Después de
la larga y triste noche neoliberal de los noventa -que quebró naciones enteras
como Ecuador-, y a partir de que Hugo Chávez ganó a finales de 1998 la
Presidencia de la República de Venezuela, los gobiernos derechistas y
entreguistas del continente empezaron a derribarse como castillo de naipes,
llegando a lo largo y ancho de nuestra América gobiernos populares y adscritos
al Socialismo del Buen Vivir.
En su
apogeo, en el 2009, de diez países latinos de América del Sur, ocho tenían
gobiernos de izquierda. Además, en Centroamérica y el Caribe estaba el Frente
Farabundo Martí en El Salvador, el sandinismo en Nicaragua, Álvaro Colom en
Guatemala, Manuel Zelaya en Honduras, y Leonel Fernández en República
Dominicana. En países como Guatemala, con Álvaro Colom, o Paraguay, con
Fernando Lugo; era la primera vez en la historia que la izquierda llegaba al
poder, en el último caso rompiendo incluso una constante de siglos de
bipartidismo.
En mayo
2008 nace Unasur y en febrero de 2010 se crea la Celac, con 33 miembros. De los
20 países latinos de Celac, 14 tenían gobiernos de izquierda, es decir, el 70
por ciento.
La primera
parte del siglo XXI sin duda han sido años ganados. Los avances económicos,
sociales y políticos fueron históricos y asombraron al mundo, todo esto en un
ambiente de soberanía, de dignidad, de autonomía, con presencia propia en el
continente y en el mundo entero. Por supuesto, ayudó mucho la favorable
coyuntura económica mundial. Las materias primas que exporta especialmente
Sudamérica, tuvieron altos precios durante esos años, pero la gran diferencia
es que por fin esa riqueza fue invertida en el Buen Vivir de nuestros pueblos.
América
Latina vivió no una época de cambios, sino un verdadero cambio de época, que
también modificó substancialmente el balance geopolítico de la región. Por
ello, para los poderes fácticos y países hegemónicos, era indispensable acabar
con estos procesos de cambio en favor de las grandes mayorías, y que buscaban
la segunda y definitiva independencia regional.
La restauración conservadora
Aunque ya
en el 2002 el Gobierno de Hugo Chávez tuvo que soportar un fallido golpe de
Estado, es realmente desde el 2008 que se intensifican intentos no democráticos
de acabar con los gobiernos progresistas, como fue el caso de Bolivia en el
2008, Honduras 2009, Ecuador 2010, y Paraguay 2012. Cuatro intentos de
desestabilización, dos de ellos exitosos -Honduras y Paraguay-, y todos contra
gobiernos de izquierda.
A partir
del 2014 y aprovechando el cambio de ciclo económico, estos esfuerzos
desarticulados de desestabilización se consolidan y conforman una verdadera
“restauración conservadora”, con coaliciones de derecha nunca vistas, apoyo
internacional, ilimitados recursos, financiamiento externo, etcétera. La
reacción se ha profundizado y ha perdido límites y escrúpulos. Ahora tenemos el
acoso y boicot económico a Venezuela, el golpe parlamentario en Brasil, y la
judicialización de la política –”lawfare”-, como nos lo demuestran los casos de
Dilma y Lula en Brasil, Cristina en Argentina, y el vicepresidente Jorge Glas
en Ecuador. Los intentos para destruir Unasur y neutralizar la Celac, también
son evidentes y, no pocas veces, descarados. Ni hablar de lo que está
sucediendo en Mercosur. El fracaso del ALCA a principios de siglo trata de ser
superado con la Alianza del Pacífico.
En
Sudamérica, en los actuales momentos, tan solo quedan tres gobiernos de corte
progresista: Venezuela, Bolivia y Uruguay. Los eternos poderes que siempre
dominaron a Latinoamérica, y que la sumieron en el atraso, desigualdad y
subdesarrollo, regresan con sed de venganza, después de más de una década de
continuas derrotas.
Los ejes de la estrategia de la restauración
conservadora
La
estrategia reaccionaria está articulada regionalmente y se fundamenta básicamente
en dos ejes: El supuesto fracaso del modelo económico de izquierda, y la
pretendida falta de fuerza moral de los gobiernos progresistas.
