Tanto Keiko Fujimori como Otto Pérez Molina, candidatos de la extrema derecha neoliberal autoritaria y racista, representan lo peor de esa América Latina que se aglutina junto a los Estados Unidos y tratan de poner un alto a los esfuerzos por impulsar una política latinoamericanista autónoma del imperio.
Rafael Cuevas Molina / Presidente AUNA-Costa Rica
rafaelcuevasmolina@hotmail.com
(Fotografía: Otto Pérez Molina, general retirado y candidato a la presidencia de Guatemala)
En Perú y Guatemala están muy cerca de ganar las elecciones personajes que, de una u otra forma, han estado asociados a regímenes corruptos que han impulsado el terrorismo de Estado dejando una estela macabra de muertos, desaparecidos, torturados y exiliados, contribuyendo de manera fundamental a creas sociedades destramadas, desajustadas, que posteriormente, en nuestros días, son pasto fácil de la criminalidad organizada y las bandas del narcotráfico.
Tanto la Fujimori como Pérez Molina, candidatos de la extrema derecha neoliberal autoritaria y racista, representan lo peor de esa América Latina que se aglutina junto a los Estados Unidos y tratan de poner un alto a los esfuerzos por impulsar una política latinoamericanista autónoma del imperio.
Otto Pérez Molina fue ejecutor directo de la política de tierra arrasada que se instauró en la Guatemala de inicios de los años 80, cuando cientos de aldeas indígenas fueron devastadas hasta sus cimientos en el altiplano occidental guatemalteco con el fin de quitar a la guerrilla su sustento popular. Pertenece a la generación de militares que no solamente no han sido juzgados por los crímenes de lesa humanidad que cometieron, sino que son premiados con el beneplácito de sectores de la población que consideran que sus atestados de “mano dura” son la solución contra la violencia que asola a los países centroamericanos.
Por su parte, Keiko Fujimori pertenece a una estirpe que no dudó en aplicar la guerra sucia contra su propio pueblo, dejando testimonio de ello en las decenas de fosas comunes que poco a poco se van descubriendo en todo el Perú; fue, también, artífice de un sistema galopantemente corrupto que quedo en evidencia en el juicio que se le siguió a Vladimiro Montesinos, mano derecha del padre de la actual candidata.
Que estas sanguijuelas sigan tratando de seguir pegadas al cuerpo del Estado para libar las mieles que la corrupción y el autoritarismo les deparan no es extraño. Lo que es extraño es que, con los antecedentes que tienen, no solamente haya quien quiera votarles sino, además, que sean muchos.
En Guatemala, por ejemplo, en los lugares en donde la represión fue más fuerte, en donde el dolor y la muerte se enseñorearon de manera más brutal, es en donde estos especímenes consiguen la mayor cantidad de votos. En el Perú, Keiko Fujimori protagoniza un verdadero mano a mano con Ollanta Humala que, seguramente, se resolverá por menos de una cabeza en la recta final.
Cuesta comprender estas actitudes, y no han sido pocos los que, desde las ciencias sociales, han tratado de explicarse este fenómeno que no es propio solamente de los países que venimos mencionando. Seguramente las variables que intervienen son múltiples y disímiles, pero no cabe duda que deben ser despejadas para poder comprender a cabalidad la dinámica política de nuestros países.
Algunos han recurrido al llamado “síndrome de Estocolmo”, aquel en el que la víctima llega a identificarse con su victimario, para explicar el fenómeno. Otros lo atribuyen al atraso ideológico y político de vastos segmentos de la población que, hundidos en la miseria, siguen reproduciendo viejas formas de relacionamiento social que son heredadas del siglo XIX e incluso de más allá.
Como sea que fuere, la base de sustentación de estos proyectos reaccionarios es popular, aunque respondan a los intereses de otros grupos sociales. Son los mismos que sirven de carne de cañón en los ejércitos que reprimirán a su propio pueblo, los que son arriados a las plazas públicas para que coreen consignas y ondeen banderas. Serán los mismos que no continuarán siendo furgón de cola del tren del llamado progreso.
1 comentario:
Soy guatemalteca y no imagino a mi país regresando a estos tiempos en los que el genocidio le dio lugar a asesinos como Otto Péres Molina de hacer lo que quisieran con la vida de cientos de guatemaltecos, todavía así tener el descaro de postularse como candidato presidencial, una vergüenza para el país, pero esta en nosotros no darles el poder a hombres como este que llevarían nuevamente a la desgracia a Guatemala, nunca mas!
Publicar un comentario