La población está
indignada; la corrupción es una herida abierta. De otras cosas (la miseria
generalizada, los salarios de hambre, la explotación histórica) aún no se ha
hablado en estas marchas. ¿Se podrá empezar a hablar? ¿Qué sigue ahora en el
país?
Marcelo Colussi / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de
Guatemala
I
Hace un año, a mediados
de 2014, alguien que maneja información fidedigna de la Embajada de los Estados
Unidos en Guatemala decía, en tono de secretividad, que desde ese centro
decisorio ya se le había bajado el pulgar a Otto Pérez Molina y a Roxana
Baldetti, y terminando su mandato, muy probablemente ambos serían extraditados
a suelo norteamericano para ser juzgados allá por sus vínculos con la
narcoactividad.
Hoy vemos cómo la ahora
ex vicepresidente puede pasar a ser enjuiciada a la brevedad por sus prácticas
corruptas mientras fue funcionaria en su país, y según las declaraciones de la
guatemalteca Marllory Chacón Rossell, alias la “Reina del Sur” –su íntima
amiga– recientemente sentenciada en una corte de Miami por su participación en
el narcotráfico, todo indicaría que también la Doctora honoris causa por la Universidad Católica de Daegu de Seúl, Corea
del Sur, podría correr similar suerte en un futuro no muy lejano.
Por otro lado, en
Guatemala el presidente Otto Pérez Molina comienza a quedar en total soledad.
La alta cúpula empresarial nucleada en el CACIF no termina de darle la espalda
(Pérez Molina, de formación kaibil, alias Comandante Tito durante la pasada
guerra, tuvo una destacada labor contrainsurgente “neutralizando” subversivos
comunistas, por lo que la oligarquía tiene una deuda de honor con su otrora
guardaespaldas). Pero tampoco pareciera estar dispuesta a hacer mucho por él en
este momento de crisis. De hecho, el vicepresidente que acaba de nombrarse en
reemplazo de Roxana Baldetti es pieza del empresariado y no del Partido
Patriota. La Embajada de Estados Unidos, el otro gran poder real de la escena,
también saluda con beneplácito el nombramiento de Alejandro Maldonado, en quien
ve una garantía de gobernabilidad, pensando ya en la posibilidad del
alejamiento de Pérez Molina del sillón presidencial y en un gobierno de
transición “ordenado y respetable”.
Por lo pronto, en este
ajedrez monstruoso que es la política entendida como juego de poderes entre
“grandes” y donde la población nunca pasa de ser convidada de piedra, a lo sumo
emitiendo un voto cada tanto tiempo (¿eso es la democracia representativa?,
¡¡¡qué horror!!!), en esa dinámica de intereses, la oligarquía tradicional
comienza a chocar con los que tiempo atrás fueran sus guardaespaldas,
convertidos ahora en nuevos actores económicos a partir del manejo de
“economías calientes” (narcotráfico, contrabando, negocios fraudulentos desde
la estructura del Estado, como por ejemplo la asignación espuria de millonaria
obra gris, o la pretendida limpieza del contaminado lago de Amatitlán). Los
otrora defensores de la propiedad privada durante la Guerra Fría (para lo que
fueron muy bien preparados en las estrategias contrainsurgentes en la Escuela de la Américas del Pentágono) ahora
se transformaron en propietarios también. En otros términos: asistimos en el
momento actual a una lucha entre facciones de propietarios, de oligarquía
tradicional (en muchos casos ligados a las tradicionales familias patricias
descendientes de la colonia) enfrentados a “nuevos ricos”, devenidos tales a
partir de la guerra contrainsurgente de estas últimas décadas que les permitió
posicionarse como mafias enquistadas en las estructuras del Estado (por
ejemplo, los grupos clandestinos de La Cofradía, La Oficinita o El Sindicato,
al cual pertenece el presidente Pérez Molina).
La población de a pie,
esa que protesta por la instalación de industrias mineras contaminantes o por
los salarios de hambre que se siguen manteniendo (ahora con el proyecto de
“salarios diferenciados” en la industria maquilera, salarios menores al mínimo
fijado por ley), con uno u otro grupo (nuevos ricos o ricos tradicionales)
sigue en las mismas condiciones. A título de ejemplo demostrativo, recuérdese
que el salario mínimo cubre apenas la mitad de la canasta básica, y según datos de una investigación
publicada a fines del 2013 por el Comité de Desarrollo Campesino –CODECA– (“Situación Laboral de Trabajadores/as Agrícolas en Guatemala”)
el 90% de trabajadores rurales ni siquiera llega a eso, pues recibe un sueldo
inferior al mínimo establecido legalmente. El Estado históricamente jugó el
papel de legitimador de esa situación (así como a veces también lo hizo la
jerarquía de la Iglesia
católica). Si
bien la corrupción es una lacra abominable (¡¿quién podría negarlo?!), la
pobreza crónica que vive más de la mitad de la población no tiene como causa
únicamente la corrupción que campea. La corrupción e impunidad que se viven en
Guatemala, en todo caso son consecuencia de esa historia de explotación
inmisericorde y del tipo de Estado que se ha mantenido desde hace siglos,
justificador y defensor de tal situación.
