El mundo del capitalismo desarrollado es el mundo de las marcas comerciales que manejan a la humanidad. Pero son posibles otras opciones. El software libre, por ejemplo, es una indicación respecto a que otro mundo basado en criterios de solidaridad que va más allá de una patente comercial sin dudas es posible.
Marcelo Colussi / Para Con Nuestra
América
Desde
Ciudad de Guatemala
Un
representante de alguna cultura no-occidental (mal llamado
"primitivo" o "salvaje" por la cosmovisión eurocéntrica) no
podrá entender cómo es posible que la naturaleza, la tierra, el agua –y como
van las cosas, próximamente también el aire, o los cromosomas del ADN– tengan
dueños, propietarios. De hecho, la noción de "propiedad privada" es
algo muy nuevo en la historia de la Humanidad, y no todos los pueblos la
tienen. Podría fecharse en no más allá de 8.000 años, con el surgimiento de la
producción excedente a partir de la agricultura. Por dos millones y medio de
años ese concepto no existió, y hoy día muchos pueblos recolectores, pre-industriales
(unos 100 grupos diseminados por el mundo, en selvas tropicales
fundamentalmente) no lo tienen. ¡Y pueden vivir!
Pero
menos aún, ese exponente de una civilización sin idea de propiedad privada
podrá entender que esos recursos, propiedad de todos, tengan "marcas
registradas". ¿Cómo es posible plantearse, desde su visión, que el
petróleo se llame "Texaco", o que el maíz se llame
"Monsanto"? ¿Cómo poder entender, no siendo un representante de la
cultura capitalista, que una flor esté patentada como "Johnson y
Johnson" o que una mariposa sea "marca Bayer"? ¿Y que un clon
humano sea "marca Mitsubishi"?
El
pensamiento occidental y capitalista de la modernidad se impuso ya largamente
por todo el globo, y quien no entra en sus parámetros es un
"primitivo" (o un comunista, claro). Pero estas nociones son
construcciones históricas, no naturales, no son eternas y –esto es lo más
importante– ¿quién dice que sean las "mejores"?
Con el aluvión del crecimiento capitalista en estos últimos siglos el
mundo completo se transformó en forma dramática (de aquí que sean muy pocos
grupos, considerados "marginales", los que no entran en esa
globalización modernizante casi obligada). Sin dudas, a lo largo de la
historia, muchos fabricantes de diversos productos pusieron sus nombres a las
cosas que producían; así se fueron inventando símbolos o ilustraciones para
identificar y distinguir las obras elaboradas. Cerámica china, espadas o vinos
durante el medioevo europeo, tapices persas, tejidos asiáticos, por ejemplo,
han sido marcados con símbolos de identificación para que la persona que los
comprara pudiera trazar el origen y determinar la calidad de esos objetos.
Antes del siglo XIX las "marcas registradas" eran usualmente
símbolos o ilustraciones y no palabras, ya que la mayoría de la población era
analfabeta. Pero con el constante aumento del comercio capitalista desde siglo
XVIII, y la consecuente modernización civilizatoria, se comenzaron a reconocer
los derechos legales de los dueños de las "marcas registradas" estableciéndose
leyes que previnieran el uso indiscriminado de las mismas desde una óptica de
defensa de la propiedad privada. Surge así la idea moderna de "marca
registrada" –idea que, por supuesto, no entra en la óptica de un habitante
de un mundo no-capitalista–. Esa misma legalidad muestra, tal como lo dijera el
sofista Trasímaco de Calcedonia en la Grecia clásica el siglo IV a.C., que
"la ley es lo que conviene al más
fuerte". Es decir: es un ordenamiento caprichoso, hecho desde el
ejercicio de un poder.
Las primeras leyes que intentan regular este campo de la propiedad
privada en la producción aparecen en Estados Unidos hacia 1790 "para promover el progreso de la ciencia y de las artes útiles, al asegurar
el derecho exclusivo para los autores y los inventores de sus escrituras y
descubrimientos respectivos durante períodos limitados" (Artículo I,
Sección 8 de la Constitución de ese país).
Más tarde, en 1883, un grupo de naciones industrializadas, todas
occidentales, creó la Convención de París, organización de tratados
internacionales que requería que los países miembros reconocieran los derechos
de marca registrada de los productores extranjeros. La noción de propiedad
privada en la producción –llámese "marca registrada",
"patentes" o "derechos de autor"– había llegado para
quedarse en el mundo moderno.
