El tiranosaurio Rex
tiene apetito de petróleo y sufre la resaca de la vieja hegemonía en decadencia. Como su amo Trump, está
desbocado y carece de escrúpulos, lo que lo convierte en una amenaza todavía
mayor. Sus bramidos invoncan la guerra
y, por desgracia, han encontrado eco entre un puñado de presidentes y
élites políticas latinoamericanas.
Andrés Mora Ramírez / AUNA-Costa Rica
Empantanado en Siria,
neutralizado –temporalmente- en la peninsula coreana, agazapado en las fronteras de sus aliados
europeos con Rusia, y temeroso de la proyección geoestratégica de potencias
competidoras en América Latina, el imperio vuelve sobre sus pasos en el patio trasero. Y lo hace de la única
manera que sabe: con chantajes, amenazas y maniobras urdidas en las cloacas del
Departamento de Estado y del Pentágono, que atentan contra la posibilidad de
construir democracia y contra la soberanía de los pueblos de la región. La
reciente gira del Secretario de Estado norteamericano Rex Tillerson, demuestra
que el segundo año de la administración Trump será de grandes peligros para
nuestra América, porque la Casa Blanca tiene dos objetivos que rayan en la
obsesión: uno, descarrillar las relaciones económicas, políticas, de seguridad
y defensa que China y Rusia están forjando en el continente; y el otro, la
destrucción de la Revolución Bolivariana, con el propósito no confeso de
apropiarse de las riquezas petroleras venezolanas.
Tillerson, exdirector
ejecutivo de la corporación petrolera Exxon Mobil, dejó claro estos puntos en
el discurso que pronunció en la Universidad de Texas el pasado, 1 de febrero,
antes de realizar su primera escala en México. En su alocución, el funcionario
definió a China y Rusia como “potenciales actores predadores que están
apareciendo en el hemisferio”, “poderes lejanos que no representan los valores
fundamentales de la región” (de los que, según Tillerson, Estados Unidos sería
el único garante), y concluyó que “Latinoamérica no necesita nuevos poderes
imperiales que sólo buscan el beneficio propio”. Para cualquier persona que
tenga una visión medianamente crítica de la historia de América Latina, una
afirmación como esta parecería un simple disparate neocolonialista; sin
embargo, expresa la perspectiva política, histórica e ideológica desde la cual
la Washington se plantea las relaciones interamericanos y el curso de sus
inminentes acciones en nuestros países.
Por eso no sorprende
que el otro gran eje del discurso del Secretario de Estado, y de su gira en
general, haya sido la Revolución Bolivariana y la “restauración de la
democracia” –la democracia made in USA,
como la que llevaron a Irak, Afganistán o Libia- en Venezuela. Misión para la
cual el Secretario de Estado consechó apoyos en Argentina, Colombia y Perú,
cuyos presidentes están dispuestos a embarcarse en la inminente aventura
imperialista barajando opciones que van desde las sanciones a la
comercialización del petróleo venezolano (un bloque deliberado), o la creación de un supuesto “corredor
humanitario” para enviar “ayuda” a Venezuela desde Colombia, hasra el aumento
de la presión e injerencia diplomática que realizan los países miembros del
llamado Grupo de Lima (que ya anunciaron el desconocimiento de las elecciones
presidenciales convocadas para el mes de abril).
El tiranosaurio Rex
tiene apetito de petróleo y sufre la resaca de la vieja hegemonía en decadencia. Como su amo Trump, está
desbocado y carece de escrúpulos, lo que lo convierte en una amenaza todavía
mayor. Sus bramidos invoncan la guerra
y, por desgracia, han encontrado eco entre un puñado de presidentes y
élites políticas latinoamericanas dispuestas a acelerar la intervención y
radicalizar los métodos de lucha –con la opción militar como prioridad- contra
el gobierno de Nicolás Maduro. A estos perritos
falderos los hermana el odio por la Revolución Bolivariana y lo que esta,
con sus altos y bajos, sus aciertos y sus errores, significa e ilumina en el
largo camino de nuestra segunda independencia.
Para Venezuela y
nuestra América en su conjunto, se auguran tiempos difíciles, porque esta
ofensiva imperial, que hace parte de la restauración neoliberal conservadora,
encuentra a las izquierdas y a las fuerzas progresistas latinoamericanas y
caribeñas viviendo su peor momento en los últimos 15 años. En un escenario así,
todo puede ocurrir en Venezuela, y todos los caminos parecen conducir a una
inevitable tragedia. La historia sabrá juzgar a quienes hoy conspiran contra el
diálogo y la búsqueda de la paz; y a quienes mañana abran las puertas de su territorio
para que el Norte revuelto y brutal agreda a un país hermano. Que la memoria de nuestros pueblos
no los olvide jamás.
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