Hasta el día de hoy,
Turquía no acepta que cometió un genocidio contra el pueblo armenio. De hecho,
esa es una de las razones por las que la Unión Europea no la ha admitido en su
seno. Ha desarrollado una fuerte política nacionalista que sigue considerando a
Armenia un peligro para sus intereses. El recuerdo y la evocación del genocidio
armenio se deben en gran medida, a la permanente campaña de la diáspora armenia
por mantenerlo vivo en la memoria.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Los armenios se
establecieron en el territorio que hoy ocupan en una fecha tan lejana como el siglo IX antes
de Cristo (adC). Su capital Ereván fue fundada en el año 782 adC. El siglo I
a.C es conocido como la Época de Oro, un gran mandatario, el rey Tigrán II el
Grande extendió el imperio hasta los confines de los mares Mediterráneo, Negro
y Caspio. En el año 301 después de Cristo (ddC), Armenia fue el primer Estado
del mundo que adoptó el cristianismo como su religión. Su patriarca Grigori el
Ilustrador, fundó el monasterio de Echmiadzin, sede hasta hoy de los patriarcas
de la iglesia armenia.
En el año 405 ddC, el
monje Mesrop Mashtots elaboró el alfabeto y consolidó la escritura nacional armenia. Ese alfabeto
ha permitido dar continuidad a la cultura nacional y la actividad científica
que ha tenido grandes cultores en la literatura y la historiografía, así como
en las ciencias naturales.
Armenia ha sido
permanente espacio de codicia de poderes imperiales que han desmembrado el país
continuamente a través de la historia. Ubicados en una región eminentemente
musulmana, y acosados religiosamente por
sus vecinos, los armenios han tenido que defender su identidad, cultura y
religión durante más de 20 siglos.
En 1415, cuando los
turcos tomaron Constantinopla, Armenia fue dividida entre Persia y el imperio
otomano. En 1722 el imperio ruso incursionó en su territorio, con lo que se
incorporó un nuevo actor ambicioso de hacerse un espacio en la región. Un grupo
de príncipes armenios dirigidos por David Bek se sublevaron y se unieron a los
rusos. El Zar Pedro el Grande apoyó a los armenios, a su muerte Rusia firmó la
paz con Persia. Algunos territorios armenios fueron incorporados a la soberanía
rusa.
En el siglo XIX hubo
varias guerras entre rusos, turcos y persas. Rusia incorporó a su territorio,
la región oriental de Armenia, habitada por más de 2 millones de ciudadanos,
pero la mayor parte del país en la que vivían unos 4 millones de habitantes
quedó bajo control turco. Protegida por Rusia de invasiones y guerras, la
región oriental de Armenia prosperó, mientras que en Turquía los armenios
fueron sometidos a humillaciones, persecuciones y vejaciones. En estas condiciones, hubo
permanentes levantamientos armenios para rechazar el trato inhumano que daba el
imperio turco otomano que utilizó indiscriminadamente la violencia y la
represión más brutal. En ese contexto y bajo acusación de colaboración con los
rusos, el Estado otomano, cometió uno de los mayores genocidios de la historia, provocando a
partir del 24 de abril de 1915, la muerte de más de un millón quinientos mil
ciudadanos armenios.
Vale recordar que la
primera guerra mundial había dado inicio el año 1914 y que rusos, ingleses y
franceses eran aliados en contra de las potencias centrales conformadas por los
imperios alemán, austro húngaro y otomano. Las acciones ofensivas de los rusos
en el este y el apoyo que le dieron los armenios fueron considerados como una
traición por los otomanos. El inicio del genocidio se produjo al unísono del ataque franco
británico del 25 de abril, a la península de Gallípoli en el sur de Turquía al
norte del Estrecho de los Dardanelos,
amenazando con tomar control de la zona europea de Turquía.
