A poco andar, la revolución de la alegría desnudó sus intenciones: levantó el cepo cambiario, tranquilizó a los fondos buitres, levantó las retenciones a las mineras y al campo y, en su progresiva desregulación benefició a los bancos y a los grandes conglomerados económicos que, justamente para garantizarles la mejor tajada del reparto, colocaron a sus antiguos gerentes.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con Nuestra América
Desde Mendoza, Argentina
Hace tiempo escuchaba a Paco Ignacio Taibo II, el escritor mexicano, quejarse de las actuales autoridades nacionales. “Me ofenden, me avergüenzan, nos ofenden a todos los mexicanos…”, indignado, impotente, frente a la ignominia de representación de los gobernantes consagrados por el voto popular, se expresaba en una tribuna. Desde fuera – aunque conocíamos la llegada de Peña Nieto y sus vinculaciones con el imperio Televisa – la desmesura y la sorna de Paco nos llevaba a reflexionar ante el hartazgo y el asco frente a la expoliación popular de ese maravilloso país que es México, por el representante del PRI.
A los argentinos nos llegó algo semejante a fines de 2015 de la mano del PRO; resulta tan descomunal el daño a la sociedad y, despojada del mínimo escrúpulo la gestión de Mauricio Macri y sus secuaces –término que se condice por las complicidades delictuales de los diversos estamentos oficiales para engañar y no pagar deudas al fisco– sumado a ello, muchos de sus funcionarios están implicados en ilícitos que, para el ciudadano de a pie, le parece estúpido preocuparse por llevar al día sus impuestos.
Desde la “década infame”, aquella iniciada con el golpe militar del General Uriburu en 1930, no había una camada tan descarada, salvo desde luego las dictaduras, que tomaron al Estado por asalto e hicieron a su antojo a punta de pistola.
Los medios hegemónicos no han podido acallar el escándalo de la posible quita del 98% de la deuda que mantenía Franco Macri con la concesión del Correo Argentino desde 2001. Sin embargo, el presidente, hijo del empresario y parte importante en el grupo económico, con el mayor desparpajo dijo no haber intervenido y, ante la polvareda levantada en los medios, instó a que se reviera la cosa, restándole importancia. Sus principales esbirros acudieron en coro a salvar su imagen, exponiendo – cómo en las modificaciones de los aumentos semestrales a los más de 8 millones de jubilados, una vuelta atrás – que es prueba y error; una característica de esta gestión es reconocer errores y volver atrás, “no como en el pasado, en donde no discutían las decisiones”. Esto lo repetían ante las cámaras y micrófonos, como cuando subieron las tarifas de los servicios públicos de manera exorbitante.
La desidia evidente de la cúpula dirigente encabezada por Macri es coherente a sus orígenes y actividades previas. Mimados desde la cuna, educados en colegios privados y dedicados a los negocios familiares, la gestión de la cosa pública amén de ser tediosa y ocupar todo su tiempo, los enfrenta con reclamos sectoriales permanentes, generando un tire y afloje que los desquicia. La tranquilidad del country, del club o el escritorio de la empresa, no se compara con el despacho oficial que, en minutos, les cambia el escenario y las demandas: terrenos inundados e incendios masivos, exigen celeridad, presencia y decisiones certeras con recursos escasos, hechos adversos que complican demasiado el día a día de los chicos ricos, sobre todo porque la prensa, aunque cómplice en su mayoría, no puede dejar de ocultar la realidad. La improvisación e impericia de muchos funcionarios, ha generado que algunos de los medios y destacados periodistas leales, les suelten la mano y los critiquen abiertamente. Otro tanto les está pasando con los trapos sucios que salen a la luz, imposible ocultar las revelaciones de los papeles de Panamá y, desde allí en adelante.
