Las declaraciones del primer ministro David Cameron, sobre las pretensiones británicas en el conflicto de las Islas Malvinas, constituyen una reacción imperial propia de los tiempos cuando se emprendían atropellos con el parche en el ojo.
Roberto Utrero / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
(Fotografía: David Cameron, primer ministro británico).
En recientes declaraciones ante el Parlamento británico, sobre la “no negociación” sobre Malvinas, el primer ministro David Cameron, ratificando el derecho de autodeterminación de los kelpers, afirmó: "Mientras las Islas Malvinas quieran ser territorio soberano británico, deben seguir siendo territorio soberano británico. Punto. Final de la historia".
Estas declaraciones unilaterales, irresponsables y absurdas exigieron la inmediata reacción del gobierno argentino, sobre todo el repudio de nuestra presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, de la Cancillería y de toda la comunidad que advierte una reacción retrógrada, propia de cuando se emprendían atropellos con el parche en el ojo, porque groseramente pretenden desconocer los legítimos reclamos argentinos e ignorar que el establecimiento británico en Malvinas se debió a un acto de piratería con que fueron usurpadas.
Además esto pone de manifiesto crudamente la sempiterna mirada imperial que desde hace varios siglos mantiene el Reino Unido. El total desprecio a las negociaciones diplomáticas y al reconocimiento de los Estados soberanos proviene de la lógica de poder que siempre impusieron los imperios, quienes se someten a la ley cuando el poder punitivo de sus armas no es el suficiente para imponerse por la fuerza. Remitiéndose a lo de Von Clausewitz, que la guerra es la prolongación de la política por otros medios, sintetizado por aquello de “por la razón o la fuerza”.
No nos extraña. Desde comienzos del siglo XIX, Inglaterra intentó aprovechar la invasión napoleónica a la península Ibérica, para extender su dominio al Virreinato del Río de la Plata, siendo rechazada en dos oportunidades por las tropas locales. Esa necesidad de la población de aglutinarse para la defensa generó el espíritu patriótico que luego hizo posible el 25 de mayo de 1810 y posteriormente, recorrer el camino que la llevaría a la emancipación de España.
Sin embargo, el viejo pirata no olvidó sus mañas y con su flota invencible dominando los mares, se instaló en el río de La Plata y, con el pretexto de beneficiarnos con el libre comercio, boicoteó permanentemente el tráfico naval de las Provincias Unidas. A través de sus personeros sabía cuántos barcos entraban y salían del puerto y qué comercializaban. Fue decisivo en las agresiones a la Banda Oriental, tanto a través de los portugueses, como en las instigaciones al gobierno de Buenos Aires, logrando finalmente que se independizara y que las márgenes del ancho río quedaran en distintas manos y así aprovechar los beneficios emergentes.
Los gobiernos porteños, permeables a la seducción británica fueron satélites de sus actividades comerciales y financieras, siendo la Banca Barig en 1824, la primera entidad que concedió el primer préstamo, cuya cancelación demoró ochenta años. Bernardino Rivadavia fue quien, siendo ministro de gobierno, comprometió las finanzas locales a los ardides de sus patrones.
A nueve años de esto, en 1833, los ingleses invadieron a las islas Malvinas, desalojando al gobernador Luis Vernet que había sido designado en 1829. Se instalaron allí desde entonces y, es desde esa usurpación que quieren defender su supuesta soberanía.
Durante el extenso reinado de la reina Victoria la penetración británica se diversificó a través de ferrocarriles, compañías de tranvías, electricidad, fletes, seguros y en cuanto resquicio generaba oportunidades redituables. Amparados por la idea de progreso que intentaban emular nuestros principales dirigentes, prosperaron significativamente con los beneficios que les brindaba esta periferia proveedora de alimentos baratos. Romance que se interrumpe violentamente con la crisis de 1929 y, el gobierno fraudulento del General Justo, envía a su vicepresidente, Julio A. Roca hijo, quien firmará el célebre y vergonzante Pacto Roca- Runciman, que subordinaba al país al nivel de sus colonias.
Luego de la Segunda Guerra Mundial el imperio fue cediendo su hegemonía a favor de Estados Unidos y, lentamente, sobre todo en la década liderada por el General Juan Perón, se lograron recuperar los Ferrocarriles y otras áreas importantes.
La guerra emprendida en 1982 por la decadente y genocida última dictadura militar, hizo visible a los kelpers, ciudadanos de segunda que a partir de entonces comenzaron a disfrutar de beneficios.
Desde entonces, idas y venidas diplomáticas, no han hecho nada más que dilatar eternamente esta situación que en algún momento deberá dilucidarse sensatamente, con criterios del siglo XXI.
La porfiada persistencia de esquemas colonialistas, esclavistas y de sometimiento que aun subsisten en la vieja Europa, no hacen más que postergar situaciones de flagrante injusticia con los explotados pueblos de América Latina y África, cuyas víctimas inmediatas son los ciudadanos de esos países que se ven obligados a emigrar de sus orígenes. Todo esto, dentro de un esquema perverso de modernidad de dominantes y oprimidos que involucra un sistema económico.
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