Conferencia impartida por el escritor y poeta cubano
Cintio Vitier (1921-2009), el 18 de mayo de 1995, en el Teatro Heredia de
Santiago de Cuba. Por su vigencia, Cubadebate la reprodujo con motivo del 120
aniversario de la caída en combate del Héroe Nacional José Martí.
Cintio Vitier* /
Cubadebate
1. Si
afirmamos que hemos realizado absolutamente el proyecto de la República
martiana, no solo no diríamos la verdad sino que estaríamos cerrando
insensatamente las puertas del futuro. Lo que Cuba revolucionaria ha hecho en
el campo de la justicia social, siempre en desfavorables circunstancias y más aún
en los últimos años, es enorme; lo que le falta por hacer, afortunadamente,
resulta inmedible. La creciente realización de los principios martianos, que no
depende solo de nuestra voluntad sino también de los condicionamientos del
mundo que nos rodea y especialmente de la política norteamericana, significa
nada menos que nuestro horizonte histórico.
2. Hacia el
horizonte se avanza, pero ¿se puede poseer? La función del horizonte es que
avancemos hacia él. Incluso cuando retrocedemos, la seguridad de que existe el
horizonte nos permite creer en la posibilidad de seguir avanzando. Lo que Martí
nos propone, no solo en este o aquel texto, sino en la integralidad de su vida
y de su obra, ¿es totalmente realizable? No creo que sean estas interrogantes
lo que él preferiría en nosotros. Lo que él nos pide es que avancemos cada día.
Este es el sentido martiano de la vida, en el que están incluidas las fuerzas
negativas, no como razones para el desánimo, sino como acicates.
3. En un
discurso fundador, “Con todos, y para el bien de todos”, Martí de
entrada alerta sobre “el peligro grave de seguir a ciegas, en nombre de la
libertad, los que se valen del anhelo de ella para desviarla en beneficio
propio” y ensalza a “los cubanos que ponen su opinión franca y libre sobre
todas las cosas”. A eso es lo que llama “la dignidad plena del hombre”,
concepto que en la tajante disyuntiva (“O la república tiene por base el
carácter entero de cada uno de sus hijos […], o la república no vale una
lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos”) se
equilibra con otros dos factores indispensables: “el hábito de trabajar con sus
manos y pensar por sí propio”. No se trata de la libertad que puede utilizarse
para fines indignos de ella (que es lo que tanto vemos hoy en los medios
masivos internacionales), ni de la que, negándose también, se pone al servicio
de ideas sin rostro (a lo que fue proclive cierto socialismo, y a veces lo es
nuestra prensa). Hay, además, un coto a la libertad, al “ejercicio íntegro de
sí”, que es “el respeto, como honor de familia, al ejercicio íntegro de los
demás”. Porque “ejercicio íntegro de sí” no es egoísmo, no es individualismo
amoral, no es capricho ni anarquía, mucho menos abuso de unos sobre otros. Es,
precisamente, lo contrario: persona original que debe servir a la justicia
colectiva: “la pasión, en fin, por el decoro del hombre”.
4. Tales
son los principios, tal el desideratum. Pero si algo fue Martí, a la vez
que hombre del espíritu, fue hombre de la historia, y si algo supo y no olvidó
nunca, es que “no se hacen repúblicas en un día”, que la justicia y la libertad
no son regalos de nadie y que hay que conquistarlas, más allá de la liberación
política, según las circunstancias objetivas, paso a paso. Prueba de ello es
que, pocos meses después de las formulaciones anteriores, que ya se iban
estableciendo como horizonte, en el primer número de Patria y
adelantándose a la praxis del Partido Revolucionario Cubano, declara:
Una es la
prensa, y mayor su libertad, cuando en la república segura se contiende, sin
más escudo que ella, por defender las libertades de los que las invocan para
violarlas, de los que hacen de ellas mercancías, y de los que las persiguen
como enemigas de sus privilegios y de su autoridad. Pero la prensa es otra
cuando se tiene frente al enemigo. Entonces, en voz baja, se pasa la señal. Lo
que el enemigo ha de oír, no es más que la voz de ataque.