Algunos estudiosos
señalan que esta fecha, que se recordó el pasado viernes, con la presencia de
varios Jefes de Estados entre ellos los de Francia y Rusia, marcó el inicio de
un programa de destrucción gubernamental definitivo de la existencia del pueblo
armenio. Desde el año anterior, había comenzado con la detención de líderes
políticos y sociales armenios en Estambul y algunas masacres menores
focalizadas en sectores fronterizos con Rusia e Irán. En semanas posteriores a
la fecha que es considerada como de inicio del genocidio, el 27 de mayo, el
gobierno adoptó una ley que autorizaba en bien de la “seguridad” y por
“necesidad militar” la deportación de los armenios. Ello inauguró una formal
política sistemática de destrucción de esta comunidad minoritaria al interior
de Turquía. Pero, ya en 1895 dio lugar el primer ataque turco contra la población armenia que había
significado 80 mil muertos, que sucedió a otro, el año anterior con 3000
ciudadanos armenios asesinados en la región de Sasun, provincia de Bitlis
Los armenios se habían
establecido en la costa mediterránea y su entorno, extendiéndose después por el
este y oeste de la península de Anatolia, en lo que hoy es la mayor parte del
territorio de Turquía. La mayoría se
situó en el este configurando una sociedad plural con los kurdos y con una
minoría de turcos que habitaban la región. Los convoyes de población armenia
deportada fueron sometidos a letales ataques del ejército otomano y de fuerzas
paramilitares a su servicio. Apenas el 20% de los deportados llegaron a su
destino en Siria y Mesopotamia, bajo control otomano en esa época. Los que
llegaban, eran introducidos en campos de concentración, donde perecieron centenares de miles de hombres y mujeres por
sed, hambre y enfermedades como lo afirma el notable académico Donald Bloxham,
profesor de historia moderna de la Escuela de Historia, Clásicos y Arqueología
de la Universidad de Edimburgo.
La situación de conflicto
destapó profundas tensiones en el imperio, dada la incapacidad del gobierno
para enfrentar las contradicciones internas que generaban sobre todo grupos
cristianos que rechazaban el manejo sesgado de las cuestiones de Estado. Estos
grupos comenzaron a desarrollar una visión nacional y republicana de la
sociedad y la política. La respuesta gubernamental fue establecer una idea
panislamista a partir de la práctica sunita del islam, en un intento de
restauración conservadora del Estado.
Esta posibilidad fracasó.
Ya desde el siglo pasado Turquía se mostraba débil ante sus enemigos, los que
tanto en el este como en el Mediterráneo avanzaban militarmente. Turquía fue
perdiendo el control de provincias en ambos frentes. En el este, cada vez mayor
cantidad de súbditos armenios iban cayendo bajo control ruso que se aprovechaba
de la debilidad turca. Todo esto condujo
a una radicalización de algunos sectores al interior del gobierno que comenzó a
fomentar una identidad turca por encima de la musulmana lo cual excluyó a
sectores importantes de la población que aunque profesaban la misma religión
eran étnicamente distintos.
La entrada de Turquía
en la primera guerra mundial intentaba entre otras cosas, reordenar el Estado,
reforzarlo en el manejo del “problema armenio”, e intentar recuperar los
territorios perdidos en los últimos 40 años, aunque se consideraba que una
derrota significaría el desmembramiento del imperio. En ese marco, los armenios
fueron considerados poco confiables y susceptibles de ser incorporados por el
enemigo en calidad de colaboradores. La derrota
de las potencias centrales confirmó los augurios. El imperio otomano
desapareció, pero el problema armenio se mantuvo latente en el nuevo contexto
de enfrentamiento entre los intereses occidentales en la región, en particular
los de Francia y Gran Bretaña confrontados ahora con los del naciente poder
soviético.
El fin de la guerra
significó la introducción de Estados Unidos como potencia interesada en los
asuntos de la región. Comenzó a exigir su cuota de participación ante la
repartición que se hicieron británicos y franceses de los territorios
pertenecientes al imperio desaparecido. Sin embargo, en el pasado reciente,
Estados Unidos se había desentendido de la realidad de los armenios. Turquía sacó provecho de esta situación e
inició su campaña de negación del genocidio. Los nuevos mandatarios turcos
sabían además que Occidente los necesitaba para su nueva cruzada anti
bolchevique. Esto le ganó el apoyo de Estados Unidos y de las potencias
occidentales que comenzaron a considerarla una aliada. El genocidio armenio
quedó sepultado en la historia.
Hasta el día de hoy,
Turquía no acepta que cometió un genocidio contra el pueblo armenio. De hecho,
esa es una de las razones por las que la Unión Europea no la ha admitido en su
seno. Ha desarrollado una fuerte política nacionalista que sigue considerando a
Armenia un peligro para sus intereses. El recuerdo y la evocación del genocidio
armenio se deben en gran medida, a la permanente campaña de la diáspora armenia
por mantenerlo vivo en la memoria. Pero, al interior de Turquía, también se ha
levantado una corriente favorable a reconocer lo que en una carta en 2008, 200
intelectuales turcos denominaron la “Gran Catástrofe”, sin embargo, un cambio
en la política turca al respecto se ve muy difícil a corto y mediano plazo,
sobre todo cuando su gobierno actual, representante del sector fundamentalista
de la derecha musulmana presta sus servicios a Occidente para que puedan
cometer todo tipo de desmanes y tropelías en la región, lo cual le garantiza,
–como siempre- inmunidad, protección y olvido oficial.
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