El Salvador conmemora en
estos días más de dos décadas de la firma de la paz: una gesta que todavía
provoca esperanza en su pueblo y en las naciones del mundo que aún enfrentan
conflictos armados. Sí, es cierto: la guerra se acabó. El Acuerdo de
Chapultepec calló las armas e hizo posible la difícil, casi traumática,
convivencia de dos proyectos políticos y dos visiones del mundo radicalmente distintas,
pero la guerra continúa.
Atilio Borón / Cubadebate
La paz se firmó hace ya
25 años, pero en las negociaciones entre el gobierno y la guerrilla del FMLN
hubo algo que permaneció al margen de toda discusión: el modelo económico fue
el gran ausente en esas conversaciones. La correlación interna e internacional
de fuerzas impidió que el FMLN pudiera instalar el tema en la agenda. Es decir
que lo que creó –y crea- las condiciones para el conflicto y eventualmente la
guerra, y lo que genera la injusticia y la opresión que la provoca, no estuvo
presente en la mesa de negociaciones. Se firmó la paz sobre un trasfondo de
conflicto que fue ignorado. Tal cosa, afortunadamente, no ocurrió en las
conversaciones que tuvieron lugar en La Habana entre las FARC-EP y el gobierno
colombiano.
Para colmo de males, hace
poco más de diez años, El Salvador firmó su adhesión al Tratado Centroamericano
de Libre Comercio (CAFTA, por su sigla en inglés) promovido por Estados Unidos.
Lo hizo junto a los otros países de América Central (Honduras, Costa Rica,
Nicaragua y Guatemala) y la República Dominicana. Si su predecesor, el NAFTA
firmado entre Estados Unidos, Canadá y México tuvo consecuencias económicas,
políticas y sociales catastróficas en el país azteca, los resultados del CAFTA
difícilmente podían ser mejores en el área centroamericana. Y no lo fueron. Un
ejemplo: en El Salvador, en los diez años anteriores a la firma del acuerdo
comercial las exportaciones crecían a un ritmo del 8 por ciento anual; luego de
la entrada en vigor del tratado lo hicieron a casi la mitad. Claro que las
importaciones procedentes de Estados Unidos aumentaron vertiginosamente
precipitando una fuerte expansión del consumo en los estratos superiores de las
capas medias (pero no en el resto de las clases populares) y desatando, como
contrapartida, la misma debacle campesina que antes se produjera en México y
que convirtiera a la tierra originaria del maíz en importador neto del
transgénico norteamericano. A diez años de haberse puesto en vigor aquel
tratado la principal vía de escape a la pobreza en El Salvador -que en el campo se empina alrededor del 60
por ciento de la población siendo un 40 por ciento para el total del país- sigue siendo la emigración. No hay prueba más
contundente del fracaso del CAFTA que esa. Pero si bien es relativamente
sencillo en el marco del tratado exportar mercancías a Estados Unidos (siendo
muchísimo más fácil importarlas desde ese allí), los salvadoreños tienen que
arriesgar sus vidas para ingresar al país que los invitara a compartir las mieles
del “libre cambio”. Circulan sin restricciones las mercancías, no las personas.
En la actualidad unos dos millones y medio de salvadoreños viven en Estados
Unidos. Sin contar los que se encuentran en otros países (España,
principalmente) se trata de una cifra que representa poco más del 40 por ciento
de la población del país, estimada en unos 6.100.000 habitantes. La expulsión
de esa masa migrante origina ingresos, por la vía de las remesas, del orden de
los 4.200 millones de dólares, permitiendo que un millón trescientas mil
personas puedan sobrevivir en el país a los rigores e inequidades de la
globalización neoliberal. Téngase en cuenta que según datos oficiales el 87 por
ciento de las personas en edad de jubilarse no cuenta con ningún tipo de pensión
o ayuda previsional. Esas remesas son esenciales para su supervivencia y
representan el segundo ítem de ingreso de divisas, sólo superado por las
exportaciones salvadoreñas.