II
Es sabido que toda
Latinoamérica es el patio trasero de la gran potencia del Norte. Pero en
Centroamérica eso es descaradamente evidente: allí no hay decisión política de
peso en que no participe Washington. Hoy por hoy, la frontera sur de Estados
Unidos pasa por el llamado Triángulo Norte de Centroamérica, es decir:
Guatemala, Honduras y El Salvador. De ahí la importancia de entender la
dinámica actualmente desatada en la tierra del quetzal en esta clave. Las
movilizaciones cívicas que se están viendo son más que una lucha contra la
corrupción.
¿Por qué situar este
análisis diciendo todo esto? Alguien podría señalar el presente texto como
producto de una visión paranoica y denunciar como absurdo esta presunta idea de
la Casa Blanca tras todos los acontecimientos de la vida. Pues bien: aún a
riesgo de poder ser leído así, entiendo que hay elementos para proponer un
análisis que contextualice los acontecimientos actuales más allá de las marchas
de sectores medios urbanos que se están dando (marchas, por cierto, que abrirían
la posibilidad de pensar alguna posibilidad de cambio real yendo más allá de la
lucha puntual contra la corrupción).
Centroamérica es una
zona explosiva. De hecho, ahí se jugó buena parte de la Guerra Fría entre las
dos superpotencias. El cuerpo (léase: las sangrientas consecuencias del
enfrentamiento) lo pusieron los centroamericanos. Guatemala, por lo pronto,
presenta el mayor porcentaje regional de desapariciones forzadas durante toda su guerra
sucia, llegando a casi un 50% de ellas en toda Latinoamérica (alrededor de
50,000 sobre 108,000). Las más de 600 masacres de aldeas indígenas en el
Occidente del país constituyen una herida abierta que repite la represión
originaria de la conquista española 500 años atrás (el 82% de las víctimas de
este conflicto armado son mayas). Los tres países mencionados estuvieron
involucrados en esas monstruosas guerras de décadas pasadas (Guatemala y El
Salvador con guerras civiles, Honduras prestando su territorio para la Contra
nicaragüense), y las secuelas de eso no se han borrado. Además, la pobreza
estructural histórica que viven (todos con alrededor de 50% de sus poblaciones
por debajo del límite de pobreza que establece Naciones Unidas: 2 dólares
diarios de ingreso) los coloca en la situación de ser verdaderas bombas de
tiempo, listas para explotar en cualquier momento.
Guatemala “exporta” diariamente
no menos de 100 personas (jóvenes fundamentalmente), que van a buscar el “sueño
americano”, aun sabiendo de las tremendas dificultades que podrán encontrar.
Por lo pronto, según datos oficiosos de las instituciones que siguen el tema
(“oficiosos” porque no hay registros oficiales del asunto), uno de cada tres
migrantes llega a destino, uno es devuelto por las autoridades migratorias y
uno muere en el intento. Si pese a esa situación patética el éxodo continúa (y
la tendencia es ir en aumento, pese a la crisis económica que vive Estados
Unidos desde el 2008, de la que aún no se ha recuperado plenamente), ello
evidencia lo aún más patético y desconsolador de seguir viviendo en estas
latitudes (pobreza, falta de oportunidades, violencia, y como telón de fondo de
todo ello: corrupción e impunidad galopantes por parte de las autoridades).
Para la geoestrategia
de Washington esta combinación de pobreza, violencia y corrupción da como
resultado esto que se ha dado en llamar Estados fallidos (verdad “científica” a
medias, más pensada como parte de una estrategia política que como una
categoría del discurso académico). Lo cierto es que para esa lógica imperial,
Guatemala entra en esa condición: es un narcoestado y un Estado fallido.
Además, y “casualmente”, en estos países se dan movimientos espontáneos de
protesta ante las nuevas formas de acumulación del capital, centradas en la
renovada depredación de recursos naturales (léase: industrias extractivas y
energéticas. Véase al respecto el esclarecedor estudio “Los desafíos del desarrollo en
Guatemala”, URL: 2013, de Nery Villatoro).
