Leer a Martí demanda, por
supuesto, situarlo en el flujo de su tiempo, no simplemente para comprenderlo
en su contexto, sino y sobre todo porque una parte de ese tiempo fluye aún en
nuestras vidas.
Guillermo Castro Herrera / Especial para Con Nuestra
América
Desde Ciudad Panamá
Muerta es la vieja Grecia, y todavía colorea nuestros sueños juveniles, calienta nuestra literatura,
y nos cría a sus pechos, madre inmensa, la hermosa Grecia artística. Con la
miel de aquella vida nos ungimos los labios aún todos los hombres.
José Martí[1]
¿Cómo explicar el enorme
atractivo ético, estético y político de la obra de Martí – en particular la
elaborada entre 1875 y 1895 – en las circunstancias de nuestro tiempo? ¿De
dónde le viene a ese pasado la capacidad de hacerse sentir entre nosotros tan
cargado de futuros?
Gracias a la labor de
especialistas como Cintio Vitier hoy podemos comprender comprender el vínculo
entre las ideas y la afectividad de Martí y las circunstancias de su vida. Su
vigencia en nuestro tiempo es un problema de otra naturaleza, que de algún modo
recuerda al planteado por Marx acerca de la vigencia del arte griego en la
cultura Occidental, siglos después de que hubiera desaparecido la sociedad que
le dio origen.
“La concepción de la
naturaleza y de las relaciones sociales que hay en el fondo de la imaginación
griega y, en consecuencia, del (arte) griego”, se preguntaba Marx en 1857,
¿es
compatible con los oficios automáticos, los ferrocarriles, las vías férreas y
el telégrafo eléctrico? ¿Qué son Vulcano ante Roberts y Cía., Júpiter ante el
pararrayos, y Hermes ante el crédito mobiliario? Toda mitología somete, domina
y moldea las fuerzas de la naturaleza en la imaginación y por la imaginación:
pero desaparece en cuanto se llega a dominarlas realmente.[…] Pero la
dificultad no consiste en comprender que el arte griego y la epopeya están
ligados a ciertas formas del desarrollo social. La dificultad estriba en comprender
que puedan procurarnos aún goces estéticos y sean considerados de algún modo
como norma y modelos inimitables.[2]
Vistas así las cosas, cabría
decir quizás que el tiempo de Martí fue la primera adolescencia del nuestro.
Todo parecía posible a los integrantes de aquella generación de jóvenes
liberales que iniciaban la labor en transformar en repúblicas prósperas y
equitativas los frutos de las luchas por la Independencia, primero, y la
Reforma del orden colonial, después. Al respecto, sus textos producidos en
México y Guatemala entre 1875 y 1877 – esto es, entre sus 22 y sus 24 años de
edad – son de una extraordinaria riqueza. De ese período data el elogioso
artículo que dedica a la edición de los nuevos Códigos de Leyes de la República
de Guatemala, donde señala:
Esa es
nuestra grandeza: la del examen. Como la Grecia dueña del espíritu del arte,
quedará nuestra época dueña del espíritu de investigación. Se continuará esta
obra; pero no se excederá su empuje. Llegará el tiempo de las afirmaciones
incontestables; pero nosotros seremos siempre los que enseñamos, con la manera
de certificar, la de afirmar. No dudes, hombre joven. No niegues, hombre terco.
Estudia, y luego cree. Los hombres ignorantes necesitaron la voz de la ninfa y
el credo de sus dioses. En esta edad ilustre cada hombre tiene su credo. Y,
extinguida la monarquía, se va haciendo un universo de monarcas. Día lejano,
pero cierto.[3]
El día lejano quizás está ya
entre nosotros. De 1989 acá, día con día, ha venido expandiéndose la desintegración
del mundo creado por el liberalismo desde mediados del siglo XVIII. Podría
decirse, con la sencillez de lo inmediato, que una de las razones del atractivo
de Martí radica en que ese proceso de desintegración nos trae de vuelta no solo
soluciones agotadas, sino además problemas de otros pasados que en aquel mundo
carecieron de solución o - incluso – fueron en su momento soluciones para otros
problemas y ya no lo son para ninguno.
