Quienes integran el pacto de impunidad y de corrupción están pujando por consolidar su fuerza y renegociar con Estados Unidos los términos para el avance del protectorado que cada vez más define al Estado guatemalteco y que se intenta consolidar a través del Plan de la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte.
Desde Ciudad
de Guatemala
El
conjunto de casos investigados por el Ministerio Público (MP) y la Comisión
Internacional contra la Impunidad en Guatemala (Cicig), más allá de los hechos
y procesos jurídicos que han desencadenado, evidencia dos factores de carácter
estructural e histórico íntimamente relacionados que contribuyen a explicar el
proceso económico, la dinámica y la disputa política en el país.
El
primer factor se relaciona con el carácter del capitalismo. Estudios históricos
y recientes han demostrado cómo la clase capitalista ha gestado un
Estado para garantizar sus objetivos de acumulación de capital y la
reproducción de su dominio. Esto lo ha hecho a través de la aprobación de leyes,
la determinación de políticas y la implementación de diversos mecanismos y
dispositivos jurídicos, políticos, económicos y extralegales para apropiarse de
tierras, fuentes de agua, minerales y metales que constituyen bienes comunes,
así como de recursos públicos a través de privatizaciones, concesiones y
elusión y evasión fiscales, por ejemplo. Todo ello, operado a través de
empresarios-políticos que han gobernado o cumplido funciones de alto nivel
gubernamental y de operadores que han sido colocados en los organismos del
Estado y que controlan el engranaje del sistema político. En esta dinámica
también han participado y se han visto beneficiados pequeños y medianos
empresarios, contrabandistas, evasores y funcionarios corruptos, que han
operado por su cuenta y riesgo o íntimamente ligados con las principales
articulaciones del poder económico. Esto constituye parte de lo que autores
como David Harvey han denominado «acumulación por desposesión».
El
segundo factor se relaciona con los intereses que configuran y articulan el
sistema político. Estos intereses son a) la reproducción de las condiciones
para la acumulación de capital, legal e ilegal, y b) el enriquecimiento ilícito
de capitalistas y de quienes funcionan como sus operadores, muchos de ellos políticos
que han hecho de la política partidaria una actividad rentista, de
enriquecimiento personal. No obstante los fundamentos ideológicos y las
ambiciones de poder de quienes controlan los partidos predominantes en el
sistema político, su práctica ha estado regida por los intereses de acumulación
de capital. Allí yace su carácter de empresas electorales, dirigidas a operar,
intermediar, agregar y representar tales intereses, y a negar, combatir y
criminalizar a los sujetos mayoritarios de la sociedad que no encuentran otro
camino que luchar por su intereses, demandas y necesidades a través de la
protesta y la movilización social.
Los
factores antes descritos han quedado documentados en los casos desnudados por
el MP y la Cicig. El caso Odebrecht, uno de los presentados más recientemente,
evidencia el carácter corrupto de las relaciones entre la empresa
transnacional, empresarios pertenecientes a uno de los principales grupos
corporativos locales y un conjunto de operadores políticos de alto nivel que actuaron
desde los partidos políticos para beneficiarse de una concesión fraudulenta
para la construcción de una obra pública inconclusa. El caso revela cómo se
gestó la relación ilegal que articuló políticos y partidos políticos
aparentemente en disputa: PP, Líder, UNE, Reformador y FCN-Nación. Son estos
políticos y empresarios los que se fueron trasladando a otros partidos y
acomodándose en ellos en la medida en que avanzaron la crisis política y la
contienda electoral en 2015 y ellos terminaron articulados en torno al partido
y gobernante actuales, como sustento de la actual gestión gubernamental y
legislativa. Su objetivo: lograr impunidad para empresarios, políticos y
funcionarios capturados e investigados por corrupción y crimen durante los tres
últimos períodos gubernamentales, incluido el actual.
Dado
lo anterior, la articulación política gobernante es la continuidad del pacto de
impunidad y de corrupción integrado por importantes grupos de la clase
dominante, por buena parte de la llamada clase política y
por mafias organizadas. En este momento, uno de sus propósitos es tomar todo
organismo estatal para detener y revertir los procesos judiciales y de
investigación en marcha. Esto explica la elección de la junta directiva del
Congreso, la destitución del jefe de la SAT, el relevo de aquellos ministros
gestores de la embajada de Estados Unidos interesados en el avance de la
investigación criminal, la designación de un nuevo fiscal general afín y la
eventual salida de la Cicig del país.
Esto
es lo que configura en buena parte el estado actual de la disputa política.
Quienes integran el pacto de impunidad y de corrupción están pujando por
consolidar su fuerza y renegociar con Estados Unidos los términos para el
avance del protectorado que cada vez más define al Estado guatemalteco y que se
intenta consolidar a través del Plan de la Alianza para la Prosperidad del
Triángulo Norte.
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