que implican la coexistencia, como
horizonte de posibilidad, de tensiones creativas, por un lado, y de peligros y
riesgos de regresiones que impidan salir del atasco, por el otro. Y es esta
última tendencia la que parece imponerse en el mundo: los escenarios de
conflicto político, lo mismo que los procesos electorales que se ha realizado
en distintas regiones y países, así lo van confirmando.
Partidos políticos,
élites oligárquicas, organismos internacionales, grupos corporativos
mediáticos, “formadores de opinión”, y también líderes y movimientos sociales
emergentes, aparecen inmersos –aquí y allá- en una intensa disputa ideológica, cultural en su sentido amplio, por
la reafirmación de su hegemonía, y en otros casos por la construcción de
amplios frentes contrahegemónicos, a partir de lo cual sea factible perfilar
caminos de salida y superación de una crisis de la que todos hablan, pero que
muy pocos comprenden realmente como una crisis civilizatoria.
Se trata, pues, de una
apuesta clara por impulsar giros más
o menos radicales, según se trate de fuerzas políticas progresistas (en algunos
casos, con planteamientos claramente de izquierda) o conservadoras (más
propensas a la opción de la huida hacia
delante), que puedan incidir en la gestión pública, la economía y las
dinámicas de redistribución de la riqueza de sociedades que ya no encuentran oxigeno en la ortodoxia neoliberal,
sin que esto suponga, necesariamente, que se busque una alternativa
anticapitalista.
En este sentido, los
resultados de las elecciones al Parlamento Europeo del pasado fin de semana,
marcadas por el triunfo de la derecha, el ascenso de una extrema derecha
fascista en Reino Unido, Francia y Dinamarca, y la inercia electoral de una
socialdemocracia genuflexa, que se asegura su presencia como actor de reparto
en el guión escrito por los banqueros y
la institucionalidad europea, muestran que ese pulso por la definición del
rumbo de los cambios en un bloque regional tan importante como el del viejo
contienente, debe ser mirado con reservas, más allá de lo que puedan sugerir fenómenos tan esperanzadores como por ejemplo
el avance de los partidos Podemos e Izquierda Unida en España, y sobre cuyos
triunfos ironizó el expresidente español
Felipe González, al afirmar que “la revolución bolivariana se está
poniendo de moda” en Europa.
La efervescencia de los discursos a favor del
establishment y de las prácticas derechistas extremas, no son tan solo datos
aislados o anecdóticos, sino que constituye el signo claro de la acción ideológica sobre el sentido común de una opinión global
asustada, que naufraga en los temores sobre el futuro. Así, no debe
sorprendernos, mas sí preocuparnos, el hecho de que uno de los columnistas de la
emblemática revista Forbes, vocera del
capitalismo estadounidense durante casi un siglo, publicara hace pocos días un
texto en el que, primero, reclama la
presencia en Ucrania de “un Pinochet” que ponga fin a la crisis política y
económica de ese país, y luego, celebra el hecho de que el represor “no tuvo
miedo a apostar por un grupo de jóvenes educados en el espíritu del liberalismo
clásico, graduados chilenos de Chicago y otras universidades americanas”,
quienes fueron “una fuente de ideas de la reforma económica” que impuso a
sangre y fuego el neoliberalismo en nuestra América.
Esta disyuntiva,
entonces, entre los cambios posibles y
la amenaza de la regresión –y hasta profundización del capitalismo
neoliberal, por todas las vías posibles- también está presente en América
Latina, y lo estamos viendo en Venezuela, con la violencia política, el
terrorismo y el sabotaje económico desatado por la derecha opositora (apoyada
por el imperialismo); en el inevitable recambio político en Argentina en 2015,
que pondrá fin al proyecto nacional-popular kirchnerista y que introduce desde
ya una alta dosis de incertidumbre en la integración regional nuestroamericana impulsada en la última
década; o en las encrucijadas del Brasil potencia y sus aspiraciones primermundistas. Y más recientemente, lo
vemos en las elecciones presidenciales en Colombia, en cuya segunda ronda se
enfrentarán las fuerzas uribistas y conservadoras, que quieren la continuidad
de la guerra, contra otra fuerza política que, sin dejar de ser conservadora,
al menos ha comprendido que la paz –en el marco de un gran acuerdo nacional,
que involucre a todos los sectores- es la única posibilidad para el país
suramericano.
Los nuestros son tiempos de conflicto y de intentos de
construcción democrática en contextos posneoliberales que incluyen, como lo explica la intelectual
mexicana Ana Esther Ceceña, “alternativas de reforzamiento del capitalismo
–aunque sea un capitalismo con más dificultades de legitimidad–; de
construcción de vías de salida del capitalismo a partir de las propias
instituciones capitalistas; y de modos colectivos de concebir y llevar a la
práctica organizaciones sociales no-capitalistas”.
Escenarios abiertos y diversos que nos obligan a analizar y comprender lo local como expresión de los procesos globales en medio de los cuáles se debate hoy el devenir de la humanidad.
Escenarios abiertos y diversos que nos obligan a analizar y comprender lo local como expresión de los procesos globales en medio de los cuáles se debate hoy el devenir de la humanidad.
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