Hay causas
estructurales que pueden explicar la victoria de Trump, a pesar que se conocían
sus opiniones de antemano, las cuales fueron expuestas muy transparentemente
durante la campaña. Y ahí, tal vez resida el malestar del establishment, que
está acostumbrado a actuar en “lo oscurito”.
Sergio Rodríguez Gelfenstein / Especial para Con Nuestra
América
Desde Caracas,
Venezuela
Al comenzar el año,
alguien me preguntó respecto de qué pensaba en relación a cómo se iban a
desarrollar las relaciones internacionales este año, sobre todo después de la
entronización de Donald Trump como nuevo presidente de Estados Unidos. En ese
momento contesté que pensaba –y sigo pensando- que por mucho tiempo la
característica fundamental que actuará como eje del comportamiento de los
principales actores internacionales, -y con ello, de la mayoría de los mismos-
se moverá entre la incertidumbre, la indecisión y el dilema, hasta llegar a la
perplejidad y el titubeo.
Con el restablecimiento
de relaciones entre Estados Unidos y Cuba, se observó que, después de esa
decisión, y sobre todo posterior al viaje del presidente Obama a La Habana, una
gran cantidad de líderes de Occidente y sus “aliados” comenzaron a desfilar por
la capital de la mayor de las Antillas-. Fue evidente que, todos ellos,
necesitaban una señal desde Washington para tomar sus propias decisiones de
política exterior. En esa medida, la incertidumbre y la permanente duda
respecto de las intenciones reales del Presidente Trump, que pareciera todavía
moverse en términos más emocionales que políticos, “inundan” la cotidianidad de la mayoría de
las cancillerías “subordinadas”, que esperan una “señal del cielo” para saber
si sacan o no sus paraguas, a fin de capear posibles temporales.
El mundo de hoy se
mueve en medio de paradojas, algunas bastante risibles, otras verdaderamente
ridículas. Me viene a la memoria: “CNN miente” lo dijo Trump; antes, cuando la
evidencia de tal afirmación la hacían otros, sobrevenía de inmediato la
acusación de haber configurado un “atentado a la libertad de expresión”, de
manifestar “opiniones absurdas de quienes les hacen el juego al terrorismo” o
simplemente “mentes afiebradas, que continúan añorando al comunismo”; “Estados
Unidos se retira del TPP”, también lo dijo el presidente estadounidense y el
mundo se quedó mudo. Los rastreros presidentes de América Latina que forman
parte del tratado (Chile, Perú y Colombia) guardaron “respetuoso” silencio y de
repente recordaron que China los podía salvar y cual gusanos se arrastraron a
buscar a un nuevo amo que los salvara de la debacle. En otro ámbito, en el
colmo del paroxismo el presidente español, sin que nadie se lo pidiera, se
ofreció como intermediario entre el gobierno de Estados Unidos y los de América
Latina. ¿Será que se le olvidó que desde hace casi dos siglos somos naciones
independientes, que cada una de ellas, salvo Brasil, tiene gobiernos
democráticamente elegidos y que todas tienen relaciones con Estados Unidos? En
fin, son las nuevas cosas que motiva Donald Trump y que tienen al mundo de
cabeza.
Desde el mismo momento
de la selección de sus colaboradores más cercanos, se comenzaron a enunciar
diferencias respecto del “natural” comportamiento de un presidente de Estados
Unidos. En sus audiencias de confirmación ante el Senado, algunos de ellos
(sobre todo quienes tienen las responsabilidades más relevantes) manifestaron
opiniones discordantes con las de su jefe. Ante la polvareda que se levantó, el
propio Trump aclaró que sus colaboradores pueden manifestar libremente sus
opiniones. En lo que a política exterior se refiere, se revelaron posiciones
encontradas respecto a las relaciones con Rusia, Irán, y China, la política en
el Medio Oriente, desarme nuclear y cambio climático entre algunos temas más
relevantes. Esto fue un adelanto de lo que se venía.
Lo cierto es que han
pasado tres semanas y no hay claridad respecto del futuro, a pesar que se
tomaron algunas medidas que han copado el mundo informativo por lo novedoso
respecto del pasado, a la ambigüedad se vino a sumar la contradicción como
rasgo siempre presente: aún no es claro cómo se manejara la relación con Rusia,
cuando la misma se ha movido entre la aparente afabilidad de sus líderes y el
mantenimiento de las sanciones que acompañan el pensamiento radical de los
principales personeros del gobierno de Estados Unidos. Rusia está haciendo su
contribución, sus dirigentes han flexibilizado el lenguaje y sus medios de
comunicación, sin bajar la guardia, asumen una mayor moderación en sus aseveraciones,
si embargo, en el contexto actual, esto no asegura nada.
