Los recientes sucesos
en la sociedad peruana muestran que la “gran cruzada”, del grupo religioso
sectario “Con mis hijos no te metas”, ha entrado en crisis de legitimidad y
llega a su etapa final.
Ángel Bravo / Especial para Con
Nuestra América
Manifestación del grupo "Con mis hijos no te metas". |
Sacar a las calles a
marchar a un contingente de personas no es sinónimo de poder, mucho menos de llamado divino. Es sí reflejo de abuso de
poder en la organización religiosa; donde el pastor –“oveja vestida de lobo”-
es el líder incuestionable a quien tienen que obedecer. Contrario a lo que
enseña la Biblia, ahí no se concibe a la iglesia como pueblo o asamblea de
Dios, que siendo protestante debería practicar el sacerdocio universal de todos
los creyentes. Contrario a eso sus dirigentes son autoritarios, su discurso es
engañoso y sus relaciones son antidemocráticas. Ante la orden del Pastor, gente
humilde y sencilla sale ingenua y robóticamente con sus pancartas a defender
una causa que no entiende.
Cuando realizaron sus
primeras marchas, llamaron la atención de los medios de comunicación porque,
contrario a su práctica habitual de ir en pareja casa por casa predicando el
evangelio, esta vez eran muchas personas juntas, moviéndose como marionetas. En
lugar de entonar sus cánticos tradicionales, transmitían odio ajeno, repetían
consignas vehementemente y gritaban frases hirientes contra la comunidad
LGTTBI. Todo eso era parte de una campaña orquestada por la derecha política y
religiosa conservadora.
Hoy ha disminuido la
cantidad de sus seguidores que marchan y también ha decaído el fervor que
tuvieron en un principio. ¿Qué pasó entonces? Las maniobras de lobos rapaces,
envenenados por sus indiferencias, engañados por su lenguaje religioso,
embarrados de odios e interesados en cuotas de poder político, no lograron
ocultar más sus intenciones grotescas, perversas y solapadas de todas sus
campañas.
Sin duda que al verse
retratados en algunos de los videos, muchos de ellos y ellas, ahora se sienten
avergonzados. No quieren convertirse en el hazme reír de la gente. “Nos están
llamando hasta de fujimoristas” se detecta en los chat de sus redes. No les
queda otra opción que poner en cuestión el autoritarismo de sus pastores,
negándose a desfilar. En las entrevistas exhibidas, no existe una sola persona
que sepa dar razones de por qué participa en esas marchas. El nivel de
desconocimiento y la incapacidad para hilvanar alguna idea lógica son
asombrosos dentro de este grupo sectario. Evaden las preguntas o dicen que no
tienen autorización para dar respuestas; mostrando así, que son “enviados como
ovejas al matadero”, masa de maniobra de sus pseudo pastores.
Con sobradas razones
algunos periodistas han empezado a hacer algunas críticas en algunos espacios
de comunicación frente a esta campaña religiosa fundamentalistas. Al principio
les parecía una novedad, pero ahora empiezan a darse cuenta que se trata de una
patraña en la que se está utilizando descaradamente la fe de ciudadanos
humildes con fines políticos. Si bien la prensa peruana en general se
caracteriza por ser cautiva de la oligarquía nacional y defensoras del status quo, no faltan periodistas
atentos que con un poco de dignidad e independencia empiezan a marcar distancia
del resto. No aceptan que se quiera hacer pasar por verdad sus mentiras ni por
ciencia sus prejuicios e ignorancias. Los periodistas y políticos que se han
plegado a la campaña de “Con mis hijos no te metas” nunca han gozado de algún
prestigio entre los peruanos; siempre acostumbraron a expresarse con
vulgaridades e ignorancia, al estilo fujimorista, o con cínica desvergüenza al
estilo aprista.
Entre los dirigentes de
“Con mis hijos no te metas” no existe uno solo que sea medianamente culto o
letrado, capaz de argumentar consistentemente qué es lo que persiguen. Cuando
se les solicita que expliquen ¿contra qué parte en específico del currículo del
Ministerio de Educación están en contra? En lugar de responder con argumentos,
repiten estribillos y textos bíblicos descontextualizados. No conocen el
currículo, no lo han leído o no tienen competencia en este campo.
Lo más reciente ha sido
el escandalo promovido por el congresista Moisés Guía, que al igual que sus
amigos, los fundamentalistas, mostraron su rigidez e hicieron un “show” en los
salones del Congreso de la República, ante la Ministra de Educación,
insultando, incitando a la violencia y a la sedición. Reacción propia de quien
no tiene argumentos.
A pesar que tratan de
ocultarlo, es notorio que dentro de las filas fundamentalistas hay fuertes
pugnas por el control del poder. El “guía” Moisés le quitó el protagonismo a
Julio Rosas. Ambos, de claras raíces fujimoristas, ya se creen congresistas
2021. Hoy es evidente que el grupo está dividido: uno estaría encabezado por
Moisés, el “Guía” arrepentido y el otro por Julio Rosas. Ambos, hijos de la misma
camada religiosa y política: conservadores de la derecha.
En este momento de
tensiones dentro de la sociedad peruana, se va desnudando y descubriendo
quiénes son los fariseos contemporáneos que pretenden rasgarse sus vestiduras,
siendo lobos que olfatean oportunistamente las mieles del poder establecido,
sin reservas, sin vergüenza, sin sangre en la cara. Sin cualquier tipo de
ética. No hay futuro para propuestas políticas fundadas en la mentira. Tampoco
para discursos religiosos manipuladores. La “gran cruzada” de odio y violencia,
se encaminan al fracaso. Han comenzado a cavar su propia sepultura religiosa y
política.
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