III
Ante esas respuestas
populares, asistemáticas en muchos casos, sin dirección clasista, nacidas
espontáneamente a la luz de la defensa de territorios ancestrales, pero con un
claro contenido antisistémico, como dice el portugués Boaventura Sousa Santos
refiriéndose al caso colombiano en particular y latinoamericano en general, “la verdadera amenaza no son las FARC. Son
las fuerzas progresistas y, en especial, los movimientos indígenas y
campesinos. La mayor amenaza [para la estrategia hegemónica de Estados
Unidos, para el capitalismo como sistema]
proviene de aquellos que invocan derechos ancestrales sobre los territorios
donde se encuentran estos recursos [biodiversidad, agua dulce, petróleo,
riquezas minerales], o sea, de los
pueblos indígenas”.[1]
Anida allí, entonces, una cuota de esperanza para quienes siguen creyendo que
“otro mundo es posible”. ¿Quién dijo que todo está perdido?
Que allí, en esos
movimientos de reivindicación espontáneos, hay posibles fermentos de cambio, es
evidente. Lo puede saber –sin saber bien qué hacer– la fragmentada y
desorientada izquierda. Pero más aún lo sabe –¡y sí sabe qué hacer!– la
estrategia que domina el panorama de la región, que no es otra que la de la
Casa Blanca. De hecho, en el informe “Tendencias Globales 2020 - Cartografía
del futuro global”, del consejo Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos,
dedicado a estudiar los escenarios futuros de amenaza a la seguridad nacional
de ese país, puede leerse: “A comienzos
del siglo XXI, hay grupos indígenas radicales en la mayoría de los países
latinoamericanos, que en 2020 podrán haber crecido exponencialmente y obtenido
la adhesión de la mayoría de los pueblos indígenas (…) Esos grupos podrán establecer relaciones con grupos terroristas
internacionales y grupos antiglobalización (…) que podrán poner en causa las políticas económicas de los liderazgos
latinoamericanos de origen europeo. (…) Las
tensiones se manifestarán en un área desde México a través de la región del
Amazonas”.[2]
Guatemala está en el
epicentro de esta conflictividad. Con el agregado, muy importante por cierto,
de presentar cuotas de “desgobierno” (permítasenos decirlo así), de corruptas y
tenebrosas mafias enquistadas en las estructuras de la administración pública
que contribuyen con un leño al fuego para el clima de ingobernabilidad (o, más
precisamente dicho, que agregan elementos de preocupación para un clima de
inversiones tranquilo, para un “capitalismo serio”). Ya ha pasado a ser común
en la actual administración del general Otto Pérez Molina que para cada
contrato gestionado con el Estado, la empresa privada beneficiada debe dejar
hasta un 30% de “mordida”. Si bien el capitalismo es en sí mismo, como
cualquier sociedad basada en la propiedad privada de los medios de producción,
un robo, es un robo legalizado (“La
propiedad privada es el primer robo de la historia”, argumenta Marx). Que
la clase dirigente, la aristocracia tradicional, descendiente de los primeros
encomenderos del siglo XVI en muchos casos, detente inconmensurables riquezas
basadas en la explotación despiadada de una clase trabajadora eternamente
excluida (indígena en muy buena medida), no es visto como “corrupto” (¿robo
legalizado?). Que algún funcionario de Estado tenga una mansión tan lujosa como
esos empresarios (obviamente obtenida por medio de mecanismos mafiosos) ¡es
corrupto!
En modo alguno se
pretendería aquí justificar ese bochornoso e inmoral proceder del robo del
erario público. La corrupción, sin ningún lugar a dudas, es “un mal que corroe las sociedades y las culturas, se
vincula con otras formas de injusticia e inmoralidades, provoca crímenes y
asesinatos, violencia, muerte y toda clase de impunidad; genera marginalidad,
exclusión y miedo (…) mientras utiliza ilegítimamente el poder en su provecho. Afecta a la
administración de justicia, a los procesos electorales, al pago de impuestos, a
las relaciones económicas y comerciales nacionales e internacionales, a la
comunicación social. (…) Refleja el
deterioro de los valores y virtudes morales, especialmente de la honradez y la
justicia. Atenta contra la sociedad, el orden moral, la estabilidad democrática
y el desarrollo de los pueblos”, podemos afirmar categóricamente siguiendo
al preclaro documento “Corrupción y conciencia cristiana” de la Conferencia
Episcopal de Ecuador, formulado en 1988, absolutamente vigente al día de hoy.