Con
respecto al primer eje, desde la segunda mitad del año 2014, debido a un
entorno internacional adverso, toda la región sufrió una desaceleración
económica que se convirtió en recesión en los dos últimos años, con tasas de
crecimiento del 1.2, -0.2 y -0.8 por ciento para los años 2014, 2015 y 2016,
respectivamente. Los resultados son dispares entre países y subregiones,
reflejo de la diferente estructura económica y políticas económicas aplicadas,
pero las dificultades económicas de países como Venezuela o Brasil son tomadas
como ejemplo del fracaso del socialismo, cuando Uruguay, con un gobierno de
izquierda, es el país más desarrollado al sur del Río Bravo, o cuando Bolivia
tiene los mejores indicadores macroeconómicos del planeta.
En el caso
ecuatoriano, enfrentamos lo que llamamos “La Tormenta Perfecta”: El desplome de
las exportaciones junto con una importante apreciación del dólar, la moneda de
curso legal. Los choques externos negativos recibidos durante los años
2015-2016, no tienen parangón en la historia contemporánea ecuatoriana. Por
primera vez en los últimos treinta años, tuvimos dos años seguidos de
decrecimiento en exportaciones, perdiéndose cerca del 10 por ciento del PIB.
Para el 2016, el valor de las exportaciones era apenas el 64 por ciento de
finales del 2014. En el primer trimestre de 2016, el precio del barril del
petróleo ecuatoriano estuvo por debajo del mítico piso de 20 dólares, que no
alcanzaba a cubrir ni los costos de producción.
Mientras
tanto, el dólar norteamericano se comportaba en forma exactamente contraria a
las necesidades macroeconómicas, pasando de 0.734 a 0,948 euros/dólar entre
enero 2014 y diciembre 2016, es decir, cerca de 30 por ciento de apreciación.
Las monedas de países vecinos como Colombia llegaron a depreciarse en más del
70 por ciento.
Las
pérdidas netas fiscales entre el 2015 y 2016 se calculan en 12 por ciento del
PIB. Por primera vez en la historia, en lugar de recibir ingresos petroleros,
el Gobierno Central tuvo que dar cerca de 1600 millones de dólares a las
petroleras estatales para que no quebraran, como estaba sucediendo con muchas
empresas petroleras alrededor del mundo. A esto hay que sumarles litigios
perdidos en espurios tribunales arbitrales, que obligaron a pagar más de 1por
ciento del PIB a las petroleras Oxy y Chevron.
Como si
esto fuera poco, el 16 de abril de 2016 ocurrió en la zona costera un terremoto
de cerca 8 en la escala de Richter, que costó centenas de vidas, hizo decrecer
la economía en 0,7 por ciento, y produjo pérdidas por más de 3 por ciento del
PIB, sin contar las cerca de 4 mil réplicas que ha tenido.
Por todos
estos factores, la economía pasó de un vigoroso crecimiento del 4 por ciento en
el 2014, a tan solo 0,2 por ciento en el 2015, y a un decrecimiento de -1,5 por
ciento en el 2016. Sin embargo, pese a las dificultades extremas y carecer de
moneda nacional, se superó la recesión en tiempo récord, con un mínimo costo, y
sin incrementar pobreza ni desigualdad, algo inédito en América Latina. En el
2017 ya se espera un crecimiento de al menos 2 por ciento mayor que el promedio
latinoamericano de 1,3 por ciento.
En Ecuador,
las políticas heterodoxas han demostrado ser más eficientes tanto en época de
expansión como en época de recesión. Entre el 2007 al 2017 Ecuador más que
duplicó el tamaño de su economía, su crecimiento económico fue mayor que el
promedio de la región, y fue el país que más aumentó en la región el ingreso de
los pobres y también más disminuyó la brecha entre ricos y pobres, logrando que
dos millones de personas salieran de la pobreza, esto es, una reducción de 12,5
por ciento.
El problema
es que, para la gente común, poco importan estos análisis económicos. Ellos
sólo sienten que en los últimos años sus negocios venden menos, es más difícil
para sus hijos encontrar trabajo, y ya no se incrementan sus ingresos al ritmo
de antes. Esto lo explota muy bien una prensa especialista, no en informar,
sino en manipular. Una recesión continental, y, en el caso ecuatoriano, sin
tipo de cambio, la asocian a las políticas económicas, no a las estructuras de
nuestras economías, o en otros casos pretenden hacer creer que en pocos años se
podían cambiar esas estructuras, y, el no haberlo logrado, supuestamente es una
muestra del “fracaso” de la izquierda. Mientras que a los gobiernos de derecha
se les criticaba no haber hecho nada, a los gobiernos de izquierda se les
critica no haber hecho todo.