Alguien
afirmó que al hacer esta cita yo intentaba presentar a Martí como defensor de
la censura. Difícil sería esto tratándose de un hombre que dijo de sus propias
manos: “¡Muérdanmelas los mismos a quienes anhelase yo levantar más, y -no
miento-, amaré la mordida, porque me viene de la furia de mi propia tierra, y
porque por ella veré bravo y rebelde a un corazón cubano!” Pero hay un hecho
inmutable: ni en Patria ni en el Partido Revolucionario dirigido por
Martí, tuvieron cabida las ideas reformistas ni muchos menos las anexionistas.
Mi
comentario, por lo demás, a la cita, era y es el siguiente: “Lo que nosotros
oímos, en esta especial coyuntura histórica, es que la resistencia popular
frente al enemigo, sin pretender que la trinchera se torne parlamento, pide la
tensa libertad de la bandera: la libertad ondeante y sujeta. Ondeante como el
viento que la agita; sujeta por los principios al asta clavada en la necesidad.
Mientras mayores son nuestras dificultades, mayor tiene que ser nuestra
libertar para sufrirlas y resolverlas.”
5.
Volviendo “Con todos, y para el bien de todos”, llama la atención que en el
discurso así conocido Martí objete y reproche enérgicamente nada menos que a
siete grupos de compatriotas, de los cuales y a los cuales dice que “mienten”.
Estos grupos, indudablemente significativos en cuanto merecían tanto espacio en
el discurso, eran: 1) los escépticos; 2) los que temían “a los hábitos de
autoridad contraídos en la guerra”; 3) los que temían “a las tribulaciones de
la guerra”; 4) los que temían al llamado “peligro negro”; 5) los que temían al
español como ciudadano de Cuba; 6) los que, por temor al Norte y desconfianza
de sí, se inclinaban hacia el anexionismo; 7) los “lindoros” (aristócratas),
los “olimpos” (oportunistas) y los “alzacolas” (intrigantes). Algo en común
tenían los siete grupos: la desconfianza en la capacidad del cubano “para vivir
de sí en la tierra creada por su valor”, que era precisamente el eje de la
tendencia anexionista. Y es este el grupo que, con el de los escépticos de
varia condición, puede decirse que, de un modo u otro, sigue hoy en pie frente
al empeño revolucionario.
6. El
“todos” de Martí, por lo tanto, no es meramente cuantitativo, parte de un
abrazo de amor pero también de un rechazo crítico, rechazo que no es inapelable
pero que solo puede convertir en abrazo si los que engañan, yerran o “mienten”,
aceptan la tesis central del discurso, que es la viabilidad histórica de una
Cuba independiente y justa. Por eso desde el principio declara: “Yo abrazo a
todos los que saben amar”. El abrazo no es a los que no saben amar, aunque
también a estos, a la larga, beneficie, y en este sentido puede hablarse, como
del horizonte a que nos referimos al principio de estas líneas, de la “fórmula
del amor triunfante”. Pero en lo inmediato de la lucha por la independencia,
que no ha terminado todavía, queda en pie que hay grupos que yerran o
“mienten”, que no forman parte del “todos” martiano en cuanto realmente no
quieren “el bien de todos”, expresión en la que, no obstante el equilibrio de las
clases sociales a que aspiraba Martí, el mayor énfasis va sin duda hacia los
más desamparados.
