Trump no es solamente un filo-fascista. Más aún,
al igual que lo que está sucediendo con las ultraderechas europeas, sus
sentimientos fascistas tienen explicación en los males que el neoliberalismo ha
acarreado a las clases trabajadoras y a un sector empresarial importante, aquel que se ha
sustentado en la industria y en el mercado interno.
Carlos Figueroa Ibarra / Especial para Con Nuestra América
Desde Puebla, México
Durante la campaña presidencial
estadounidense, con sorpresa pude advertir que varios de mis amistades y
conocidos en círculos de izquierda no eran lo suficientemente enfáticos en
adversar al entonces candidato
republicano. Trump siempre me pareció deleznable por los argumentos que ha
esgrimido. Pese a su retórica antineoliberal, que les gustaba a algunos de mis
amigos y conocidos, siempre advertí su
filiación fascista. Al igual que Hitler, Trump ha agitado los peores
sentimientos chauvinistas y ha prometido
ser el conductor del renacimiento de un
imperio que acertadamente ha caracterizado como decadente.
Como lo hicieron Hitler y el fascismo con una Alemania agraviada con el humillante Acuerdo de Versalles de 1919, Trump ha enarbolado el discurso que presenta
a los Estados Unidos de América como víctimas del mundo. En lo inaudito de sus
inauditas aseveraciones, ha dicho que México se ha aprovechado de su vecino del
norte como si la historia de los siglos XIX y XX, no fuera un elocuente ejemplo
de que lo sucedido es precisamente al revés. Al igual que Hitler y el fascismo
lo hicieron con los judíos y comunistas, Trump y sus partidarios han construido
otredades negativas a las cuales se les imputan los males que vive el país:
migrantes mexicanos, centroamericanos y musulmanes, forman parte en su
imaginario de los diversas malignidades cancerosas que están destruyendo
"la grandeza de America".
Pero Trump no es solamente un filo-fascista.
Más aún, al igual que lo que está sucediendo con las ultraderechas europeas,
sus sentimientos fascistas tienen explicación en los males que el
neoliberalismo ha acarreado a las clases trabajadoras y a un sector empresarial importante, aquel que se ha
sustentado en la industria y en el mercado interno. El mismo sector que no ha
sido directamente beneficiado con la globalización neoliberal. Más de 64 mil
establecimientos industriales y comerciales han sido relocalizados o han
quebrado merced a la globalización que busca en la periferia capitalista mano
de obra barata y el abaratamiento de otros costos de producción. Fueron todos
estos sectores sociales, y otros más que han sido víctimas de la crisis de 2008
que se volvió mundial, los que votaron
por el impredecible magnate y lo llevaron a la presidencia aunque no haya
ganado el voto popular.
A la par de su vociferancia fascista, Trump
ha berreado contra la globalización neoliberal. Y esto y sus patanerías, le
están ocasionando un desgaste acelerado en el seno del establishment neoliberal
y los movimientos progresistas estadounidenses. La derecha neoliberal en México
ya dice que Andres Manuel López Obrador es el "Trump mexicano" y su congénere ecuatoriana agrega que Rafael Correa es el "Trump
ecuatoriano". Asociar a estas
figuras representativas de la izquierda antineoliberal con una personalidad
odiosa, es interesado y electorero.
Además de esto último, las derechas también buscan relaciones de parentesco
entre estas personalidades y el presidente estadounidense, movidas por una fobia que mira como populista todo lo que no sea
neoliberal.
Ahora Trump les está facilitando el que
tilden de fascista a lo que busca salirse del fundamentalismo del mercado.
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