La
fragilidad de la condición humana de los trabajadores indocumentados
internacionales y sus familias, parece desaparecer frente a la adversidad de
las economías de mercado y ahora del nuevo proteccionismo de Washington. Dramático escenario donde urge
contar con una estrategia común los gobiernos y pueblos latinoamericanos.
Adalberto Santana / Especial para Con Nuestra América
Desde Ciudad de México
El arribo
a la presidencia de los Estados Unidos de Donald Trump, muestra las tendencias
de un drama largamente anunciado. Esto es, el magnate estadounidense pregonaba
durante su campaña que sus principales objetivos eran volver a hacer grande a
la mayor potencia de nuestros tiempos. Esto es, regenerar a esa economía que en
su pensamiento ha estado sometido por el desarrollo del modelo global del
neoliberalismo. Debilidad que en esa lectura, a
favorecido el crecimiento de las economías periféricas (más bien a las
oligarquías regionales). Especialmente las que se encuentran al sur de las
fronteras del territorio estadounidense.
Un primer
elemento que ha reivindicado políticamente el nuevo ocupante de la Casa Blanca,
es la construcción de un muro a lo largo de su frontera sur para detener el
paso de los migrantes que procedentes de México, Centroamérica y otras regiones
del mundo periférico, pretenden a toda costa entrar a la mayor economía del
mundo. Muro que en efecto ya lleva largos años en su construcción (con pocas
impugnaciones). Actualmente la extensión del muro lleva más de 1,200 kilometros
y falta construir una cantidad semejante según la pretensión de Trump, para así
sellar una frontera que tiene más de tres mil kilómetros de largo. La tercera
parte tiene una barrera natural que es el Río Bravo o Grande. Con ello se
quiere “proteger” a la mayor potencia del orbe para evitar seguir siendo
“invadida” por una población de origen latino y periférica, que a largo plazo
podría aspirar a construir una nueva nación latinoamericana. Muy semejante al
resto del mundo latinoamericano, pero con caracteristicas, culturales y
prácticas políticas y sociales con sus propias particularidades pero muy
similares al resto de la región.
Temor que
hace años ya esgrimía el ideólogo de la ultraderecha estadounidense, el
profesor Samuel Huntington (1927-2008).
Según el censo de los EU de 2010, en su territorio hay más de 55 millones de
personas de origen hispano. Desde la lectura del autor del “Choque de civilizaciones
y la reconfiguración del orden mundial”, esto representaba una gran amenaza a
la civilización occidental (EU, Canadá, Europa y Australia). Lectura que sin
duda es parte del discurso político de
Trump, que sirve para ubicar desde la visión del puritanismo conservador del
mundo anglosajón (blancos y
protestantes), a los latinos como enemigos que amenazan a la mayor potencia del
mundo. Desde esa lógica y con un espíritu racista y xenófobo, se propone por la
nueva admistración de la Casa Blanca, desterrar a todos los hispanos que
“ilegalmente” viven en EU. Así, se tendría una estrategia fundamental, el sellar la frontera ante esa “invasión” y
desterrar a los que ahí llevan muchos años y muchas generaciones trabajando y
viviendo. Sin duda, en esa perspectiva no existe la historia como referencia de
los EU al crearse y desarrollarse como
una formación económico-social en el siglo XIX. Pretender ignorar que a México
le fue robado más de la mitad de su territorio después de la guerra de rapiña
entre 1847-1848, es parte del discurso imperialista de nuestros días. Hecho que
también implicó, que del lado ocupado
quedaran poblaciones de mexicanos atrapados en la defensa de sus tierras por la
nueva potencia imperial emergente del siglo XIX. De igual manera muchas
comunidades indígenas fueron despojadas de sus grandes territorios y quedaron
también prisioneras en las reservan a las que las sujetaron hasta nuestros
días.
En esta
lógica de guerra, uno de los sectores
sociales que padece en esta segunda década del siglo XXI uno de los más crueles
dramas, son los indocumentados procedentes de los países como México, América
Central y de otras regiones del área e incluso de otros continentes. El
fenómeno de los que migran expulsados de sus países rumbo a la economía de los
Estados Unidos se enfrentan a una cruenta oleada de violencia criminal antes de
llegar a su destino (si logran hacerlo). En nuestros tiempos con la llegada de
Trump, se refuerza ese peligro.
En el
marco de esa geografía política fronteriza, diversos países de la región
latinoamericana tienen una historia compartida y paralelamente una serie de
problemas tendencialmente idénticos
en lo que se refiere a ser sociedades
esencialmente periféricas, de agudo rezago productivo y dramática desigualdad
social. Sumándose a todo este escenario, la llegada de Donald Trump nos hace
ver el clima de inseguridad y crecimiento de la violencia y otras actividades
propias de una economía sumergida a la que son sometidos los migrantes
desterrados económicamente de nuestros países y que ahora se dislumbra que lo
serán de los EU.
Para
estos trabajadores internacionales el momento actual en el nuevo escenario
estadounidense ofrece grandes riesgos y muchos peligros. Sus derechos como
trabajadores no son reconocidos y más bien los agentes migratorios y los sectores
racistas del imperio los exponen a una mayor explotación y a nuevas formas de
exclavitud (hoy reconocida como trata de seres humanos). Sin dada el panorama
no es nada alentador. Los padecimientos o el calvario de los migrantes será
mayor de llevar a cabo el gobierno de Trump grandes redadas y deportaciones a
los países latinoamericanos y a otras naciones periféricas del mundo. Los
derechos de los migrantes (desterrados de aquí y de allá) son conculcados y
figuran al límite de la degradación
humana. Estos trabajadores internacionales indocumentados y sus familias, hoy son
cruelmente criminalizados por Donald Trump. De cumplirse las palabras del nuevo
mandatario estadounidense, sus condiciones de exilio serán muy semejantes a las
de los refugiados sirios en Turquía y en Europa. La fragilidad de su condición
humana parece desaparecer frente a la adversidad de las economías de mercado y
ahora del nuevo proteccionismo de
Washington. Dramático escenario donde urge contar con una estrategia común los
gobiernos y pueblos latinoamericanos. De esa manera se podrá enfrentar
solidariamente no únicamente el destierro de millones de hispanos de suelo
estadounidense, sino también los efectos
económicos que repercutirán en la disminución de las remesas a las economías latinoamericanas.
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