Martí perdura en su encanto
estético y en su capacidad de agitación y propaganda en un mundo en el que, en
verdad, perduran importantes relaciones de continuidad con el que él conoció,
dio a conocer y ayudó a transformar. Hoy sabemos que la historia no transcurre
en línea recta, superando etapas sucesivas en dirección a un destino necesario.
En nuestra América, por ejemplo, operan tres tiempos distintos al interior de
un solo tiempo histórico verdadero. Uno es el del legado pre colonial, de tan
evidente importancia en Indoamérica. Otro es el del legado colonial – que aportó
a nuestra historia la formación de una Afroamérica y una América mestiza - que
hizo de nuestra América parte de la economía mundo castellana entre los siglos
XVI y XVIII. Y el otro es el del legado liberal que – a través de formas tan
diversas como las de los Estados Liberal Oligárquico, desarrollista y
Neoliberal, aún dominante entre nosotros – nos incorporó al moderno mercado
mundial, y a su geocultura.
Leer a Martí demanda, por
supuesto, situarlo en el flujo de su tiempo, no simplemente para comprenderlo
en su contexto, sino y sobre todo porque una parte de ese tiempo fluye aún en
nuestras vidas. Entender esto requiere recordar que el tiempo de Martí no fue
solo el del triunfo del Estado Liberal Oligárquico en nuestra América. En
estrecha conexión con ese tiempo, ocurrió en los Estados Unidos el del triunfo
del capital monopólico y su necesidad de expansión imperial, acompañado de una
intensa lucha de clases entre trabajadores y empresarios, de la que Martí nos
dejó un importante testimonio en sus textos para La Nación, de Buenos
Aires, y El Partido Liberal, de México.
Vistas las cosas así, cuando
el mundo afroamericano de la plantación colonial ha dado de sí la revolución
socialista de liberación nacional en Cuba, y el indoamericano despierta con
renovado vigor y nos ofrece las primeras manifestaciones del sumak q’awsay
–el “vivir bien” andino-, podemos encontrar una perspectiva de gran riqueza
para apreciar la vigencia del pensamiento político y la afectividad martianas.
Desde esa perspectiva, en efecto, destaca la certeza de la intuición de Martí
sobre los límites de aquel liberalismo que se presentaba como la encarnación de
la civilización que lucha contra la barbarie, sin ofrecer solución a los
problemas de los que dependía el desarrollo de las sociedades donde había
venido a ser dominante. Y destaca sobre todo su énfasis en la necesidad de
entender que el verdadero problema a encarar, aquí, para nosotros, era el de la
batalla entre la falsa erudición y la naturaleza histórica de nuestra América.
Su vigencia, por lo mismo, no
es la del deseo de revivir una infancia distante. Esa dimensión existe en la
obra martiana – sobre todo en su reivindicación de las grandes civilizaciones
destruidas por la conquista europea -, pero no se agota en ella. Su vigencia es
la que proviene de una historia aún en curso, que nos lleve a culminar los
tiempos de nuestro tiempo creando en el Nuevo Mundo de ayer el mundo nuevo de
mañana, con todos y para el bien de todos los millones de seres humanos que ya
participan de esa tarea.
Panamá, 5 de febrero de 2017
NOTAS:
[1]
“Poesía Dramática Americana”. El Porvenir. Guatemala, 25 de febrero de
1978. Obras Completas. Edición Crítica. Centro de Estudios Martianos, La
Habana, 2001. V, 224.
[2]
Marx, Karl. Introducción a la Crítica de la Economía Política / 1857.
Siglo XXI Editores, 1974, pp. 60 – 61. Traducción de José Aricó y Jorge Tula.
[3]
“Los Códigos Nuevos.” El Progreso, Guatemala, 22 de abril de 1877. [OC,
t. 7, p. 98-102] Obras Completas. Edición Crítica. Centro de Estudios
Martianos, La Habana, 2001. V, 90.
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