El segundo
eje de la nueva estrategia contra los gobiernos progresistas es el moral. El
tema de la corrupción se ha convertido en la eficaz herramienta para destruir
los procesos políticos nacional-populares en nuestra América. El caso emblemático
es el de Brasil, donde una operación política muy bien articulada logró la
destitución de Dilma Rousseff de la Presidencia de Brasil, para luego
demostrarse que no tenía nada que ver con las cuestiones que se le imputaban.
En Ecuador, se está siguiendo exactamente el mismo libreto con el
vicepresidente de la República.
En esta
estrategia de “lawfare” se empieza primero con alguna acusación de mucho
impacto y poco sustento; luego viene un bombardeo mediático que aniquile el
apoyo que pueda tener la víctima escogida; y, finalmente, el ser culpable o
inocente será un detalle irrelevante para jueces presionados política y
mediáticamente, que ya no buscan condenar por razones, sino razones para
condenar, porque la sentencia condenatoria ya fue establecida por los medios y
la “opinión pública”.
¿Quién
puede estar contra una verdadera lucha contra la corrupción? Eso fue lo que
hicimos en Ecuador durante los últimos diez años, erradicando la corrupción
institucionalizada que existía, pero la supuesta lucha anticorrupción de la
derecha y sus medios es absolutamente insincera, y tan solo un instrumento de
ataque político, como lo fue en los noventa la lucha contra el narcotráfico, o
en su momento la lucha contra el comunismo. Para una verdadera lucha contra la
corrupción, bastaría, por ejemplo, prohibir los paraísos fiscales, por donde
pasa prácticamente toda la corrupción que hemos tenido que enfrentar.
Nos hablan
de falta de controles, de permisividad, de sistemas de corrupción. ¿Qué control
permite detectar una coima en una cuenta secreta en un paraíso fiscal? En
Ecuador, los controles son tan fuertes que se tienen que declarar el origen de
depósitos de más de 10 mil dólares, pero en paraísos fiscales se puede
depositar millones, sin que nadie informe nada.
Y, por
supuesto, el encuadre comunicacional es que la corrupción se da por culpa del
Estado, que lo público, a diferencia de lo privado, es la fuente de los
problemas. La realidad es que -como en el caso Odebrecht, empresa constructora
brasileña que creó toda una estructura de corrupción en 12 países-, la
corrupción en gran medida es promovida por el sector privado. En países como
Alemania, hasta hace poco, sus empresas podían deducir de impuestos los gastos
para pagos ilícitos en nuestros países.
Hay una
gran hipocresía mundial en torno a la lucha contra la corrupción. Cabe indicar
que Ecuador es el primer país del mundo en aprobar mediante consulta popular
una ley que impide a los funcionarios públicos tener operaciones de cualquier
índole en paraísos fiscales. Esto ya convierte en delito el uso de estas
guaridas, pero éstas siguen existiendo.
En resumen,
se busca destruir no solo el modelo sino también los logros alcanzados por el
progresismo, sobre la base de amplificar y generalizar, sobre todo a través de
los medios de comunicación, problemas prácticamente ineludibles del ejercicio
del poder.
¿La izquierda, víctima de su propio éxito?
Probablemente
la izquierda es también víctima de su propio éxito. Según la CEPAL, casi 94
millones de personas salieron de la pobreza y se incorporaron a la clase media
regional durante la última década, en su inmensa mayoría fruto de las políticas
de los gobiernos de izquierda.
En Brasil,
37.5 millones de personas dejaron de ser pobres entre 2003 y 2013, y ahora son
de clase media, pero esos millones no fueron una fuerza movilizada cuando un
Parlamento acusado de corrupción destituyó a Dilma Rousseff. Tenemos personas
que superaron la pobreza y que ahora –por lo que se llama muchas veces
prosperidad objetiva y pobreza subjetiva- pese a que han mejorado muchísimo su
nivel de ingreso, piden mucho más, y se sienten pobres no en referencia a lo
que tienen, peor aún a lo que tenían, sino a lo que aspiran.