7. “Con
todos, y para el bien de todos”, pues, magistral formulación del proyecto
martiano de República, no por ser un discurso de amor deja de ser un discurso
combativo. Para nuestro combate de hoy nos dice dos cosas fundamentales. La
primera es que no podemos admitir “la perpetuación del alma colonial en nuestra
vida, con novedades de uniforme yanqui, sino la esencia y realidad de un país
republicano nuestro”. La segunda es que esa “esencia y realidad” nos obligan a
darle un sentido creciente y original a la libertad que debemos hacer coincidir
con la justicia “para el bien de todos”. Y siempre sin olvidar que “es
necesario contar con lo que no se puede suprimir”, que “los pueblos, en el
sudor de la creación, no dan siempre olor de clavellina”, que “todo tiene la
entraña fea y sangrienta” y que “eso mismo que hemos de combatir, eso mismo nos
es necesario”. Más profunda dialéctica moral y política, no la hallaremos.
8. El
camino hacia la Cuba de Martí ya lo estamos recorriendo y, por lo demás, solo
puede estar en él mismo tal como nos habla hoy, ante los problemas concretos de
hoy. Por eso hemos propuesto un sistema libre de enseñanza martiana que dé
fundamento inconmovible a nuestra resistencia y perspectivas reales al
desarrollo de nuestra libertad; que sea capaz de actualizar desde adentro,
desde el alma de cada niño, adolescente, joven, de cada ciudadano, cualquiera
que sea su ocupación y edad, la apetencia de una Cuba donde la vida misma,
íntima y pública, sea inseparable de los valores éticos y estéticos en que se
funda nuestra cultura.
9. Aquí se
pone de manifiesto la profunda relación de los problemas económicos con los
problemas morales, y ello debe llevarnos a ver en estos momentos a nuestros
economistas trabajando hombro con hombro con nuestros educadores. Sin duda la
solución de los problemas materiales, siempre que se mantenga fiel a los
principios fundadores de la Revolución, resulta indispensable para los fines
que nos proponemos. No será nunca esa solución, sin embargo, el único factor
necesario y, por otra parte, mientras esa solución, inevitablemente compleja y
lenta, se abre paso y despeja el camino, ciertamente no podemos descuidar una
tarea educativa en la que tienen que unir sus esfuerzos todos los agentes
civiles, organismos e instituciones de nuestra sociedad.
10. Cuando
hablamos de principios fundadores y fines axiológicos debemos remontarnos a una
eticidad y una pedagogía que comienzan para nosotros (asumiendo un legado
humanista y cristiano de siglos) en las aulas del Seminario de San Carlos
con el padre Félix Varela, continúa en las del Salvador con José de la Luz,
prosigue en las del San Pablo con Rafael María de Mendive y culmina en el
pensamiento revolucionario de José Martí, Maestro del primer grupo de jóvenes
marxistas cubanos en los años 20 y de la que así misma se llamó Generación del
Centenario Martiano en 1953. Es esa continuidad, siempre amenazada por
adversarios autóctonos y foráneos, la columna vertebral de nuestra historia, y
solo nuestra historia, que mereció parir hombres como Céspedes, Agramonte,
Gómez y Maceo, pero también un pueblo capaz de inspirarlos y seguirlos; solo
nuestra historia, decimos, puede enseñarnos quiénes somos, cuáles son nuestras
tendencias negativas y positivas, nuestras lacras y virtudes características,
nuestros enemigos internos y externos. No se trata de aferrarnos a un
ontologismo histórico. Se trata de reconocer que tenemos modos propios de reaccionar
ante las más diversas circunstancias, como las tiene todo conglomerado humano
convertido en nación, y más si ha partido de un status colonial que lo
ha obligado a conquistar, con las armas de la cultura y las inevitables de la
guerra, un lugar en la historia: es decir, de su propia historia, en el ámbito
de la historia universal.