La corrupción es un cáncer putrefacto, sin dudas. Aunque no debemos olvidar que
la corrupción en Guatemala es connatural a su historia: “Llegamos aquí para traer la fe católica, para servir a su Majestad, y
para hacernos ricos”, dijo el español Bernal Díaz del Castillo en el siglo
XVI. No hay dudas que muchos encomenderos de aquel entonces lo lograron (¿queda
claro por qué “la propiedad privada es el primer robo de la historia”?)
IV
Si es cierto que desde tiempo atrás ya estaba escrito el guión de la
salida nada airosa de este elenco gobernante en alguna oficina del Departamento
de Estado o de la Embajada en Guatemala, no lo sabemos. Lo cierto es que vemos
en este momento que se da una serie de acontecimientos que deja abiertas algunas
preguntas: ¿Roxana Baldetti renuncia por la presión popular, o porque el gran
capital necesita un clima de “tranquilidad” para invertir sin sobresaltos y sin
mafias (léase maras de cuello blanco) amenazantes?
Aún a riesgo de ser
visto como paranoico (ya lo anticipábamos más arriba), no puede dejar de
tenerse presente en el análisis que en su muy bien hilvanada estrategia de
dominación global, Washington ha sabido renovar su arsenal de medios de guerra,
y mucho de lo que pasa en nuestro país tiene que ver con esas líneas maestras
que teje la Casa Blanca (o los capitales a los que ella representa). Hoy, por
ejemplo, asistimos a lo que sus geoestrategas llaman “guerra de cuarta
generación”, guerra mediático-psicológica consistente en manipular de forma
artera (pero muy eficientemente) la conciencia de las poblaciones: “El rumbo actual lo marca la suma de apoyo
individual de millones de ciudadanos incoordinados que caen fácilmente en el
radio de acción de personalidades magnéticas y atractivas, quienes explotan de
modo efectivo las técnicas más eficientes para manipular las emociones y
controlar la razón”, proponía uno de los redactores de los
hiper-conservadores Documentos de Santa Fe, el polaco-estadounidense Zbigniew
Brzezinsky (1968). ¿Qué tendrá que ver eso con las marchas cívicas pacíficas
que hace unas semanas tienen lugar en Guatemala?
Dicho de otra manera:
¿por qué se destapa lo de la mafia de La Línea? ¿Por qué cae deshonrosamente
esa pérfida y altanera corrupta que es Roxana Baldetti, a quien unos días antes
de su caída el vicepresidente estadounidense Joe Biden, de visita en el país,
no había querido siquiera saludar? ¿Por qué su compañero de fórmula
(aparentemente compañero sentimental extramatrimonial también), Otto Pérez
Molina, tiene que terminar sacrificándola? ¿Por qué incluso el presidente, pese
a su enconada oposición, tiene que ceder ante las presiones y renovar por dos
años más el mandato de la Comisión Internacional contra la Impunidad en
Guatemala –CICIG– cuando en principio se oponía con tenacidad? En esa lógica
cabe también la pregunta: ¿qué son estas marchas cívicas?
Sabemos que en estos
últimos tiempos Washington, al renovar sus instrumentos de dominación, optó por
los llamados “golpes suaves”. Es decir: dejando atrás los cuartelazos cruentos
con las fuerzas armadas locales, títeres de sus planes imperiales, con mucha
sangre y tanques de guerra en la calle, ahora busca “movilizaciones” masivas de
la ciudadanía, aparentemente espontáneas, para protestar ante gobernantes que
no son del agrado de su geoestrategia, con lo cual logra igualmente sus
cometidos, sin sangre ni balas. Así, por ejemplo, todas las llamadas
“revoluciones de color”: revolución de las rosas en Georgia, revolución naranja
en Ucrania, revolución de los tulipanes en Kirguistán, revolución blanca en
Bielorrusia, revolución verde en Irán, revolución azafrán en Birmania,
revolución de los jazmines en Túnez, las Damas de Blanco en Cuba (que en
sentido estricto no lograron sacar al gobierno, pero que hacen ruido y preparan
condiciones), los “movimientos de estudiantes democráticos antichavistas” en
Venezuela, quizá la “Primavera árabe” en Medio Oriente (tal vez nacida
espontáneamente, pero luego cooptada por estas estrategias). Así podría llegar
a pensarse en los “camisas blancas” cuando el caso Rosenberg aquí en Guatemala,
virtual intento de golpe de Estado contra el presidente Álvaro Colom, ligados
igualmente a los más reacciones sectores conservadores nacionales. Es decir:
movimientos pro-democracia (¿qué democracia, la formal, la representativa?