Esa nueva
clase media que ha emergido fruto del éxito de las políticas económicas y
sociales de la propia izquierda, necesitan un nuevo discurso y mensaje. Sus
demandas no son solamente diferentes, sino incluso antagónicas a las de los
pobres, y sucumben más fácilmente a los cantos de sirena de la derecha y su
prensa, que les ofrece para todos un estilo de vida a lo New York.
La
izquierda siempre ha luchado contra corriente, al menos en el mundo occidental.
La pregunta es, ¿estará luchando contra la naturaleza humana?
El problema
es mucho más complejo si añadimos a esto la cultura hegemónica construida por
los medios de comunicación, en el sentido gramsciano, esto es, lograr que los
deseos de las grandes mayorías sean funcionales a los intereses de las élites.
Un ejemplo dramático fue el rechazo a la Ley de Herencia que se intentó aplicar
en Ecuador, consistente en un impuesto mucho más progresivo para las herencias
de mayor tamaño. Pese a que tan solo un tres por mil de la población recibe en
Ecuador una herencia, y que el nuevo impuesto sólo afectaba a los grandes legados,
es decir, al 0,004 por ciento de las herencias, esto es, aproximadamente 172
personas por año sobre una población de 16 millones, muchos pobres y clase
media salieron a protestar por un impuesto que jamás tendrán que pagar,
manipulados en gran medida por los medios de comunicación.
Nuestras
democracias deben llamarse democracias mediatizadas. Los medios de comunicación
son un componente más importante en el proceso político que los partidos y
sistemas electorales; se han convertido en los principales partidos de
oposición de los gobiernos progresistas; y son los verdaderos representantes
del poder político empresarial y conservador.
No importa
lo que convenga a las grandes mayorías, lo que se haya propuesto en la campaña
electoral, y lo que el pueblo, el mandante en toda democracia, haya ordenado en
las urnas. Lo importante es lo que aprueben o desaprueben en sus titulares los
medios de comunicación. Han sustituido al Estado de Derecho con el Estado de
opinión.
¿Existe “desafío estratégico”?
La
izquierda regional enfrenta los problemas de ejercer -o haber ejercido- el
poder, frecuentemente de forma exitosa pero desgastante.
Es
imposible gobernar contentando a todo el mundo, más aún cuando se requiere
tanta justicia social. En Ecuador, por darle la voz a los humildes,
oportunidades a los pobres, derechos a los trabajadores, dignidad a nuestros
campesinos, por arrancarles el poder a los que siempre habían usufructuado de
él -la banca, los medios de comunicación, la partidocracia-, nos granjeamos poderosos
enemigos, y nos acusaron de “polarizar” el país. Olvidan que, por la mitad de
lo logrado, hace pocas décadas hubiéramos tenido una guerra civil. Nosotros lo
hicimos cansándonos de ganar elecciones.
Cuando se
es la izquierda del 3 por ciento en permanente oposición, sin vocación de
poder, acostumbrada a protestar y no a proponer, no se entiende lo que es tener
que gobernar en adversas situaciones económicas, o enfrentar traidores que
sucumbieron ante la tentación del poder y el dinero. Es claro que la única
batalla que no puede perder un revolucionario es la batalla moral, pero un
gobierno honesto no es el que nunca sufrió casos de corrupción, sino aquel que
nunca los toleró. No comprender esto confunde a mucha militancia, y resta
unidad y vigor a los movimientos progresistas, desmoralizándose ante el primer
inconveniente, y muchas veces otorgándoles a los opositores una razón que nunca
tuvieron.
Siempre hay
que ser autocríticos, pero se trata también de tener fe en nosotros mismos. Los
gobiernos progresistas están bajo constante ataque, las élites y sus medios de
comunicación no nos perdonan ningún error, buscan bajarnos la moral, hacernos
dudar de nuestras convicciones, propuestas y objetivos. Por ello, tal vez el
mayor “desafío estratégico” de la izquierda latinoamericana, es entender que
toda trascendental va a tener errores y contradiccciones, pero también, como
decía San Ignacio de Loyola, comprender que, en una fortaleza asediada,
cualquier disidencia es traición.
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