11. Ha de
ser, pues, nuestra historia, ya que no constituye un pasado inmóvil sino que
seguimos haciéndola cada día, un agente cada vez más vivo y real en la
formación de las nuevas generaciones. Y cuando decimos historia no queremos
decir solo fechas, nombres y sucesos. Queremos decir búsqueda de un sentido,
que es precisamente lo que hoy se intenta negar a la historia, cuando no se
intenta clausurar sus puertas para que nadie siga haciéndola. Y es por eso que
hoy más que nunca tenemos que dirigir los ojos hacia ese horizonte llamado José
Martí, hacia el hombre que más de cerca y más de lejos nos acompaña, y
propiciar su encuentro, su diálogo con nuestros niños, adolescentes y jóvenes
dentro de un estilo pedagógico como el que él elogió y practicó: libre,
conversacional, gustoso. No creemos que ahí esté la panacea milagrosa para
todos nuestros males, a los que por otros caminos concurrentes hay que acudir,
pero sí el antídoto contra muchos venenos, la fuerza para resistir
adversidades, la capacidad de generar nuevos espacios de creación y libertad,
el gusto por la limpieza de la vida, y sobre todo, la convicción de que la
historia, que en sus momentos de extravío puede ser tan ciega como la
naturaleza desbordada, obedece a un último imperativo de “mejoramiento humano”.
Y cuando no es así, es nuestro deber -porque tal aspiración es la nos hace
hombres y mujeres- luchar porque así sea.
12. La Cuba
de Martí no es una aspiración sin antecedentes: de hecho estos pueden hallarse,
visibles y secretos, en la seudorrepública.
Mucho menos
postulamos una creación desde la nada. Las bases martianas de esa Cuba están
presentes en tres contenidos de nuestra realidad revolucionaria: la posesión de
la soberanía nacional, la toma de partido con “con los pobres de la tierra” (no
solo de la tierra cubana) y la proeza fundadora de la alfabetización, que echó
a andar nuestras potencialidades científicas y culturales en general. Bien
mirados esos logros, únicos en América Latina y el Caribe, únicos en el Tercer
Mundo, llevan en sí una gran carga ética, de una eticidad que pudiéramos llamar
objetiva. Lo que falta a veces, sobre todo en las generaciones más jóvenes, las
que no han vivido las primeras década de la epicidad revolucionaria, sino las
fases de la “institucionalización” y del “período especial”, es la interiorización
de esa eticidad objetiva en la vida individual. Para ello es preciso que la
vida individual, incluso la intimidad de cada persona, obtenga nuevos espacios
dentro del espacio colectivo, ya que este ha de seguir siendo el regulador
último de nuestra convivencia. Al surgir esos espacios como necesidad
espiritual, y desde luego, política y económica, según empezamos a verlos,
desde la base del pueblo, el llamado “proceso de democratización participativa”
-solo posible a partir de los logros aludidos, en sí mismos de esencia
democrática- tendrá un desenvolvimiento, por así decirlo, biológico. Cuando
hablamos de perfeccionamiento, por eso, debemos concebirlo, no como retoques
desde arriba a un cuadro que se considera esencialmente terminado, lo que sería
absurdo en una coyuntura sujeta a alternativas económicas tan riesgosas, sino
como crecimiento en el desafío, en la confrontación, en la diferencia, y como
progresiva maduración de un organismo vivo, con todos los peligros que ello
implica.
13. En la
medida en que seamos capaces de asumirlas desde los problemas concretos de hoy
y del futuro previsible, hay en la obra y la persona de Martí una epicidad
interminable que tenemos que acercar a nuestro pueblo, y especialmente a
nuestros jóvenes, como un manantial en perenne nacimiento. Él dijo: “La epopeya
está en el mundo, y no saldrá jamás de él; la epopeya renace con cada alma
libre: quien ve en sí es la epopeya. […] Epopeya es país.”
Inmenso es
el trabajo espiritual, el trabajo político, el trabajo poético que espera por
nosotros. Pero digo mal: no espera. Ya lo estamos haciendo.
18 de mayo de 1995
*Intervención
de Cintio Vitier en la mesa redonda que con el título de este trabajo formó
parte de la clausura de la Conferencia Internacional José Martí y los
Desafíos del Siglo XXI, efectuada en el Teatro Heredia de Santiago de Cuba,
el 18 de mayo de 1995. Publicado en el Anuario del Centro de Estudios
Martianos, No. 18/ 1995-1996.
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