Retomar el
proyecto nacional y popular, como aspira Lula, es una ambición compartida por
los trabajadores de Argentina
y Brasil, de allí la validez de su ejemplo.
Roberto Utrero Guerra / Especial para Con
Nuestra América
Desde
Mendoza, Argentina
Siempre ha
sido más fácil ver la paja en ojo ajeno que la viga en el propio. Aunque ahora
el espejo no nos devuelva un defecto sino un claro ejemplo, al menos para las
bases obreras. La distancia tiene esa virtud, observar en perspectiva. Lula ese
luchador incansable, el obrero que llegó a la presidencia del populoso Brasil
luego fracasar varias veces, el nordestino migrante “retirante”, el hombre que le ha peleado al cáncer, vuelve
a ser ejemplo, frente a las artimañas de la derecha, enmascaradas jurídicamente
por supuesta corrupción, ese artificio identificado como “lawfare” intentando
borrar todo lo realizado.
A los 72
años, este líder excepcional, comparable a Nelson Mandela o Evo Morales,
intenta sobreponerse a las triquiñuelas de la justicia brindándonos su ejemplo
de fortaleza e integridad frente a la ofensiva conservadora que asfixia al cono
sur de América. Sabe que su figura representa a millones de trabajadores que
llegaron con él a la presidencia y pudieron aspirar a un estilo de vida y de
dignidad que jamás disfrutaron, pero además su triunfo enamoró a los jóvenes en
el ejercicio de la política, dejando atrás décadas de descreimiento y
desconfianza, propias de ese traspaso de poder que se denominaba “café con
leche”, según dominaran los empresarios de uno u otro sector o delegaran responsabilidades
en las Fuerzas Armadas.
Lula demostró
que se podía, que la lucha cobraba sentido y que los trabajadores formaban un
colectivo político capaz de confrontar como partido ante el resto de las
fuerzas políticas del país. El Partido de los Trabajadores PT, no sólo fue una
realidad, sino que fue gobierno en casi tres lustros, transformando la
situación social y económica de Brasil y cerró filas con una nueva visión de
bloque regional que pudo oponerse al Alca hace 12 años. Lula fue protagonista
activo de la generación del Bicentenario, junto con Hugo Chávez, Evo Morales y
Néstor Kirchner, enfrentando al imperialismo yanqui en Mar del Plata, cuyo
extenso brazo vengador ahora se hace sentir con mayor rigor y desmesura, que
recuerda la persistencia de Stalin persiguiendo a Trotsky más de una década,
hasta eliminarlo en México en agosto de 1940, demostrando que, en política,
perversidad y paciencia actúan simultáneas.
Lo extraordinario
de Lula e imperdonable para los eternos amos explotadores del país verde
amarelo, fue transformar esclavos en hombres libres, en un país que abolió la
esclavitud tardíamente a fines del siglo XIX y, estimular a esos seres,
semejantes en suerte a la suya, a trabajar por un proyecto colectivo donde se
hicieran realidad los sueños de una vida mejor. Nada entusiasma más ni dinamiza
a las personas que un futuro de bonanza, porque extrae de las entrañas el
orgullo de trabajar por lo propio. Eso lo sabe el que ejerce autoridad genuina,
porque en ella radica la fuerza moral que es la virtud, virtud forjada en el
sufrimiento de padecer las mismas injusticias de los hermanos que le tocó
conducir y sacar de la miseria. No en vano, a días del veredicto, las encuestas
siguen dándole a favor para las elecciones de octubre, sea candidato o no.
Que exprese:
“abandonar nunca, perder la esperanza jamás” cuando recibe la condena más
vergonzante que haya dado una cámara brasileña, cuyos integrantes pasarán a la historia
por lo absurdo de un proceso kafkiano, es darnos un ejemplo de valentía frente
a los atropellos cotidianos de un neoliberalismo atroz ejercido por el
cipayismo nativo más berreta que hemos tenido, los argentinos al menos, desde
el Pacto Roca – Runciman, cuando soñábamos con ser parte del Reino Unido, allá
por los años ’30.
La integridad
de Lula reduce a caricatura a los manotazos de la política vernácula con
personajes de sainete que deben aclarar todo el tiempo sus movimientos o
rectificar decisiones, como ha ocurrido con el escándalo del ministro de
Trabajo, Jorge Triaca y su empleada en negro o la de Defensa, cuyas
declaraciones la condenan. Sin embargo siguen firmes, porque desconocen la
vergüenza. Por el contrario, son ratificados en el cargo y es coherente a los
tiempos.
Sobre todo,
luego de una gira europea en que nuestro presidente ha intentado hacer
concesiones infructuosas para unir el Mercosur con la Unión Europea. La alusión
al origen de la población argentina fue la frutilla del postre que desencadenó
una serie de críticas desde académicas hasta de representantes de los pueblos
originarios que se sintieron excluidos (un poco más que otras veces) por el
discurso ario presidencial, como si ese argumento pudiese abrir las barreras
que protegen a los ganaderos franceses.
Tampoco les
sirve plantearse – a través de un Decreto de Necesidad y Urgencia, como es
modalidad y a último momento – en contra del nepotismo y a favor de la
reducción de cargos, luego de haber nombrado a parientes ni tampoco congelar
los salarios de los funcionarios con el pretexto de ahorrar 1.500 millones de
pesos, cuando aumentaron ministerios, secretarías y subsecretarías como nunca.
Equipo de gobierno que se ufanan en presentarlo como el mejor en 50 años, apreciación
cierta que es correlato de otra frase, Argentina atendida por sus dueños.
Al menos, una
buena noticia mejora las perspectivas, el ensañamiento gubernamental con el
líder camionero Hugo Moyano, su declarado enfrentamiento con Macri y la
convocatoria a un paro general para el 22 de febrero por parte de la CGT, la
CTA y los sectores sociales, rescata la disconformidad de la población que
viene juntando presión desde mediados de diciembre. En este sentido, es claro
el ejemplo de Lula cuyo poder de convocatoria es único para el movimiento
obrero vecino, cuando, justamente deberán irse perfilándose aquí aquellos
conductores que más se identifiquen con las demandas sociales. Ese frente
amplio opositor al que viene reclamándosele mayor organicidad, convocatoria y
comunicación frente al blindaje mediático, deberá albergar en su seno las
diversas expresiones políticas con representación para sumar voluntades y
luchar contra las medidas neoliberales que han reducido al país a un apéndice
de las multinacionales.
A dos años y
con sobradas muestras de arrasar con todo a espaldas del pueblo, pocos se
ilusionan bajo el cielo de mentiras elaboradas, salvo los que participan de la
depredación y desguace del Estado. Es allí donde vuelve a infundir esperanza el
ejemplo de Lula, quien fue tomado hace unos años por Hugo Moyano, enfrentándose
con la ex presidenta. La ambición lo llevó al dirigente camionero al fútbol,
delegando en su hijo la conducción gremial. Ahora, de vuelta de todo y con
problemas judiciales intenta volver al ruedo gremial que nunca debería haber
abandonado. Es tarde, sabemos lo que representa, como también que todos son
necesarios para conformar el anhelado frente opositor que se encamine al 2019.
Retomar el
proyecto nacional y popular, como aspira Lula, es una ambición compartida por
los trabajadores de los dos países, de allí la validez de su ejemplo.
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