Al Estado, ese pesado dinosaurio lento e incompresible desde su mirada, siempre lo utilizaron en beneficio propio. En alianzas pasadas con los jerarcas de la última dictadura cívico militar, la familia del presidente, uno de los grupos beneficiarios, disfrutó de los privilegios de la patria financiera, luego transformada en contratista y, la construcción de la infraestructura necesaria para el Mundial ’78, por ejemplo, o el sistema de autopistas de la Capital Federal impulsadas por Osvaldo Cacciatore. Esto les otorgó ganancias que, una vez llegada la democracia, en 1983, les posibilitó dominar por fuera a la economía estatal del entonces presidente, elegido por el voto popular, Raúl Alfonsín, impulsando subrepticiamente la suba de precios que terminó en la hiperinflación que arrasó con su gobierno, anticipando el mandato de Carlos Menem. Claro, Alfredo Martínez de Hoz, el súper ministro de economía del dictador Videla, había multiplicado exponencialmente la deuda externa dejada por la viuda de Perón y, por si esto fuera poco, el presidente del Banco Central, Domingo Cavallo – el padre de la Convertibilidad menemista – había estatizado la deuda privada, entre las prebendas más destacadas.
Hacer negocios con la apertura económica, la complicidad de los organismos financieros internacionales en pleno auge del neoliberalismo de la mano de Reagan y la primera ministra británica, Margaret Tacher, con las instituciones nacionales dirigidas por las Fuerzas Armadas y la sociedad reprimida y atemorizada donde la clase obrera estaba sometida y sin posibilidades de expresarse, fue una situación altamente celebrada que no volvió a producirse. Cuestión que tampoco les interesó, dado que habían logrado una diversificación, expansión y fortaleza tanto en el país como en el exterior.
Las políticas neoliberales de los noventa, la privatización de las empresas estatales, como el Correo Argentino por lo notoria, entre varias más, especialmente explotadas por el grupo Macri, les siguieron dando réditos y solidez.
Pero, en la intimidad y en la confianza y seguridad que dan la facilidad en los negocios, juzgaron que aún era poco, por lo que creyeron conveniente dar un paso más adelante: hacerse cargo de la cosa pública para poder personalmente, disponer a piacere, de todos los recursos.
Saltar a la arena política, agotada la cooptación de la dirigencia política de los dos partidos mayoritarios en las dos décadas de la restaurada democracia, fue una estrategia que les posibilitó el acceso al gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Era un grupo de amigos más o menos homogéneo, educados en los mismos colegios y universidades, con posgrados en el exterior en reconocidas instituciones y con un objetivo claro: tomar el poder.
A un poco más de un año de asunción, el gobierno de este grupo, se ha caracterizado desde la campaña por su cinismo: decir una cosa y hacer otra. La restauración conservadora propuesta por los grandes grupos económicos nacionales e internacionales con base en el país contó con una abrumadora campaña mediática liderada por los medios hegemónicos, de allí que el empresario y su equipo de gerentes, pusieron en marcha un ambicioso proyecto en beneficio propio, basado en mentiras para atraer a las multitudes que le dieran el voto y el triunfo. Obnubiladas por el “cambio” –palabra seductora que viene haciendo estragos por donde circula– aún no salen del estupor por la caída libre propia de la entronización del mercado y el repliegue estatal.
A poco andar, la revolución de la alegría desnudó sus intenciones: levantó el cepo cambiario, tranquilizó a los fondos buitres, levantó las retenciones a las mineras y al campo y, en su progresiva desregulación benefició a los bancos y a los grandes conglomerados económicos que, justamente para garantizarles la mejor tajada del reparto, colocaron a sus antiguos gerentes. El caso más vergonzante fue colocar como titular de energía a Aranguren, ex directivo y accionista de Shell, cuyos tarifazos pusieron en vilo a toda la sociedad, obligando a la justicia a expedirse frente a la infinidad de manifestaciones en contra de los aumentos.
