Recordar es parte de la liberación de la conciencia, para conocer y
entender el pasado. Pedagógicamente, el reconocimiento de los errores del
pasado lleva a la colectividad a la posibilidad de no cometer nuevamente esos
yerros.
Elfidio Cano del Cid/ La Nación
(Guatemala)
Hay distintas concepciones sobre la real naturaleza de la verdad
histórica en el devenir de una sociedad, y la pertenencia de aquella en la conciencia
colectiva. Una formación histórico-social desmemoriada, es prácticamente
inadmisible desde el punto de vista antropológico, psicológico y societal. Los
recuerdos negativos y positivos, se llevan en el interior de cada individuo;
por otro lado, los conocimientos colectivos son transmitidos de generación en
generación, en forma oral o escrita.
En la misma perspectiva, si alguien se empecina en olvidar, es porque
exactamente recuerda lo que le agrada o disgusta. Lo segundo, se traduce en
sufrimiento para quien trate de lograrlo. En consecuencia, el olvido es parte
del recuerdo, porque no se puede olvidar lo que no forma parte de la
conciencia.
Hay quienes argumentan que no vale la pena torturarse con el pasado, y
que lo mejor para toda la colectividad es olvidarse de lo que sucedió. Esto
implica que se nos quiere convencer que enviemos al no recuerdo, tanto los
hechos buenos como los malos de nuestras vidas. Esta clase de mensajes tiene
claramente una función ideológica de los hacedores de opinión, vinculados a las
estructuras de dominación.
El culto a la verdad histórica no es precisamente para torturarse,
sino para tratar de liberarse principalmente de aquellos acontecimientos
negativos que nos afectaron directamente, o a los demás. Recordar es parte de
la liberación de la conciencia, para conocer y entender el pasado. Pedagógicamente,
el reconocimiento de los errores del pasado lleva a la colectividad a la
posibilidad de no cometer nuevamente esos yerros.
Cuando las organizaciones defensoras de los derechos humanos reiteran
la necesidad de la reivindicación del pasado, es primordialmente para resarcir
a las víctimas, directas e indirectas, de las consecuencias psicológicas y
materiales de las atrocidades cometidas contra ellas. Los padres, los hermanos,
los hijos y los parientes en general de aquellas víctimas, están en el legítimo
derecho de reclamar el reconocimiento social de su condición.
El papel de los museos históricos tienen como objetivo el recrear, en
términos globales, la evolución de la especie humana, así como el desarrollo de
la humanidad. Por otro lado, nos recuerdan aquellos hechos dignos de recapitular
y que constituyen hitos o saltos cualitativos en la evolución; igualmente, nos
ilustran los actos heroicos de determinadas sociedades, según la concepción de
la historia que se comparta.
En la óptica anterior y desde otro ángulo, estos museos históricos
pedagógicos enseñan a las nuevas generaciones los errores cometidos en el
pasado. No para recrearse en ellos, sino para sentar las bases para no
volverlos a cometer.
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