Queda la esperanza de que a alguna hora, más temprana que tardía, Dilma haga honor, como siempre lo hizo, a la memoria de su propio pasado personal y de toda una generación que empeñó la vida por la democracia que ahora tenemos.
Eric Nepomuceno / Página12
Que Dilma Rousseff, una mujer valiente que, como dijo el compositor y escritor Chico Buarque de Hollanda en un acto de campaña, “ya probó su valor, ya pasó por todo y supo seguir adelante”, haya aceptado decretar sigilo absoluto y por tiempo indeterminado sobre documentación histórica de Brasil es algo que el tiempo tendrá que explicar. De momento, la única explicación posible son las presiones y chantajes que enfrenta en el Congreso, especialmente en el Senado. Imponer un silencio oceánico sobre la historia brasileña –e incluso sobre su propia historia personal, ya que padeció cárcel y tortura durante la última dictadura militar– es algo inesperado. Es fácil imaginar la clase de presión a que se vio sometida para postergar sine die la apertura de documentos clasificados como ultra-secretos, y que van del siglo XIX al período de la última dictadura militar que nos sofocó. Inicialmente, se preveía un plazo de 50 años para que se levantase el sello de “ultra-clasificado”. Ahora no hay plazo. Lea el artículo completo aquí…
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