Obviamente de eso se trata), movimientos pacíficos que, movilización ciudadana
de por medio, logran cambios en las cúpulas gubernamentales (procesos de roll back, de reversión, las llaman sus
ideólogos). Golpes suaves, soft. Ya
no son presentables dictadorzuelos sanguinarios (Somoza, Batista, Ríos Montt,
etc.); ahora se trata de mostrar caras alegres y ciudadanía “comprometida” que,
cacerolas en mano, quita del gobierno a personajes no deseables. Nótese, de
paso, la cantidad de términos en inglés que tachona las estrategias. ¿Indicará
algo eso?
Golpes suaves,
revoluciones de color: algo así podría pensarse que puedan ser estas
movilizaciones pacíficas que van de la mano del pedido expreso del CACIF de
lucha contra la corrupción, y de la Embajada hablando de gobiernos no corruptos
(el embajador Todd Robinson acusó a la
“corrupción” del lamentable estado de una escuela que visitó en Puerto
Barrios). Está claro que las marchas que se han visto hasta ahora son de
extracción clasemediera, centradas exclusivamente en la indignación que causa
la corrupción.
V
Insistamos: ese estado
de movilización, de rebeldía ciudadanía podría decirse, es buenísimo, genial. Y
por supuesto, totalmente genuino. Es un despertar de sectores que habitualmente
estaban alejados de lo político, que seguían pensando –como efecto de la
desmovilización que trajo la guerra– que política es “meterse en babosadas”,
peligroso, candidato a ser un desaparecido. Algunas personas que llegaron a la
plaza en la primera manifestación venían acompañadas de sus guardaespaldas,
igual que sucedió con los “camisas blancas” cuando el caso Rosenberg en el 2009.
Evidentemente ese descontento anti-corrupción (en buena medida: descontento
anti-Baldetti, dado por la misoginia imperante) no es lo mismo que las
protestas campesinas contra las industrias mineras o el monocultivo de palma
africana para la producción de etanol, expulsión de habitantes mediante. Pero
de todos modos: ¡bienvenidas! Indican un talante social que apenas algunos
meses atrás no estaba en el colectivo. Que la gente hable y reaccione siempre
es bueno.
La cuestión es poder
identificar dónde lleva todo este descontento. Definitivamente ¡hay
descontento! Para los sectores medios urbanos, los mismos que tres años atrás
votaron a favor de la propuesta de “mano dura” del general Pérez Molina como
esperanza de terminar (¿con mano dura?) con la violencia delincuencial que azota al país (muy
manipulada mediáticamente, dicho sea de paso), el hecho de ver cómo una casta
gangsteril se enriquece de un modo grotesco (mansiones de lujo, caballos de
carrera, joyas y exquisiteces de momento reservadas a los herederos de aquellos
encomenderos de que hablábamos, a los grandes capitalistas “honestos” –los
nucleados en el CACIF, los legales–) es intolerable.
Sin dudas que la población
urbana reaccionó. Las continuas denuncias de corrupción evidenciadas por
“elPeriódico” (quien recibe información por línea directa de la Embajada)
fueron preparando las condiciones. Lo que alguien había anticipado un año
atrás, evidentemente era cierto: un capitalismo “serio” debe desembarazarse de
nuevos Al Capone, de mafias corruptas, de intolerables exigencias de
“mordidas”. Esas mafias son las que manejan el tráfico de sustancias
psicotrópicas ilegales hacia el principal mercado del mundo: Estados Unidos;
por lo tanto, al menos para el discurso oficial (el campo del narcotráfico abre el doble
discurso: el sistema lo penaliza pero al mismo tiempo se vale de él, como
alimento para su sistema financiero y como mecanismo de control social), exige
que los grupos clandestinos que las comercializan deben ser castigados. Ya cayó
Marllory Chacón en Miami; ¿siguen Baldetti y Pérez Molina? ¿Se desarmará
realmente El Sindicato? ¿Entonces estaba escrito el guión ya desde hace un año?
La indignación se
apoderó de los sectores medios capitalinos. La población, muchas veces en
familia, salió honestamente a la calle a protestar, bebés en brazo. La
indignación fue en aumento: de la cabeza de Baldetti se pasó ahora a la del
presidente Pérez Molina. Y la protesta no pareciera detenerse. Ahora se la
emprende contra toda la clase política: el candidato Manuel Baldizón,
supuestamente ganador de las próximas elecciones de septiembre, comienza a ser
denostado por esos mismos sectores: “¡Mi
huevo te toca!”, o “Le toca al pueblo… ¡sacarte a la mierda!”,
podía leerse en cartelones llevados a las concentraciones. Y en un mitin en la
ciudad de Santiago de los Caballeros de la Antigua Guatemala fue abucheado. Las
denuncias de elPeriódico (helicópteros de cinco millones de dólares, armas de
sus guardaespaldas de última generación, costosísimas y sólo disponibles por
las fuerzas armadas, chaleco blindado) contribuyen al clima de desprestigio de esas
mafias (Baldizón no es aún gobierno –quizá nunca llegue a serlo– pero no
difiere en nada de las bandas hoy día puestas en la picota).
