No saldremos de esta
crisis ni desharemos a los revanchistas y golpistas sin una reforma política,
tributaria y agraria. En caso contrario, la democracia será manca y tuerta.
Leonardo Boff / Servicios Koinonia
La crisis política y
económica que estamos viviendo nos da la oportunidad de hacer realmente cambios
profundos, como la reforma política, tributaria y agraria. Para tener el
enfoque correcto, es importante considerar algunos puntos previos.
En primer lugar, debemos
situar nuestra crisis dentro de la crisis mayor de la humanidad como un
todo, en lugar de verla dentro de esta situación y fuera del actual curso de la
historia. Pensar la crisis brasilera fuera de la crisis mundial no es pensar la
crisis brasilera. Somos un momento de un todo mayor. En nuestro caso no escapa
a la mirada ávida de los países centrales y de las grandes corporaciones cuál
será el destino de la 7ª economía mundial donde se concentra lo principal de la
economía del futuro de base ecológica: abundancia de agua dulce, las grandes
selvas húmedas, una inmensa biodiversidad y los 600 millones de hectáreas
cultivables. No le interesa a la estrategia imperial que haya en el Atlántico
Sur una nación continental como Brasil, que no se alinee con los intereses globales
y que por el contrario busque un camino independiente hacia su propio
desarrollo.
En segundo lugar, la
actual crisis brasilera tiene un trasfondo histórico que jamás puede ser
olvidado, atestiguado por nuestros mayores historiadores: nunca hubo una forma
de gobierno que diese atención adecuada a las grandes mayorías, descendientes
de esclavos, de indígenas y de poblaciones empobrecidas. Eran considerados como
peones y gente don nadie. El Estado, incautado desde el inicio de nuestra
historia por las clases propietarias, no estaba pertrechado para atender sus
demandas.
En tercer lugar, hay que
reconocer que, como fruto de una penosa y sangrienta historia de luchas y de
superación de obstáculos de todo orden, se constituyó otra base social
para el poder político que ahora ocupa el Estado con sus aparatos. De un Estado
elitista y neoliberal se pasó a un Estado republicano y social que, en medio de
las mayores dificultades y concesiones a las fuerzas dominantes nacionales e
internacionales, consiguió poner en el centro a quien siempre estuvo al margen.
Es de una magnitud histórica innegable el hecho de que el Gobierno del PT haya
sacado de la miseria a 36 millones de personas y les haya dado acceso a los
bienes fundamentales de la vida. ¿Qué es lo que quieren los humildes de la
Tierra? Ver garantizado el acceso a los bienes mínimos que les permitan vivir.
Para eso sirven la Bolsa Familia, Mi Casa Mi vida, Luz para todos y otras
políticas sociales y culturales sin las cuales los pobres jamás podrían ser abogados,
médicos, ingenieros, pedagogos etc.
Califiquen como quieran
estas medidas, pero ellas han sido buenas para la inmensa mayoría del pueblo
brasilero. ¿No es la primera misión ética del Estado de derecho garantizar la
vida de sus ciudadanos? ¿Por qué los gobiernos anteriores, de siglos, no
tomaron esas iniciativas antes? ¿Fue necesario un presidente-obrero para hacer
todo eso? El PT y sus aliados consiguieron esa hazaña histórica, no sin la
fuerte oposición por parte de aquellos que en otro tiempo despreciaron a «los
considerados ceros económicos», como lo mostraron Darcy Ribeiro, Capistrano de
Abreu, José Honório Rodrigues, Raymundo Faoro y últimamente Luiz Gonzaga de
Souza Lima, y aquellos todavía hoy siguen despreciándolos.
Algunos estratos de las
clases altas privilegiadas se avergüenzan de ellos y los odian. Hay odio de
clase sí, en este país, además de la indignación y de la rabia comprensibles,
provocadas por los escándalos de corrupción habidos en el gobierno hegemonizado
por el PT. Estas élites viejistas con sus medios de comunicación muy marcados
por la ideología reaccionaria y de derecha, apoyados por la vieja oligarquía,
diferente de la moderna más abierta y nacionalista, que en parte apoya el
proyecto del PT, nunca aceptaron un gobierno de cariz popular. Hacen de todo
para inviabilizarlo y para ello se sirven de distorsiones, difamaciones y
mentiras, sin ningún pudor.
Se diseñan dos
estrategias de la derecha, que consiguió articularse para volver al poder
central que perdió por el voto, pero que todavía no se ha conformado:
La primera es mantener en
la sociedad una situación de permanente crisis política para impedir con eso
que la Presidenta Dilma gobierne. Para ello organizan manifestaciones por las
calles, haciendo como un picnic, caceroladas, con las ollas llenas pues nunca
supieron los que es una olla vacía, o si no, de forma maleducada y grosera
abuchean sistemáticamente a la Presidenta en sus apariciones públicas.
La segunda consiste en un
proceso de desmontar el gobierno del PT, calumniándolo como incompetente e
ineficaz, y demoler el liderazgo del ex-presidente Lula con difamaciones,
distorsiones y mentiras directas, que cuando se desenmascaran, no son
desmentidas. Con eso pretenden impedir su candidatura en 2018 y su reelección.
Ese tipo de procedimiento
solo revela que la democracia que todavía tenemos es de bajísima intensidad.
Los actos recientes, provocadores y llenos de espíritu de venganza de los
presidentes de las dos casas, ambos del PMDB, confirman lo que el sociólogo de
la UNB, Pedro Demo, escribió en su Introducción a la sociología (2002):
«Nuestra democracia es la representación nacional de hipocresía refinada,
repleta de leyes “bonitas”, pero hechas siempre, en última instancia, por la
elite dominante para que les sirvan a ella de principio a fin. Los políticos
son gente que se caracteriza por ganar mucho, trabajar poco, hacer negocios,
emplear a parientes y paniguados, enriquecerse a costa de las arcas públicas y
entrar en el mercado por arriba… Si ligásemos democracia con justicia social,
nuestra democracia sería su propia negación» (p. 330-333).
No saldremos de esta
crisis ni desharemos a los revanchistas y golpistas sin una reforma política,
tributaria y agraria. En caso contrario, la democracia será manca y tuerta.
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