Las
ideas que regirán el mundo de los próximos años provendrán del resultado de una
batalla decisiva entre la irracionalidad destructiva del capitalismo decrépito
y la racionalidad científica de la Revolución. Y ésta tendrá sus raíces en la
asunción latinoamericana del legado histórico e internacional, en pensamiento y
acción anticapitalista, frente a la coyuntura actual.
Luis
Bilbao / americaxxi.com.ve
¿Qué
ideas regirán el mundo de los próximos años? Medio siglo atrás, cuando leudaban
las grandes movilizaciones obrero-estudiantiles con epicentro en Francia,
México y Argentina –con Vietnam como símbolo de resistencia antimperialista–
algunas voces aisladas comenzaron a insistir en una noción a contramano de
aquel formidable auge social: confusión y fragilidad teórica primaban en el
sustento ideológico de quienes protagonizaban aquellas batallas desde
posiciones dirigentes.
No
era evidente. No fue motivo de preocupación dominante. En América Latina
pretender revalidar la teoría –es decir, afilar las armas conceptuales con aval
científico– podía ser confundido con indecisión para la acción. Europa
aceleraba por su propio camino: fuga hacia abstracciones con formulaciones
impenetrables, de un reformismo dominante durante el medio siglo anterior, o de
un dogmatismo ampuloso y vacío.
Hubo
excepciones, desde luego. Notorias o apenas visibles. Hoy casi nadie las
recuerda o reivindica. Eso basta para deducir su gravitación política.
Después
vino el gran cataclismo, inesperado para el grueso de las vanguardias de
entonces: la Unión Soviética se disolvió en el aire. Y fue el sálvese quien
pueda. El idealismo, la metafísica, se impusieron al materialismo y la
dialéctica. Se adueñaron de casi todos los espacios.
Aquellos
países de vanguardia de los 1960 (Francia, México, Argentina) marchan hoy
avergonzados a la retaguardia. Vietnam y Cuba ya no son reconocidos con la
misma unanimidad. Si antes la retórica y el dogmatismo debilitaban el corpus
teórico amasado en siglos de luchas sociales, después el pragmatismo sin ancla
ni amarras vendría a completar la tarea de demolición. Como opuesto simétrico
reapareció un izquierdismo desenfrenado, más aun que aquél denominado por Lenin
como enfermedad infantil del comunismo.
Pero
la lucha de clases no cesa por ausencia de comprensión teórica. Al contrario:
se complejiza más y exige un esfuerzo mayor de estudio y elaboración para
recuperar un curso racional. Mientras tanto, el retroceso ideológico señorea.
El papel de
Venezuela
Desde
hace años explico el fenómeno de la Revolución Bolivariana por un factor
ausente en otros países políticamente más avanzados durante el siglo XX: Hugo
Chávez tuvo un punto donde clavar los talones para detener la descontrolada
marcha atrás: Simón Bolívar, su acción y su ideario (Venezuela en Revolución,
Capital Intelectual, 2008).
Era
volver muy atrás. A otra realidad socioeconómica mundial. A otro basamento
ideológico. Pero bastó tener ese punto de apoyo para hacer posible la retomada
de la marcha histórica.
En
la historia Chávez ocupará ese lugar de privilegio: detuvo el retroceso y
reinició un impetuoso avance que cambió los parámetros políticos de la región e
impactó en todo el mundo. Su búsqueda lo llevó a replantear el antimperialismo
y concluir en la insoslayable necesidad de abolir el capitalismo. Resignificó e
hizo palpable el internacionalismo. En suma, el comandante Chávez sentó nuevas
y sólidas bases para que los pueblos del mundo den la gran batalla que tienen
por delante ahora, cuando el capitalismo sufre su crisis más grave; su
irreversible agonía y el consecuente riesgo de aniquilación para la humanidad.
Pero
esa magna tarea está inconclusa. Los gobiernos del Alba, la dirección
revolucionaria político-militar de Venezuela, cargan la responsabilidad de
hacerla avanzar y producir un salto cualitativo.
Porque
la racionalidad teórica es condición necesaria para dar continuidad a la lucha
revolucionaria. Se puede conocer la teoría y no ser revolucionario. Se puede
ser revolucionario y no conocer la teoría. Pero sin conocer el mecanismo
económico y social del sistema a abatir, sin la teoría científica de la lucha
de clases, no se puede ser victorioso en una revolución socialista.
Socialdemocracia
y socialcristianismo están aunados en una batalla mortal contra la revolución
y, como arma mayor, cuentan con su capacidad para confundir ideológicamente no
sólo a las grandes masas, sino a franjas significativas de la vanguardia,
precisamente mediante la manipulación ideológica y la tergiversación teórica.
El idealismo filosófico es una daga mortal apuntada al corazón de los esfuerzos
revolucionarios. Como complemento perfecto, el desconocimiento teórico, por
ejemplo, de la gravitación omnipresente de la teoría del valor, es un potente
veneno para obnubilar la conciencia.
Venezuela
ha llegado a un punto donde la transición demanda sin atenuantes un instrumental
teórico adecuado, cuyas columnas están en el legado marxista: leyes del sistema
capitalista; papel de las clases; Estado; Partido; planificación… En diferente
grado y en cuadros diferentes, ocurre lo mismo en los restantes países del
Alba. La victoria en la cumbre de las Américas agudiza esa necesidad y la hace
más perentoria. No hay tiempo para perder. Como queda dicho, Washington
retrocede para afirmarse y saltar.
Deberían
florecer revistas teóricas en el hemisferio y apelar a contribuciones de los
cinco continentes. Estudio profundo, elaboración a partir de la realidad
concreta, debate franco. Y asunción hasta las últimas consecuencias de que la
Revolución es una cosa seria. Que demanda de modo inapelable la exclusión de
hablistas, irresponsables y exhibicionistas, tan abundantes hoy en la crítica a
la Revolución Bolivariana y sus dirigentes.
Las
ideas que regirán el mundo de los próximos años provendrán del resultado de una
batalla decisiva entre la irracionalidad destructiva del capitalismo decrépito
y la racionalidad científica de la Revolución. Y ésta tendrá sus raíces en la
asunción latinoamericana del legado histórico e internacional, en pensamiento y
acción anticapitalista, frente a la coyuntura actual.
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