El clima electoral que
se suponía debía instalarse a partir del inicio oficial del período
eleccionario el pasado 2 de mayo está lejos de afianzarse. Por el contrario, la
indignación popular ha puesto sobre la mesa un descontento crónico que algún
tiempo atrás seguramente estaba, pero no había tomado estado público. Hoy día
la rebeldía ante tanta corrupción y delincuencia de cuello blanco (no distinta,
en esencia, del ratero ladrón de teléfonos celulares o cadenitas, con más
poder, claro) ha tomado las calles. En principio, las de la capital. El sábado
16 de mayo, también la de algunas ciudades del interior del país.
Hecho interesante: en
la marcha del pasado sábado, muy numerosa por cierto, inédita en la historia de
la democracia retornada al país en el año 1986, llegaron 50,000 personas. Y
había más que clase media urbana; llegaron también columnas de campesinos mayas,
además de universitarios de todos los pelajes (desde la pública e
históricamente combativa San Carlos –la USAC– hasta la neoliberal Francisco
Marroquín). Es decir: se asistió a una concentración policlasista, espontánea [¿será totalmente
espontánea?], popular, sin liderazgos ni discursos (sólo se cantó el Himno
Nacional). El tema convocante, el único tema convocante fue la indignación ante
la corrupción. De ahí que, luego de la cabeza de la ex vicepresidente, ahora se
haya pedido la de la clase política en juego. La de Pérez Molina, sin dudas (la
marcha del sábado 16 probablemente la haga rodar). La de un Alejandro
Maldonado, en principio no (aunque habría innumerables argumentos para poder
pedirla también, por su historial de conservador absolutamente antipopular y
visceral anticomunista ligado a los escuadrones de la muerte: favoreció el
estancamiento del juicio por actos de lesa humanidad del genocida Ríos Montt,
entre otras cosas).
La población está
indignada; la corrupción es una herida abierta. De otras cosas (la miseria
generalizada, los salarios de hambre, la explotación histórica) aún no se ha
hablado en estas marchas. ¿Se podrá empezar a hablar? ¿Qué sigue ahora en el
país?
VI
Guatemala, al igual que
todos los países latinoamericanos, sufrió en estas últimas décadas una paliza
tremenda: política y económica, lo cual explica el grado de desmovilización
popular que se sufría, quebrado ahora por estas movilizaciones. Los planes
neoliberales implementados estos últimos años tuvieron como resultado: 1)
enriquecer enormemente a las clases dominantes aumentando en forma vergonzosa
la brecha con los desposeídos, y 2) precarizar de un modo bochornoso la
situación de los trabajadores. Conquistas laborales que eran un avance en las
sociedades (ocho horas diarias, seguridad social, jubilación, estabilidad
laboral, etc.) se perdieron, y hablar de “sindicalismo” es hoy sinónimo de
mafia gangsteril. Tener un puesto de trabajo (así sea en una maquila con
“salario diferenciado”, es ya un logro. De hecho, así lo dijo la ex
vicepresidente Baldetti: “algo es mejor
que nada”).
Esos planes de
hiper-privatización, de beneficio absoluto para el capital en desmedro de la
clase trabajadora, aquí en Guatemala como en toda Latinoamérica, se montaron en
las tremendas guerras sucias internas, donde las fuerzas armadas terminaron
sangrientamente hasta con la más mínima expresión de protesta y organización
popular. En ese sentido, oligarquías y ejércitos son los ganadores de esos
planes contrainsurgentes. El ganador mayor, sin embargo, sigue siendo
Washington, que mantiene así bajo control esta región como su patio trasero,
obteniendo mano de obra barata y recursos naturales a discreción. Pero ahora,
algo preocupado, porque estos países están “demasiado mal”, y esas ollas a presión
nunca son recomendables para la lógica de la continuidad del sistema. De ahí
que mejor desactivarlas, ponerles válvulas de escape. La represión ya no es el
camino indicado (tiene costos políticos –e incluso económicos– que no se
quieren pagar hoy, por demasiado onerosos); de ahí el retorno de las
democracias (ya llevamos casi tres décadas de eso y nada cambió, incluso con
Firma de la Paz lograda, pero el proyecto de Washington sigue apuntando a no
regresar a las dictaduras). Estas décadas, de todos modos, el show electoral funcionó. Ahora, con un
país bastante convulsionado, con demasiada pobreza según la lógica imperial
(porque los “mojados” desesperados no dejan de salir para el Norte), y con
camarillas gobernantes a las que se les fue la mano en la corrupción, se busca
cambiar la estrategia. ¡Hay que edificar capitalismos serios, responsables, no
corruptos!