Todo lo anterior habla
con elocuencia de la fragilidad del país y de la estafa de los tratados de
libre comercio. En noviembre del año 2000, el corrupto presidente Francisco
Flores, de la muy derechista ARENA –el partido que cuenta entre sus fundadores
al asesino de Monseñor Oscar Arnulfo Romero- promulgó la Ley de Integración
Monetaria por la cual El Salvador adoptó el dólar y abandonaba definitivamente
el colón, que había sido la moneda oficial desde 1892. Como consecuencia de
ello el gobierno perdió un instrumento decisivo de manejo macroeconómico: la
política monetaria. Esta circunstancia, unida a la importancia de las remesas
procedentes de los salvadoreños en el exterior y los perniciosos efectos del
CAFTA refuerzan la dependencia estructural de El Salvador en relación con
Estados Unidos y coloca al gobierno en una situación de debilidad que no pudo
ser superada por el FMLN. Con el dólar, las remesas y el CAFTA Washington
maneja los resortes fundamentales de la economía del país centroamericano.
Agréguese a lo anterior la importancia de El Salvador por su ubicación en el
istmo centroamericano, lo que suscita la permanente atención del Pentágono dado
que esa parte del mundo es vista por sus estrategas como una fuente de
innumerables acechanzas y, por eso mismo, territorio preferencial (junto con el
Caribe) para la instalación de un gran número de bases militares que, según
algunos expertos, serían más de cincuenta.
Dados estos antecedentes,
lo que ha hecho el gobierno del FMLN es mucho, pero se trata de una tarea
titánica por todo lo que todavía es preciso hacer. Democratizó el proceso
político y el acceso al gobierno. Pero las estructuras de los “poderes
fácticos” permanecen inalteradas, el Poder Judicial enfrenta con saña las
iniciativas del presidente Salvador Sánchez Cerén y otro tanto ocurre con el
Congreso y la feroz oligarquía mediática. En suma: conquistas democráticas en
un ámbito acotado de la vida pública y permanencia del despotismo oligárquico
en todo lo demás. El Salvador es un país
que a lo largo de su historia fue víctima de brutales represiones. En 1932 el
líder comunista Farabundo Martí encabezó una rebelión popular que fue ahogada
en sangre, y la violencia reaccionaria se desplegó durante gran parte del
siglo. Matanzas campesinas sin pausa; fuerzas armadas entrando a la Universidad
Nacional destrozando su biblioteca para luego arrasar lo que quedaba en pie con
el avance de sus tanques; masacres de aldeas enteras; asesinato de los jesuitas
de la Universidad Centroamericana y de Monseñor Romero mientras consagraba la
eucaristía; escuadrones de la muerte torturando y asesinando por doquier con la
bendición y la cobertura de Washington. Todo eso en el país más pequeño de
América Latina -el “pulgarcito” como dijera el poeta Roque Dalton- que pese a
ello demostró tener unas agallas increíbles y con la guerrilla del FMLN lograr
un éxito militar que casi no tiene parangón a nivel internacional: contener la
campaña de exterminio lanzada por el ejército salvadoreño bajo la conducción
efectiva y descarada de oficiales estadounidenses y así forzar un acuerdo de
paz, que hubiera sido imposible si la guerrilla hubiera sido derrotada. Sólo
porque esa guerra terminó en un empate –en realidad, una derrota para el
Pentágono- es que fue posible llegar a un acuerdo de paz. Importante, aunque
insuficiente. Pero el salvadoreño es un pueblo que no se arredra ante las
derrotas y sigue luchando. Estamos seguros que más pronto que tarde recogerá
los frutos de su heroísmo en la medida en que este combate no se circunscriba
al ámbito económico y político e incluya también, como uno de sus principales
teatros de operaciones, la “batalla de ideas” a los cuales Fidel nos convocara
hace ya muchos años. Porque sin prevalecer en este crucial terreno, sin ganar
el combate en el campo de las ideas y la conciencia, todas las demás conquistas
pueden desbaratarse como un castillo de arena. Por suerte son cada vez más
quienes en El Salvador sostienen esta convicción. Serán las “trincheras de
ideas” martianas que frustrarán los designios estadounidenses de convertir a
ese país en una gigantesca base de operaciones de contra-insurgencia para,
desde allí, aplastar los procesos progresistas y de izquierda que se agitan por
toda la región.
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