Como era de esperar, la inflación de más del 40% superó los valores de las dos décadas anteriores, hubo despidos masivos, caída de la actividad económica, bajó el consumo por la pérdida de poder adquisitivo de los salarios y una recesión galopante. Ninguna de las medidas atrajo las declamadas inversiones externas y se intentó un blanqueo para traer dinero depositado en el exterior.
La pauta inflacionaria del presupuesto 2017 es de 17%, a la que intentan colocar de techo a los reclamos salariales de los empleados y obreros, viendo cómo sortean los acuerdos paritarios legales, dado que el objetivo confeso es precarizar las condiciones laborales para que los empresarios, es decir, ellos mismos, hagan y deshagan a gusto. Esto tiene en pie de guerra al sector obrero organizado, siendo la CGT unificada la que ya ha dispuesto paros generales para marzo, cuestión ya llevada a cabo por las dos CTA apenas asumido el gobierno del PRO.
Inconsistente colocar esta pauta mientras se producen aumentos escalonados en los servicios y los combustibles que la superan ampliamente y van afectar a las cadenas productivas.
La profundización de la polarización social, que tiene una base de un tercio de la población pobre, dista en extremo con el postulado de la unión de los argentinos. Quienes podrían celebrar alegremente son los empresarios del sector del campo a los que las medidas presidenciales les generaron el mayor margen de ganancias, más del 70%, superando incluso al sector financiero y al energético. Sector básico en la producción de alimentos, necesidad primaria e insoslayable de consumo masivo.
Lo que escasos medios muestran es que estamos frente a una democracia vallada en donde los gobernantes se mueven custodiados por la gendarmería y nadie puede acercárseles sin autorización.
En su percepción tan particular de la función pública, esfuerzo para el que no cuenta preparación dado que siempre fue un potentado, goza de vacaciones y escapadas y, requiere un nuevo avión presidencial y una modificación de la Casa Rosada de más de 280 millones de pesos.
Como émulo de su amigo del norte –aunque su triunfo y primeras medidas lo desconcertaron–, intenta restringir el ingreso de los hermanos de la Patria Grande, esos mismos que trabajan precarizados para empresa textil de la primera dama, retornando a la antigua Ley de Residencia de la primera década del siglo pasado que deportaba a los extranjeros a sus países de origen por alterar el orden público, orden que coincidía con las protestas por los bajos salarios. De ser posible, levantaría muros, mientras la gente se manifiesta y tiende puentes, conscientes que Argentina debe su actual conformación a la inmigración, la misma de la que procede el Señor presidente cuyo padre vino hace medio siglo a hacer la América.
Pero claro, su insensibilidad manifiesta, expuesta en su magro y deslucido discurso y sus gestos desconectados de ojos ausentes, como sus festejos destemplados y recluidos, le impiden ver la realidad social que se le cae a pedazos. Las flamantes espadas que secundan sus acciones, se enredan en politizar los reclamos populares, intentando persuadirnos de algo tan sabido como que la política económica es parte de la política y sus efectos son, precisamente, económicos. La distribución de la riqueza, fin último de la administración estatal debe equilibrar la balanza priorizando a los débiles y no al contrario. Por ello, demasiados sectores marchan diariamente en contra de sus medidas y, aunque la cúpula dirigente intente mirar con optimismo las elecciones de octubre – primera prueba concreta de su gestión – la sombra creciente de Cristina Fernández amenaza con taparles el sol del festejo. Seguramente para entonces ya no habrán tantas sonrisas y globos amarillos y sólo una escuálida minoría, los ganadores del sistema, serán los que lo sostendrán.
Los idus de marzo los aguardan replegados, acechantes, como aquellas sombras conspiradoras que circulaban por el foro romano antes de aquel fatal acto supremo que cambió al Imperio, escondidos en cada columna. Ellos los niegan como niegan la realidad de cada día, pero…, como dijo el General Perón, no hay otra verdad que la realidad.
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