La suma de sangrienta
represión y programas de capitalismo salvaje (eufemísticamente llamados
“neoliberales”) dio como resultado una despolitización generalizada. La
generación post conflicto heredó un país marcado por la hiper explotación y el
silencio, la resignación, los distractores en su máximo nivel. Un ideólogo de
estas políticas conservadoras y exterminio de toda protesta social, el japonés-estadounidense
Francis Fukuyama, llegó a decir pomposamente hace algunos años que “la historia había terminado”.
¡Afirmación artera, engañosa! La historia, aunque supuestamente esté “pasado de
moda” decirlo así, sigue siendo la interminable lucha de clases, el combate a
muerte en torno al producto del trabajo social, la apropiación de la riqueza
producida por los trabajadores. La “resolución pacífica de conflictos”, puesta
“de moda” estos últimos años, no pasa de ser una engañosa agenda: la propiedad
privada continúa siendo la esencia final del sistema. Tocar eso es desatar la
guerra, llamar a la reacción más conservadora.
Las actuales protestas
cívicas, que este sábado también contaron con población maya, con sectores
campesinos –aunque no mayoritariamente– no tocan esa roca viva, cimiento del
sistema. ¿Se podrá ir más allá de la lucha contra la corrupción? ¿Se podrá
tocar eso de lo que no hay que hablar, de la explotación, de la miseria, de la
injusticia estructural? Además de quemar una bruja en la plaza pública (eso
podría ser el significado de la renuncia de Ingrid Roxana Baldetti Elías), que
puede servir como válvula de escape a tanto descontento acumulado, ¿se podrá
tocar realmente la roca viva? ¿Cómo? ¿Cuándo?
Producto de esa
desmovilización de estas décadas, de las masacres, de las desapariciones
forzadas, de la pauperización creciente que fuerza a “portarse bien para no
perder el mísero sueldo”, hoy por hoy no hay organización de izquierda real,
organización popular fuerte, sólida. Las fuerzas de izquierda están
fragmentadas, desgastadas, cooptadas por discursos “oenegeistas” ligados a
agendas “políticamente correctas”. Lo que fuera el movimiento revolucionario
armado (URNG), de innegable trayectoria popular, digno, con mucha credibilidad
entre las masas campesinas en su momento, hoy, convertido en partido político
de la democracia formal, está tristemente reducido a cenizas. Hay, sin dudas,
algunas organizaciones populares, campesinas, mayas, de mujeres, de jóvenes,
que ven en esta ola de descontento una muy interesante oportunidad de
profundizar demandas.
Esto no es un clima
revolucionario, evidentemente. Las protestas están concentradas (¿casualmente?)
sólo en la corrupción. De hecho su nombre, el que circula por las redes
sociales –que son el principal vehículo de movilización en el momento– es
“Renuncia ya”. Por allí se dijo “Ya
sacamos a la Baldetti, ahora que asuma Suger”. No hay dudas que lo que los
factores de poder (Embajada y CACIF) buscan afanosamente es limpiar la casa,
desembarazare (un poco al menos) de estas pandillas gangsteriles. Ir más allá
los aterroriza. Pero sucede que, pensado en términos revolucionarios, no está
claro cómo ir más allá. La izquierda lo anhela, pero no pareciera tener los
medios. ¿Cómo transformar esta sana rebeldía en una más incisiva profundización
de la lucha de clases?
Ahora comienza a
circular un pedido bastante similar entre algunos sectores de izquierda y
ciertos operadores del discurso de la derecha. Por ejemplo: pedido expreso de
la renuncia del presidente Pérez Molina y la formación de un gobierno de
transición que permita superar la crisis. Para la derecha esto ya es
suficiente, y permitiría crear condiciones para un nuevo gobierno “honorable”.
