Las elecciones del
próximo 19 de febrero en Ecuador son distintas a todos los procesos vividos por
el país desde 1979, cuando se retornó a la vida constitucional luego de una
década de dictaduras.
Juan J. Paz y Miño Cepeda / El Telégrafo
No está en juego la
simple sucesión presidencial, sino dos proyectos de economía y sociedad: uno,
identificado con el ‘modelo’ del gobierno del presidente Rafael Correa, y otro
abiertamente identificado con la restauración de los intereses de la élite
bancaria y empresarial de Ecuador. Y esta situación también comprende a las
elecciones para la Asamblea Nacional.
Aunque hay certeza en
cuanto a que el binomio de Alianza PAIS representa la continuidad del proyecto
progresista, son inciertos los cambios que puedan implementarse y los alcances
del giro que habrá al faltar el liderazgo indiscutible e irreemplazable del
presidente Correa. Es incierto cuál de las candidaturas de la ultraderecha
política vencerá a la otra, pero ninguna duda queda en que ambas representan el
mismo y hoy caduco modelo neoliberal, que procuran revivir.
En el ámbito latinoamericano,
los dos proyectos económico-sociales que se confrontan en las elecciones
ecuatorianas generan enorme expectativa: está en juego el mantenimiento del
ciclo de aquellos gobiernos democráticos, progresistas y de nueva izquierda que
aún están vigentes en la región, o una pérdida más, que seguirá el camino de lo
que ya pasó en Argentina y Brasil.
En la historia de
América Latina no existe un ciclo parecido, como el que se ha dado entre 1999 y
el presente, cuando diversos gobiernos, identificados precisamente con la
‘nueva izquierda’ de la región, lograron desmontar el neoliberalismo,
reinstitucionalizar al Estado, imponer los intereses nacionales sobre los
particulares, modernizar la sociedad y, sobre todo, promover el adelanto y
mejora sustanciales de las condiciones de vida y de trabajo de los
trabajadores, clases medias y sectores populares.
Ese ‘ciclo
progresista’, que ha marcado una nueva era en la región, polarizó a las
sociedades a consecuencia de las rupturas del poder tradicional que estuvo
determinado por élites empresariales y capas ricas, que impusieron sus
conceptos, intereses y valores en las décadas finales del siglo XX. Los
gobiernos progresistas no solo han sido enfrentados por los partidos y la clase
política tradicional, sino que han tenido como poderosos enemigos a aquellas
élites desplazadas del control del Estado, al imperialismo y a los más
importantes medios privados de comunicación, que, en forma inédita en la
historia latinoamericana, pasaron a ser una fuerza ideológica de permanente
combate y hasta conspiración contra los gobiernos progresistas.
Los logros sociales de
los gobiernos progresistas han sido destacados por todos los organismos
internacionales y son un contraste absoluto frente a los que caracterizaron al
modelo empresarial-neoliberal, y a lo que actualmente ocurre en Argentina y
Brasil.
Sin embargo, el
significado histórico de esa ‘nueva izquierda’ está en discusión. La vieja
izquierda apenas cuenta, porque ha sido superada por la misma historia.
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