Según la ley federal de Estados Unidos, se estipula que "una patente puede ser otorgada a
cualquier persona para la invención o el descubrimiento de cualquier arte,
máquina, fabricación o composición de materia útil o para cualquier
mejoramiento nuevo y útil al mismo; para la invención de la reproducción
asexual de cualquier variedad nueva y distinta de planta, menos las plantas
propagada por tubérculos; o para un diseño cualquiera ornamental nuevo y original
para un artículo de fabricación". En 1980 dicha cobertura también se
extendió a "productos de la
ingeniería genética, incluyendo semillas, plantas y cultivos como a los mismos
métodos nuevos de ingeniería genética".
Es importante remarcar
lo que fija la ley respecto a las marcas registradas. Véase, por ejemplo, la
ley española (Ley 17/2001, del 7 de diciembre, de Marcas): "Se entiende por marca todo signo susceptible de representación
gráfica que sirva para distinguir en el mercado los productos o servicios de
una empresa de los de otras. Tales signos podrán ser, en particular: Las
palabras o combinaciones de palabras, incluidas las que sirven para identificar
a las personas. Las imágenes, figuras, símbolos y dibujos. Las letras, las
cifras y sus combinaciones. Las formas tridimensionales entre las que se
incluyen los envoltorios, los envases y la forma del producto o de su
presentación. Los símbolos sonoros. Cualquier combinación de los signos que,
con carácter enunciativo, se mencionan en los apartados anteriores".
Según enseñan las escuelas de mercadotecnia –el gran invento de
las modernas tecnologías de manipulación social de las sociedades de masa para
promover el consumo– la marca constituye el nexo central de comunicación entre
la empresa y los consumidores. De lo que se trata en las estrategias
comerciales es de "posicionar la marca"; es decir: lograr imponer en
la mentalidad de los consumidores un esquema que relacione automáticamente un
emblema con el producto ofrecido (léase: reflejo condicionado, según el ya
clásico esquema de los perros de experimentación de Pavlov). No importa qué se
ofrece, si es un producto prescindible, si llena una necesidad creada
artificialmente, si es dañino incluso; la cuestión del mercadeo es lograr hacer
que la gente compre. Las "marcas registradas" –con toda la
parafernalia que le acompaña: "mezcla
de elementos tangibles e intangibles: el nombre, el diseño, el logotipo, la
presentación comercial, el concepto, la imagen y la reputación que transmiten
esos elementos respecto de los productos o servicios ofrecidos"– están
para eso. Y por cierto ¡lo logran!
Hoy día ya estamos totalmente acostumbrados, invadidos, naturalizados
por las "marcas registradas". No pedimos una bebida gaseosa sino una
Coca-Cola, no usamos hojas de afeitar sino Gillette, y pasaron a ser parte de
nuestra vida cotidiana tanto Nestlé como Nike, Toyota o Shell, Apple, Windows o
Sony. A nadie sorprende ver los símbolos ® o © en cualquier producto: un libro
o un televisor, un vibromasajeador o un bisturí. Las marcas que se impusieron
en el mercado hacen parte fundamental de nuestra vida, por lo que todo está
preparado para que nadie reaccione el día que las encontremos en el agua
potable de cualquier grifo público, la carne que comamos o el aire que respiremos,
así como hoy la frase "Me encanta"
(en los idiomas más hablados)… es propiedad de McDonald's. El mundo del
capitalismo desarrollado es el mundo de las marcas comerciales que manejan a la
humanidad.
Pero son
posibles otras opciones. El software libre, por ejemplo, es una indicación
respecto a que otro mundo basado en criterios de solidaridad que va más allá de
una patente comercial sin dudas es posible. El reto es empezar a construirlo
puesto que, tal como dijo un dirigente indígena de las selvas ecuatorianas
–que, por cierto, no es ningún "primitivo" ni "salvaje"–: "no entiendo por qué nos matan a
nosotros y destruyen nuestros bosques sacando petróleo para alimentar carros y
más carros en una ciudad ya atestada de carros como Nueva York". Ir
contra el imperio de las marcas registradas y lo que el mismo implica (el
sistema capitalista) no sólo es posible: es imprescindible.
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