Por otro lado, se pide también la suspensión de las elecciones generales de
septiembre, una nueva Ley Electoral y de Partidos Políticos que impida la
continuidad de las mafias (las actuales y las que puedan venir: léase Manuel
Baldizón), y la puesta en marcha de una Asamblea Nacional Constituyente que
permita refundar el Estado. Estas últimas tres medidas abren esperanzas. Pero a
las esperanzas hay que darle forma concreta, hay que transformar la utopía en
realidad. ¿Quién sabe efectivamente cómo poder pasar del descontento
clasemediero por la corrupción a una profundización en la lucha de clases? ¿Es
posible? ¿Quién tiene la receta?
El escenario está
abierto, pero las posibilidades concretas de esa profundización son bastante
escasas. La desmovilización de décadas ha permitido este destape, donde se
permite dejar salir tanto descontento acumulado. Más allá de este sano y
positivo ejercicio catártico, la ideología sigue siendo la ideología. Es decir:
las reivindicaciones sectoriales se pueden ver con desconfianza desde un sector
respecto al otro. ¿Hasta dónde estarán dispuestos a ir los estudiantes de la
Universidad Marroquín en sus demandas? En política, sabemos, nada está escrito
en piedra. Los juegos de poder pueden disparar los escenarios y reacciones más
impensados. Hoy día esta rebeldía alegre, este clima de desobediencia civil que
ha dado paso a tanto afiche ingenioso en las calles, no ha hablado de lo que le
sigue preocupando a los campesinos, a los desocupados, a los damnificados por
el hambre crónico, a los eternamente explotados y olvidados por el sistema. El
reto está en cómo lograr unir una cosa con la otra.
Quien escribe estas
líneas no lo sabe. En todo caso, si esto sirve de algo –y por eso me permito
escribirlo y difundirlo– dejo desde el campo popular la pregunta de cómo hacer
efectivamente esa refundación del Estado que se solicita. Quizá la única manera
de lograr cambios significativos sostenibles (no sólo la renuncia de uno, dos o
quizá más funcionarios corruptos) es continuar con el trabajo político de base
explicando, mostrando, creando conciencia, convenciendo (así como han sabido
hacerlo magistralmente las iglesias neopentecostales que se han expandido
en forma exponencial últimamente. ¿Sutil mecanismo de control social?). Ese
trabajo político de hormiga, buscando consensos, sigue siendo imprescindible.
Las redes sociales pueden permitir reacciones, importantísimas sin dudas, como
el actual movimiento “Renuncia Ya”, pero quizá con eso no basta. ¿Cómo se
refunda el Estado?
No debe olvidarse, en
relación al llamado a una Asamblea Constituyente, que en la Consulta Popular de
1999 para avalar los cambios a la Constitución, ganó el NO (levantado por las
fuerzas de derecha), con una muy escasa participación popular que apenas llegó
al 18% del padrón electoral. Decir esto no es de agorero ni derrotista: ¡es del
más absoluto realismo! Una nueva Constitución puede abrir enormes esperanzas;
la cuestión es qué fuerza real tiene el campo popular para
negociar/exigir/imponer eso. Los Acuerdos de Paz (insisto: no es de agorero ni
derrotista: ¡es del más absoluto realismo!) terminaron siendo un rotundo fiasco
porque las masas estuvieron ausentes de la toma de decisiones.
La única posibilidad de
no quedar entrampado en lo que, tal vez, pueda ser una trampa es vincular las
demandas actuales con demandas de mediano y largo plazo, las sentidas
reivindicaciones que tienen que ver con condiciones de vida. La lucha contra la
corrupción como una causa en sí misma, independientemente de otros factores,
difícilmente pueda llevar muy lejos, y el pedido de desarticulación de bandas
mafiosas y criminales implica terminar con un síntoma, pero el mar de fondo no
se termina. Quizá es importante dar ese paso de la actual denuncia (¿que lleve
a un capitalismo serio?), pero no debe olvidarse que sólo la gente en la calle,
en las comunidades, movilizada y consciente, sabedora de cómo son las cosas
(con los Acuerdos de Paz no lo supo), las masas populares en movimiento pueden
construir un mundo nuevo. En conclusión: esto recién empieza. De mantener viva
esa llamita de rebeldía depende que la misma pueda crecer y ser una llamarada,
un incendio, una fragorosa movilización popular (¿se necesitará vanguardia,
conducción, lineamientos concretos?, ¿habrá que tener programa de acción?) que
se transforme en un factor de cambio real. Dejo esto como pregunta porque yo no
tengo la respuesta.
NOTA:
[1] Boaventura Sousa, S. “Estrategia continental”. Versión digital disponible en https://www.uclouvain.be/en-369088.html
[2] En Yepe, R. “Los informes del Consejo Nacional de Inteligencia”.
Versión digital disponible en la página: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=140463
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