Con respecto a China,
lo mismo, una inusitada agresividad que se ve apaciguada repentinamente. Otro
tanto ha ocurrido con Irán. En fin, no se sabe qué pensar. Cuando uno ve las
fotos de Trump sentado en la punta de una silla conversando con sus colegas del
mundo, da la impresión de que está apurado, que en cualquier momento puede
concluir el diálogo (como ya ha ocurrido) y que tales conversaciones son sólo expresión de una formalidad.
El caso de China es uno de los más patentes en este sentido,
después de haber dicho hace solo un mes que no se comprometería a un acuerdo de
largo plazo entre Estados Unidos y China sobre Taiwán, condicionándolo al progreso
en la políticas monetarias y comerciales de Beijing, y afirmando que "todo
puede ser objeto de negociación”, incluyendo la aceptación de la política de
“una sola China” base fundamental para el sostenimiento de relaciones
diplomáticas con el gigante asiático, lo cual trajo la repulsa y el rechazo del
gobierno de ese país, ahora, en una conversación directa sostenida con el
presidente Xi Jinping, el pasado jueves 10, Trump se comprometió a respetar esa
política, afirmando que China y su país acercarán posiciones y que de ello
saldrán resultados positivos para todos, lo cual generó gran alivio en la
comunidad internacional. Sin embargo, al día siguiente, Federica Mogherini alta
representante para la Política Exterior de la Unión Europea (UE), principal
aliada de Estados Unidos durante una visita a Washington, le ha instado a "no interferir" en la
política de los países comunitarios, creando una nueva fricción en el
escenario.
En el trasfondo, todas
estas acciones son expresión de un remezón profundo en el sistema, que no se
puede ser obviado en el análisis. Hay causas estructurales que pueden explicar
la victoria de Trump, a pesar que se conocían sus opiniones de antemano, las
cuales fueron expuestas muy transparentemente durante la campaña. Y ahí, tal
vez resida el malestar del establishment, que está acostumbrado a actuar en “lo
oscurito”. Obama no dijo que iba a construir el muro en la frontera con México
pero “adelantó” 1100 Km. Trump dijo que no iba a cerrar la cárcel ilegal de
Guantánamo y apoyó abiertamente el mantenimiento de la tortura como método para
obtener información. Obama, por el contrario aseguró que iba a cerrar
Guantánamo y no lo hizo, y mientras rechazaba la aplicación de apremios
ilegítimos, sus fuerzas armadas y agencias de seguridad los siguieron
utilizando. Obama repudió, siempre que pudo, al terrorismo islámico mientras lo
apoyaba clandestinamente con armamento, entrenamiento y cobertura. Trump ha
dicho que es imprescindible una alianza con Rusia para derrotar al Estado
Islámico. Pronto seremos testigos, de si la continuidad o el cambio es lo que
marcará la política del nuevo presidente en este ámbito.
Por ahora, lo que sí se
puede afirmar es que la victoria de Trump al menos ha puesto en entredicho tres
pilares que caracterizan la visión occidental de la política: 1. La democracia
representativa como verdad universal. Falso: en Estados Unidos solo votó la
mitad de la población y la minoría obtuvo el triunfo, por tanto, la democracia
no es necesariamente el gobierno de la mayoría ni necesita de la participación
ciudadana para ser legal. 2. Los tratados de libre comercio son la panacea de
la economía global y el neoliberalismo la solución de los problemas de la
humanidad. Falso: Trump, el magnate presidente se demoró una semana en echar
abajo parte importante de este edificio, mientras sus adláteres de todo el
mundo buscan desesperadamente al Fidel Castro culpable de esta debacle y 3. El
respeto a los derechos humanos es el instrumento fundamental para hacer
respetar la ley en el planeta y dentro de ella, el elemento fundacional es la
Declaración Universal de los Derechos Humanos. Falso: el presidente de Estados
Unidos se permite abiertamente decir que puede hacer lo que le parezca y pasar
por encima de los principios fundamentales del derecho, si el interés de
Estados Unidos, así lo amerita.
Este es el escenario…vamos
a ver qué pasa.
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