El futuro de Honduras parece caminar hacia un callejón sin salida. Quizás uno de esos donde, según decía Bertolt Brecht, se engendran las revoluciones. ¿Será posible un desenlace de ese tipo en la Centroamérica de hoy?
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
(Fotografía: el General Romeo Vázquez -izquierda- y el dictador Roberto Micheletti -derecha-).
“Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí” - Augusto Monterroso.
En menos de una semana, el expresidente Manuel Zelaya regresó a Honduras, y Honduras volvió, no sin dificultades, oposiciones y votos de reserva, a la Organización de Estados Americanos (OEA). Más allá de lo que esta decisión representa en términos diplomáticos y del acceso a recursos de la cooperación internacional, necesarios para solventar los enormes problemas de uno de los países más pobres del continente, lo cierto es que las primeras reacciones de los protagonistas del golpe de Estado ante estos nuevos acontecimientos son poco halagüeñas. Y comprobamos, como en el clásico cuento de Augusto Monterroso, esa breve pero profunda metáfora sobre las realidades humanas y sociales que parecen casi irreversibles, que los dinosaurios todavía están en Honduras.
Instalada en el poder desde tiempos lejanos, cómplice de la entrega de la independencia política y económica de Honduras, primero al imperio británico de la diplomacia financiera (siglo XIX), y más tarde al imperio estadounidense del monopolio capitalista y la ocupación militar (siglo XX), la megafauna ideológica de una derecha oligárquica, entreguista, furiosamente antipopular (que disfraza sus odios de clase y su temor bajo la bandera del “anticomunismo” y del “antichavismo”) y antinacional, mantiene bloqueados todos los caminos para el cambio en el país centroamericano.
Ahora, en el siglo XXI, esas criaturas del pasado rugen una vez más en defensa de sus privilegios y en resguardo de inaceptables estructuras de exclusión, sobres las que han ejercido el poder y levantado fortunas.
Dinosaurios presuntamente “liberales” y cínicos, como el dictadorzuelo Roberto Micheletti, quien ni siquiera se ruborizó al afirmar sobre el regreso de Zelaya que “los demócratas vamos a pelear contra los comunistas y los socialistas. No vamos a permitir que un mal discípulo de (Hugo) Chávez impere en este país” (Opera Mundi, 31/05/2011).
Dinosaurios conservadores y proimperialistas, como Fernando Alduray, aspirante a la presidencia por el Partido Nacional para las elecciones del 2013, y quien criticó al presidente Profirio Lobo por “tomar la agenda de Hugo Chávez”. En un arrebato de anexionismo, durante una entrevista en televisión, Alduray se preguntó: “¿cuánto le gustará esto al Congreso de los Estados Unidos (…), al presidente (Barack) Obama, a doña Hillary Clinton (la secretaria de Estado)” (La Nación, 30/05/2011).
Y dinosaurios sanguinarios del empresariado terrateniente, como Miguel Facussé, dueño de miles de hectáreas de la mejor tierra cultivable y de 22 playas en el Golfo de Fonseca, quien presentó recientemente una querella por los delitos de calumnia y difamación contra el obispo de Santa Rosa de Copán, Luis Alfonso Santos. El delito de Santos: en medio de una celebración eucarística el fin de semana anterior, el religioso aseguró que “Honduras es saqueada por una oligarquía ciega y sorda que se enriquece a costa de la sangre del pueblo” (ALAI, 31/05/2011).
Por proclamar esta verdad, el empresario Facussé, señalado por organizaciones de derechos humanos como responsable de las masacres de campesinos en Bajo Aguán, cargó con toda su ira oligárquica contra el obispo que hace su vida entre los pobres: un gesto que expresa, como pocos, el estado de crisis de la democracia en Honduras.
En un artículo anterior, lamentábamos que la lucha del Frente Nacional de Resistencia Popular, a lo largo de dos años, se viera empañada por la impunidad que todavía gozan los golpistas políticos, militares, religiosos y empresariales, y por la ausencia de justicia para establecer la verdad sobre las graves y sistemática violaciones a los derechos humanos ocurridas desde 2009 a la fecha. Un punto que no resolvió el Acuerdo de Cartagena, ni tampoco la Asamblea General de la OEA, y que sin embargo, constituye el punto central para alcanzar una “reconciliación nacional” auténtica, y no un simulacro (como lo enseña la experiencia argentina de los últimos dos gobiernos).
Obviar esta cuestión, solo alimenta el fuego de un conflicto potencial, de mucha mayor envergadura, en la sociedad hondureña: porque son esos mismos golpistas de ayer, líderes de los grupos y sectores que se consideran dueños del país, quienes hoy mantienen secuestrado el derecho del pueblo hondureño a la libre determinación de su destino. ¿O es que las declaraciones y el comportamiento de los Micheletti, Aldunay y Facussé, no revelan que la solución antidemocrática sigue siendo su primera opción?
El futuro de Honduras parece caminar hacia un callejón sin salida. Quizás uno de esos donde, según decía Bertolt Brecht, se engendran las revoluciones. ¿Será posible un desenlace de ese tipo en la Centroamérica de hoy? Solo el tiempo y la lucha del pueblo hondureño –apoyado por la solidaridad internacional-, en su empeño por construir un país diferente, podrá darnos una respuesta.
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